Capítulo VII: La vida marfil en escala de grises

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Todo inició con el sonar de la alarma a las 6:00 am, el día estaba comenzando de la manera más hermosa posible, las aves cantaban afuera de la ventana, el sol empezaba a dar sus primeros pasos en el horizonte y las esperanzas de un día prometedor se alzaban sin escrúpulo alguno.

Nada más levantarse de la cama, se dirigió al baño para cepillarse los dientes. Momento en el cual un mix de música Funk comenzó a reproducirse en el equipo de sonido. Al salir del baño se dispuso a abrir las cortinas de la ventana, quería que la luz del sol inundase la habitación. Al rodar las cortinas no pudo evitar contemplar la hermosa vista panorámica de Buenos Aires, de alguna manera echarles un ojo a aquellas vistas siempre le subía el ánimo.

Después de bañarse, vestirse y hacerse un desayuno rápido, pero nutritivo, se paró al frente de la puerta para decirse como ya era costumbre antes de salir: «Loren, hoy será un excelente día», para acto seguido irse con una gran sonrisa.

De esa manera Loren solía iniciar sus días, creía fielmente que comenzar el día con una sonrisa podía hacer que todo sucediera bien. Sin embargo, ser una pequeña chica, estudiante de arte en la ciudad más grande del país, no le era nada de ayuda.

Ella estudiaba en el prestigioso «Conservatorio de las Bellas Artes», el cual se encontraba al noroeste de la capital. Su enseñanza musical era reconocida en muchas partes del mundo, habiendo enseñado a grandes representantes de la cultura, entre ellos al famoso director orquestal de nacionalidad venezolana «Williams Palmar», y en el mundo popular al vocalista «Javier Matos» de la banda Godestep.

Se podría decir que era la mejor oportunidad para un aspirante a artista, y Loren después de tantos años de arduos esfuerzos y demás sacrificios, logró entrar. El único problema era que su madre solo le había podido pagar una pequeña pieza en el lado contrario, dejándole a más de treinta minutos en subterráneo —en el mejor de los casos—. No obstante, ese día Loren se atrasó lo suficiente como para perder el tren que la llevaría al conservatorio. Así que no tuvo de otra más que correr hacia los buses.

Después de un largo recorrido por casi media capital, Loren logró llegar a la entrada del Conservatorio. Gracias a que había subido cuatro calles corriendo, se encontró sin aliento al admirar las grandes puertas del recinto, más todo esto no la desanimó, sino que siguió totalmente emocionada y enérgica como siempre.

Ese día ella tendría su primera, larga y extendida clase de armonía III, que por motivos ajenos a ella tuvieron que reasignarle otro tutor diferente al del semestre pasado. No obstante, cuando ella llegó al lugar la profesora que impartía la clase; «Irina Bogdánov», tenía la puerta cerrada. Ella sabía que había llegado un poco retrasada, pero no tanto como para que la dejasen afuera.

Al verse en esta situación, Loren comenzó a agitar los brazos al mismo tiempo que golpeaba suavemente la ventanilla de la puerta, buscaba de cualquier manera llamar la atención de los que estaban adentro. Sin embargo, la persona que se acercó a ella fue la misma profesora Irina, la cual comenzó negarle con la cabeza mientras señalaba con su dedo el reloj de su muñeca.

El enojo que sentía la joven por haber hecho semejante esfuerzo en llegar hasta allí, se podía notar en los pequeños saltos de niña pequeña que hacía mientras balbuceaba palabras sin correlación aparente. Pasados unos pocos segundos comenzó a respirar hondo tratando de mantener la calma. «No ha pasado nada, no ha pasado nada... mente positiva, sólo recoge tu violín y vete a un cubículo», se dijo a sí misma a la vez que mantenía los ojos cerrados. Así que tratando de mantener una actitud positiva, levantó su violín del suelo —el cual estaba en su estuche—, y comenzó a caminar hacia la recepción del lugar.

Sinfonía a la LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora