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-Vale, así que le estabas curando la herida, y por eso estabas agachado entre sus piernas mientras ella estaba sin camiseta, gimiendo tu nombre, y mirando al techo sonrojada. -dijo Gustabo, como si narrara algo completamente irreal.

Yo me encontraba medio sentada, o más bien apoyada, sobre la esquina izquierda del escritorio, Conway estaba sentado en su sillón, con sus manos tapando su boca de forma saturada, lleno de estrés. Mientras, Gustabo y Horacio, se encontraban sentados en las sillas de delante de nosotros dos, en sus habituales posiciones.

-Sí, justo eso es lo que ha pasado. -afirmé por cuarta vez.

-Mmm... -pensó, mientras dirigía la mirada a Horacio, y éste se la devolvía intensamente. Estuvieron unos segundos mirándose, y luego respondió. -Y una mierda.

-Es que no hay por donde cogerlo, cuando cruzamos el pasillo literalmente escuchamos al Super Conway decir: "Tranquila, estoy intentando ser gentil..." Con esa voz de macho pecho peludo que me lleva.

-¡Ser gentil con la aguja, anormal! -le gritó este, ya cansado de la situación.

-Hombre, pero qué aguja... -dijo con tono sarcástico el de la chaqueta roja, y Horacio miró a otro lado para evitar reírse.

-Chicos, de verdad. -dije seria, no era ya lo suficientemente incómodo para mí que aquellos tres hombres me hubieran visto sin camiseta, que encima pensaban que estaba manteniendo un encuentro sexual con mi jefe.

-Sois unos capullos. -susurró Jack, negando con la cabeza, y fulminándolos con la mirada.

-¡Dios, Conway, sí! -gimió Horacio, intentando imitar mi tono de voz, de forma patética.

-¡Joder, gatita... Estás muy estrecha! -respondió esta vez el de la gorra, ahora intentando poner una voz grave y parecida a la de Conway.

Mis mejillas ya no podían más con la situación, y decidí irme a los sillones del fondo tapándolas con frustración.

-Vuelves a imitarme así y te parto las piernas, ¿capicci? -amenazó el de pelo gris, con las mejillas muy levemente sonrojadas.

-Super. -le llamó Horacio.

-¿Qué? -Soltó éste por la boca, bastante brusco.

-¿Está usted sonrojado? -me aparté las manos de la cara para mirarle impresionada, ¿de verdad acababan de conseguir sonrojar a aquel hombre?

-¡Claro que no, capullo! -sacó su porra, en acto de amenaza.

-Vale, tranquilo, las cosas se pueden hablar. -La diplomacia de las palabras de Gustabo solo consiguieron empeorar la cosas.

-Hablar vas a hablar con tu puta madre, capullo. Si os decimos que no estaba pasando nada, es porque no estaba pasando jodidamente nada, ¿vale? Es que me tenéis hasta los mismísimos cojones, y hoy no estoy para mariconadas de las vuestras... -siguió echándoles la bronca con tono enfadado, y bastante alto. En cuanto a los dos a los que se dirigía, se miraron cómplices, sin ningún tipo de miedo. De pronto, comenzaron a reír. -¿¡De qué coño os reís!?

-De que monta usted un numerito impresionante por tremenda gilipollez, y eso significa que le importa. -explicó el más mayor.

-¡Claro que me importa! Porque después vais divulgando por ahí mentiras. -rechistó, cruzándose de brazos.

-Claro, lo que pasa aquí es que la señorita se la ha puesto inefable y usted no quiere admitirlo. -dijo con tono cantarín el de la cresta.

-Tu hermana sí que me la pone inefable, todas las noches, ¿eh? No para. -respondió mordaz.

Curiosidad. (Jack Conway)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora