A pesar de haber tenido una mala cena navideña días atrás, Patricia creía fielmente que todo podría encaminarse de cierta manera. Ya no les faltaba tanto dinero para pagar la operación de Ramsés, aunque ellos no estuviesen tan de acuerdo con aquello, era algo que tenían que hacer. Al despertarse esa madrugada vio partir a su esposo Pablo, el cual ya se estaba acostumbrando a cubrir aquellos horarios abusivos por el bien de la familia, entendiendo que después de todo había llegado su turno de darlo todo por ellos.
La vida no había sido muy buena con ellos, desde hacía años no recordaban como se sentía dormir tranquilos. Cuando jóvenes decidieron huir de casa y mudarse en contra de lo que dictaba la familia de Patricia, ellos dejaron atrás oportunidades, títulos y con ellos todas las cosas que les asfixiaban. Se mantuvieron firmes con el pensamiento: «Algún día vendrán los días buenos», los cuales nunca terminaron llegando. Cada vez que lograban dar un paso hacia al frente algo les hacía dar dos hacia atrás, situaciones como la enfermedad de Ramsés y la lesión de Patricia, ponían a la familia en una situación no tan agradable.
Después de ver a su esposo partir, se dispuso a hacer aquello que se había autoimpuesto para ayudar a la familia. Antaño ella era la que solía producir para su familia, pero cuando los síntomas de la «Artrosis» se hicieron más fuertes tuvo que tomar la decisión de encargarse de las tareas del hogar. Ese día en especial, Patricia logró terminar todo antes de que su hijo Ramsés se levantara, el cual bajó de su habitación con una sonrisa en el rostro. Su emoción se notaba a leguas, y no era para menos, estaba a punto de intentar alegrar a alguien.
Luego de que saliera por la puerta de la casa, Patricia pensó que tendría un día entero para ella, en el cual descansaría y se daría un pequeño mimo con una ducha extensa y reparadora. Sin embargo, su teléfono personal comenzó a sonar, aquella melodía era distinta a la de costumbre, ya que era una especial que había elegido para ese número.
—¿Sí? —soltó Patricia al responder la llamada.
—Patricia, te necesitamos ahora mismo —le dijo una voz femenina al otro lado de la llamada.
—¿Hoy?, pensé que hoy estarían bien con Samantha —respondió Patricia apretando los dientes.
—No está disponible, salió del estado, y vino más gente de la que esperamos...
—Hoy no creo que pueda, lo siento —respondió Patricia con intención de colgar.
—Por hoy te daremos siete mil, ¿vienes o no? —gritó aquella voz.
—Estaré allá en veinte —soltó Patricia con la mirada perdida.
A ella más que a nadie le dolía ocultarle todo esto a su familia, pero era un precio que tenía que pagar por el bien de la misma. Cuando llegó a la costa no pudo evitar ver hacia el mar con cierta nostalgia, todavía recordaba esa primera vez que llegó a Mar del Plata y se dijo a sí misma que estaba preparada para lo que la vida le arrojase, aunque en realidad no lo estaba. Al entrar por la puerta trasera que quedaba en el callejón, una muchacha alta de un temperamento un poco tosco le gritó arrojándole una llave:
—Con todo y que te llamé con tiempo llegas tarde.
—Lo siento, tuve que agarrar un autobús de... —intentó decir Patricia para justificarse, quedando con las palabras en la boca.
—¡No me interesan tus excusas! Todos tienen una razón para hacer sus mierdas... vete a cambiar —le dijo la chica saliendo de aquel lugar—. Y no olvides que son ambos...
Al quedarse completamente sola, Patricia solo respiró hondo y sacó una sonrisa totalmente quebrada, la cual le hacía tener la fortaleza que ella misma sabía que no tenía. Después de cambiarse en los baños traseros se dirigió a la puerta dueña de aquella llave que le habían dado, así que abriéndola tomó de aquel pequeño trastero los instrumentos de limpieza que estaban apilados hasta el fondo. Al salir hasta el salón principal, Patricia se dio cuenta que el bar estaba totalmente repleto, nunca lo había visto de esa manera, así que de cierto modo entendió la cantidad tan elevada de dinero que le habían ofrecido.
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Sinfonía a la Locura
Teen FictionLa vida puede ser muy diferente a partir de un mal día. Todos los ingredientes están en la mesa; un joven con ganas de vivir, un trauma de la infancia, un accidente automovilístico y una enfermedad que le destroza la percepción de la realidad. ¿Qué...