Mireia me descoloca.
No sé por dónde va a salir, lo que va a decir o qué va a hacer.
Sin embargo, estos casi dos días que hemos pasado juntos han sido un soplo de aire fresco. Conozco a poca gente que sea tan directa, que dice lo que piensa sin reprimirse, inteligente, con buena conversación, ya que hemos hablado de todo tipo de cosas a veces sin lógica, saber estar...
Es mucho más de lo que me imaginaba por nuestras conversaciones por mensajes...
Si soy sincero, se me han pasado muy rápido, casi sin darme cuenta, como un pestañeo fugaz.
Y no quiero que coja ese vuelo. No quiero. Me gustaría que se quedase más tiempo, compartir más momentos con ella, pero sé que nada de lo que pueda decir le hará cambiar de idea, no cuando ha hablado de una operación que tiene programada para mañana y lo que le apetece.
Me gusta el juego que tenemos, me gusta que me tiente y yo hacer lo mismo con ella, provocarnos mutuamente, que quiera ganar y pensar que caeré en la tentación.
Estoy a punto de hacerlo en varias ocasiones, sobre todo al estar tan cerca, sabiendo que solo nos separan milímetros y que todo mi cuerpo me pide que acorte la distancia.
Pero es ella la que da el primer paso, es ella la que me besa.
Y por unos segundos olvido todo.
El beso es como ella; intenso, pasional, feroz, imprevisible...
Sabe muy bien lo que hace, me sigue provocando pese a que ya ha cruzado la línea. Gruño, y la aprieto hacia mí en un gesto casi por inercia, buscando tenerla aún más cerca, sentir su cuerpo por encima de la ropa. No me quedo atrás, le muerdo la lengua, adelantándome a ella y consigo recuperar el control durante unos segundos.
Me separo preguntándome qué es lo que acaba de pasar, cómo con un simple beso me he vuelto loco. Mirarla para saber si se arrepiente y si sigue jugando, pero no me deja.
Vuelve a besarme después de soltar una bomba, después de decirme que quiere que vaya a Barcelona.
La distancia entre los dos, de nuevo inexistente, no hace más que acrecentar la calidez que recorre cada rincón de mi cuerpo. Quiero tenerla aún más cerca, por lo que vuelvo a aprisionarla contra mi cuerpo, bajando las manos de su espalda y tocando deliberadamente su curva final. Mireia sonríe con malicia, consciente de lo que sus besos están provocando en mí y se inclina para besarme el cuello.
La detengo y ella me mira con duda, preguntándose por qué lo he hecho hasta que le cojo una de las manos y busco un lugar más apartado. No quiero dar un espectáculo delante de tanta gente y menos con las ganas que tengo de seguir besándola.
Encontramos uno casi en una esquina y me empuja hacia la pared y vuelve a atacarme el cuello. Noto su lengua recorrerlo, cómo va dejando pequeños besos y lo que creo que van a ser marcas que no sé cómo voy a poder disimular.
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La verdad tras su sonrisa
RomanceJames tiene un flechazo inmediato, y Mireia, aunque no lo admita, es consciente de que la tensión estalla cada vez que sus miradas se cruzan. **** Para James Watson, el día a...