Capítulo Veintiséis

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No sabría cómo catalogar los días que había pasado en Estocolmo

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No sabría cómo catalogar los días que había pasado en Estocolmo.

Eso me hacía dudar, comerme la cabeza y pensar demasiado, porque no sabía cómo explicarlo. Y yo necesitaba poder ponerle nombre a las cosas, saber categorizarlas para entenderlas y comprenderlas.

No solo había sido por el hecho de haber asistido a una boda real, eso, si lo miraba con perspectiva, era lo que menos me preocupaba de todo lo que había ocurrido, ni siquiera era tan importante.

Era más bien por el tiempo con James, que había sido increíble.

Había conocido a su entorno, a su familia, había visto cómo se llevaban y su relación. James me había integrado, me había hecho sentir una más y yo me había sentido así. Había sido todo fácil.

Demasiado fácil.

Me había dejado llevar, siempre me dejaba llevar cuando estaba a su lado.

Él se lanzaba al vacío y yo lo seguía, y al revés, yo me tiraba al abismo y James lo hacía de inmediato. Sin pensar, sin preguntar, solo lo hacíamos. Presos de lo que sentíamos, presos de la locura que nos envolvía cuando estábamos juntos.

Y mi parte más racional, una vez que no estaba a su lado, me hacía replantearme todo, pensar si James y yo teníamos un futuro claro por mucho que yo lo quisiera.

En estos días lo había podido conocer mejor, saber detalles de su vida que aún no me había contado, como lo de los relojes de arena. Su manera de contarlo, la forma en la que sus ojos se habían humedecido y la voz se le había entrecortado al recordar a su abuelo o cómo había obtenido el primero, el valor que le daba a las pequeñas cosas, a lo sencillo...

Desde que he vuelto a Barcelona no puedo dejar de pensar en todo ello y solo soy capaz de sacar una conclusión clara: James me encanta.

Eso es evidente. Y lo quiero, estoy enamorada de él. Adoro cómo me siento a su lado, cómo él me hace sentir, lo que sus miradas expresan, sus sonrisas llenas de significado, cómo se preocupa por mí con pequeños gestos que dicen mucho más que las palabras...

Sin embargo, yo no se lo quería decir, no tan pronto al menos. Me lo quería callar un tiempo, asegurarme de que era así, que no me equivocaba, que mis hormonas no estaban siendo las que hablaban por mí y me confundían, nublándome el juicio.

No soy una persona a la que le guste expresar mis sentimientos en voz alta, no lo veo necesario.

Pero él se había adelantado, me lo había dicho y yo... Yo había sido incapaz de no confesarle que sentía lo mismo.

¿Por qué? ¿De qué me hubiese servido ocultárselo? Para nada, solo nos hubiera separado, hubiese creado una brecha que no quería.

—Sales en las revistas, ¿sabes? —se mofa de mí Pau, lanzándome una casi a la cara—. ¿Leo el pie de foto?

La verdad tras su sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora