CAPITULO XXXIV

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Al llegar al estacionamiento la observe, llevaba un abrigo largo de invierno y fumaba por el frio. Me acerque a ella tomándola de la cintura inclinándome un poco ya que  casi estaba a mi estatura  para besarla y demostrándole cuanto la amaba y cuanto la había extrañado.

-          Me llevas a tu casa?...- preguntó mi mujer sonando muy coqueta.

-          Si me prometes no volver a besar al japonés- sonreí al ver su cara de confundida seguro asumiendo que yo ya sabía quién era  después  se divertía con mi estúpida condición.

-          Eso depende de a cuantas pelirrojas te folles.- lo dijo con repugnancia tensándose un poco por la ira, estaba celosa y me gustaba.

-          Prometo no acostarme con más pelirrojas.- dije serio

-          Y rubias?

-          También a excepción de mi esposa que es la rubia más hermosa del mundo.- sonreí

-          Entonces qué haces aquí conmigo?

-          Jugando un poco, ahora sube al auto para que conozca mi casa y mi cama también.- le susurre al oído.

Me aparte y le abrí la puerta de auto para que entrara, camine hacia mi lado de la puerta para luego ya dentro del vehículo emprender camino a casa. Después de un largo camino llegamos a mi dulce hogar, antes de subir le informe al guardia del edificio que ella era mi esposa y que para la próxima que ella estuviera hay no la detuvieran con preguntas eh identificación.

Subir el ascensor fue entretenido ya que ella se había lanzado a mis brazos a comerme a besos mientras desarmaba el nudo de mi corbata y desabrochaba los botones de mi camisa mientras yo la despojaba de su abrigo prometiéndole hacerla gritar mi nombre en cada orgasmo que yo le provoque.

Al entrar  se distrajo observando el lugar acercándose  a ver la gran vista  que  eran parte del entretenimiento del lugar. Prendí la calefacción mientras ella miraba Manhattan en la plenitud de la noche rodeada de luces me acerque quedando mi pecho desnudo a su espalda  oliendo el rico aroma de su cabello apartándolo para regalarle besos en su largo cuello y en sus desnudos hombros mientras bajaba el cierre de aquel vestido ajustado que hacia respeto a sus indudables curvas. Tenía suerte de tenerla así entre mis brazos dispuesta a recibir todo de mí.

El vestido calló al piso y ella soltó una risita juguetona alejándose  de mí.

-          Pon algo de música.- le obedecí poniendo algo de Jazz lento para ambientar el lugar.

-          Quieres beber algo?

-          vino, por favor.

-          Enseguida

Mientras sacaba las  copas, la botella de vino y el descorchador ella se paseaba en  pacones altos y ropa interior negra de encaje  deteniéndose  para moverse  al ritmo de la música perdiéndome en el vaivén de sus caderas, respire para controlar mi fuerte excitación. Luego ya estábamos brindando. Al acabar las copas estas fueron abandonadas en la mesa del comedor para comernos a besos con locura.

Después de  quitarme el cinturón ella desabotono el  pantalón y bajó el cierre con desesperación, solté una profunda risa de satisfacción. Le gustaba aquella ansiedad y falta de control por parte de su mujer. Los  pantalones cayeron.  Ahora estaban semidesnudos solos con mucho sexo lujurioso por delante.

-          Quiero poseerte- susurro ella

La tensión que mi excitación  producía creció. Entre beso y beso  dejó su boca, ella bajó por su cuerpo, le lamió el cue­llo, le chupó los pezones y le acarició las caderas con los dedos.

LA MASCARA DE UNA PASIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora