Capítulo V: Secuelas dejadas por el fuego

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Los días se vuelven realmente pesados cuando sientes que estás preso en tu subconsciente, causa pavor el mero hecho de tener tanto que decir, pero no poder expresar ninguna de esas palabras al no saber siquiera que te está sucediendo. Ramsés no creía del todo en lo paranormal, siempre buscaba los raciocinios más lógicos para explicar todas estas situaciones extrañas que sucedían en su vida, pero esta vez no pudo encontrar nada que pudiese explicar lo que estaba experimentando.

Era muy difícil conseguirle sentido a todas esas voces y situaciones que le acongojaban, no fueron pocas las veces que estando en su casa haciendo las actividades más frívolas, terminaba escuchando voces susurrándole una infinidad de cosas. Sin embargo, se mantuvo firme en el pensamiento que al final todo aquello se resolvería, de una manera u otra.

El joven decidió mantener todo aquello en silencio para no alterar aún más a su madre, que como si fuera poco quería mantenerle en casa alegando que no había necesidad de exponerse a los peligros de la calle.

Pero un día, después de que esta le negase el permiso para ir a la fiesta —probablemente un millar de veces—, le dijo a su hijo sin agregar ni una sola palabra: «¡Está bien, ve!». Ramsés no podía creer que había escuchado aquellas palabras, la persona que le retenía en casa no tuvo más opción que dejarle ir. Así que sin dudarlo ni un segundo se alistó para irse, no estaba dispuesto a que su madre cambiase de opinión. Mientras Patricia veía como su hijo se iba caminando por la avenida principal, le dijo a Pablo a través de una llamada que ella acababa de iniciar:

—Tú ganas...

—¿Qué...?, ¿dejaste ir a Ramsés? —preguntó este desde la cabina de descanso.

—No pude contenerlo más —recriminó Patricia con un fuerte vacío en el corazón—. Si algo sucede será culpa tuya... no puedo seguir con esto.

—Tranquila, Patri...

—Hice todo lo que estaba a mi alcance para cuidarlo... pero igual sigue doliendo —dijo Patricia a la vez que se agarraba fuerte la franela a la altura del pecho.

—Ya pasamos por esto una vez, confiemos en él. Podemos con esto, ¿recuerdas?

—Sé que no debería mantenerle en casa... pero...

En eso el supervisor de la obra entró en la cabina en la cual se encontraba Pablo haciendo la llamada.

—No es hora de descanso, Sosa. Ve a trabajar antes de que te echemos —le gritó este de mala gana.

—Discúlpeme, señor García. Regreso de inmediato... —respondió Pablo agachado la cabeza sin colgar la llamada.

—Estos obreros de pacotilla... —murmuró el supervisor mientras salía del lugar—. Debería hablar con el señor Blanco sobre esto...

Cuando este se fue del todo, Pablo volvió a prestarle atención a la llamada, sin embargo, Patricia le dijo con el rostro totalmente paralizado:

—No vendrás a casa hoy tampoco, ¿verdad?

—No, lo siento... estaba por llamarte. Ofrecieron otro turno doble que podría ayudarnos... —respondió Pablo sacudiéndose el pantalón.

—Tranquilo —agregó Patricia seguido de un suspiro—. No te sobre esfuerces.

—Pronto tendré el trabajo estable que nos permitirá vivir cómodos. Confía en mí, podrás volver a pintar...ya no te dolerá —dijo Pablo golpeando la pared que tenía al frente.

—No tienes por qué decir esas cosas —dijo Patricia sintiéndose realmente apenada—. Solo concéntrate en el trabajo, ¿está bien?

—Está bien... —respondió vagamente Pablo a la vez que comenzaba a mirar hacia los lados—. Por cierto, ¿Ramsés se tomó sus medicinas?

Sinfonía a la LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora