LA PRINCESA DE LAS ROSAS (Capítulo 7)

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Mamá me golpeó hasta cansarse, luego subió a su habitación y se encerró, fui a la cocina puse un poco de agua a calentar con sal y luego le puse vinagre, humedecí dos toallas y las puse sobre los golpes en mis costillas, luego subí a mi habitación tomé un baño, busqué el dinero que el señor Barshá me había estado dando, me vestí de negro y salí sin permiso de mamá, hasta la casa de Gina, entré le di el dinero a Gina, le conté lo que había pasado y que me disculpara sino podía regresar, le mostré todos los golpes en mi cuerpo, y Gina enfureció, me despedí de Gina y regresé a casa.

Pasó el velorio y el entierro de Sophia la mamá de Gina, pero mi madre no me dejó ir, porque decía que era mi culpa, pasaron unas cuantas semanas y mi madre y Sonia la tía de Gina se hicieron muy amigas, así que podía ver más frecuentemente a Gina, pero algo pasaba con Gina, estaba distante y retraída, sé que su mamá había muerto pero algo más le pasaba a mi mejor amiga.

Llegó el cumpleaños de Gina, cumpliría 12, yo estaba emocionada; mamá accedió a prepararle un pastel, así que yo ayudé, fuimos hasta la casa de Gina, pero desde afuera se escuchaban los gritos de Gina, salí corriendo y entré, Sonia la estaba golpeando, ¡el día de su cumpleaños! Me metí entre Sonia y Gina.

—No tenés derecho a golpearla, ¡no sos su madre!— grité, mientras abrazaba a Gina.

Sonia se me quedó viendo asombrada y volteó a ver a mamá, mamá puso el pastel sobre la mesa.

—Con razón estas niñas son mejores amigas, son igual de desobedientes, pero ahora mismo aprenden Sonia, llevemoslas al patio— dijo mamá.

Nos llevaron al patio, mamá le pidió maíz a Sonia, ella lo llevó en seguida, pusieron el maíz en el patio, y luego nos hicieron hincarnos sobre él, tomaron dos de las macetas más pesadas y nos dieron una a cada una, las teníamos que sostener por encima de nuestra cabeza, eso hacía que el maíz se nos incrustara en la piel.

Luego cada una tomó un cinturón, y nos daban un cinturonazo cada una.

—Pidan perdón por ser tan desobedientes, mientras ninguna de las dos nos diga perdón no dejarán de ser golpeadas— dijo mamá.

Yo no quería pedir perdón; quería morir ahí mismo, ya no podía con tanto maltrato, y estaba cansada de suplicarle a Dios por ayuda, parecía que le pedía a un Dios sordo.

Volteé a ver a Gina y al verla casi sangrando por los golpes y como sus brazos temblaban, decidí pedir perdón, Gina no merecía un cumpleaños así.

—¡Perdóóóóóóóóóóóóóón!— grité, fue un grito desgarrador, las dos pararon, y Gina dejó caer la maceta, yo aventé la que tenía y abracé a Gina, mis rodillas sangraban.

—Salgan de aquí— gritó mamá, tomé a Gina y salí corriendo de ahí.

Fuimos a su cuarto, Gina lloraba desconsolada, abrazada a una foto de Sophia.

—No debiste humillarte por mí, no teníamos que pedir perdón por nada no hicimos nada malo— dijo.

—Lo hice porque te quiero y no hay nada que no haría por vos, cuando una quiere como yo te quiero a vos es capaz de dar la vida, o dos vidas si se puede, el amor no tiene medida, es infinito, por amor se puede aguantar todo, siempre y cuando sea recíproco, nunca ames a quien no te ama eso hace que te pisoteen, y nadie merece ser pisoteado por amor—

Gina me vio con los ojos llenos de lágrimas, —te amo, hermana— dijo.

—Y yo te amo a vos y prometo que te sacaré de aquí, ya no llores, ven vamos a jugar en el jardín— respondí.

Salimos al jardín, mojamos un poco de tierra, hice un pequeño pastel de lodo, y le puse unos pequeños palitos simulando velas, lo acerqué a Gina y mientras le cantaba feliz cumpleaños, Gina simuló soplar las velas; las dos sonreímos.

Continuará...

- Lissbeth SM.

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