Capítulo IX: Llámame ángel

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Reconstruir una relación madre e hijo puede no parecer la cosa más difícil del mundo, sin embargo, hay que estar dispuesto a dejar el orgullo de lado, para que nuevamente pueda existir un vínculo tan fuerte como antaño. Aunque Patricia seguía no estando muy convencida, decidió confiar más en su hijo, y Ramsés teniendo una visión nueva de su vida, pudo comprender los sentimientos de su madre.

Así que de esa manera se encontró sentado en la baranda del porche de su casa junto a Hana e Irvin mientras la primera le lanzaba piedras pequeñas a Darío y éste las esquivaba riéndose de ella.

—¿Puedes parar de hacer eso? —le dijo Ramsés un poco cansado de ver a esos dos.

—Él me dijo que si lograba darle me pagaría un tatuaje... así que la respuesta es no —respondió ella sin dejar de lanzarle piedras—. Es más, alcánzame unas cuantas.

—Yo llevo aguantándolos desde que nos encontramos —agregó Irvin ojeando su teléfono.

—Y cambiando de tema, ¿ya tu madre no estará encima de ti? —preguntó Hana volcando su atención hacia Ramsés.

—No del todo, todavía esto del tumor nos tiene a todos un tanto estresados... tengo que ir al hospital en unos días —respondió Ramsés haciéndose hacia atrás.

—¿Entonces seguirás encerrado en casa? —preguntó Darío, acercándose poco a poco mientras seguía esquivando los lanzamientos de Hana.

—No estoy encerrado, solo que ahora haré mi mejor esfuerzo para no preocuparla —respondió Ramsés—. Por ejemplo, mañana quedé con una chica que conocí en la fiesta de la universidad.

—¿Aquella con la que te estabas despidiendo cuando llegué para buscarte?

—Si, nos hemos visto un par de veces, así que hoy me dijo que tenía algo planeado para mañana.

—¡Qué lindo!, ¡ya el pequeño consiguió alguien que le quiera! —comenzó a gritar Hana con sarcasmo mientras le halaba exageradamente para abrazarle como a un niño pequeño.

—Déjame —dijo apartándola—. Solo nos vamos a ver y poco más...

—Eso le dijeron a mi tía y ahora estoy lleno de sobrinitos —dijo Darío sentándose a nuestro lado.

—¿El chiste no era con una hermana? —preguntó Hana para hacerle quedar mal.

—¿Cuál chiste? —dijo Darío sin mostrar ni un ápice de ironía.

—Hana, ¿si ya le entregaste el estofado de tu madre podemos irnos? —le preguntó Irvin bajándose de la baranda.

—Supongo que sí. Ramsés, recuerda comer el estofado en ayuna, según mi madre sirve para cualquier cosa... incluyendo mágicamente los tumores —acotó Hana siguiendo a Irvin al mismo tiempo que agarraba otra vez las piedras que le estaba arrojando a Darío.

—Ya que —respondió Ramsés volteándose para despedirse—. Nos vemos.

—Ten cuidado con las mujeres, Rami. ¡Están locas! —gritó Darío al final para provocar a Hana, la cual sin voltear a verle le arrojó otra piedra.

Esas pequeñas visitas totalmente aleatorias eran una de esas pocas razones que tenía Ramsés para poder sonreír con naturalidad. A pesar de tener una mente fragmentada donde nada parecía querer tomar su lugar, sucedían pequeñas cosas que realmente le ayudaban a sobrellevar tal situación.

Llegado el siguiente día se levantó con ansias de volver a ver a Ariela, a pesar de ser la única que no intentaba ayudarle a recuperar su memoria, estaba siendo una de las anclas más fuertes, que le mantenían centrado. Antes de salir de casa, la madre comenzó a preguntarle:

Sinfonía a la LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora