Unas horas más tarde, y después de lo que considero una muy buena noche a su lado, estamos de vuelta en su piso y Mireia me mira de reojo cada poco tiempo.
No voy a preguntarle ni a insistir porque sé que no voy a obtener nada claro. Por lo que la conozco, no va a abrirse más de lo que ya ha hecho, ya me lo ha dejado entrever con los comentarios y bromas que ha ido diciendo para recuperar el control que no vamos a tener otra conversación profunda.
A mí ya me ha quedado claro, ella se siente igual que yo, intentando descubrir qué nos depara el futuro.
—James —Mireia llama mi atención una vez que estamos en su habitación. Tiene esa sonrisa que me encanta. Alzo una ceja, esperando a que siga hablando—. ¿Tienes algo pensado para las horas que nos quedan juntos? —Capto el doble sentido de sus palabras, pero permanezco callado, expectante—. Porque yo sí.
—¿Debo tener miedo? —bromeo y reprimo una carcajada.
Me espero cualquier cosa, casi siempre me sorprendo con ella.
—Yo en tu lugar, lo tendría —asegura y sin dejar de mirarme, empieza a desvestirse.
Lo hace de forma lenta, deleitándose en cada cosa que hace y yo no soy capaz de no mirarla y lo sabe por la forma en la que le brillan los ojos, es una gran tentación. Me acerco para ayudarla en su tarea, pero no me deja, me aparta la mano y casi me obliga a que me siente en la cama.
Cuando de nuevo intento tocarla, Mireia niega con la cabeza.
—¿No vas a dejar que te toque?
—No por el momento —se burla y empieza a juguetear con su sujetador—. ¿Por qué? ¿Quieres hacerlo?
Trago saliva. Claro que quiero hacerlo, pero no voy a caer en lo que quiere, voy a ir un poco más allá. A esto podemos jugar ambos.
—Tal vez no —contesto cruzándome de brazos, a lo que ella responde frunciendo el ceño—. Tendrás que convencerme.
Mireia relaja la expresión, me ha entendido, y esta vez me mira con mucho más interés.
—Siempre me salgo con la mía, James.
Sigo sus movimientos con la mirada, fijándome muy bien en todo lo que hace e intentando que no se me note las ganas que tengo de ayudarla.
En el momento en el que solo le queda la ropa interior, un conjunto de lencería que le queda de maravilla y solo hace que tenga ganas de arrancárselo, hace un pequeño puchero y me mira.
—¿Pasa algo? —me preocupo de inmediato.
—Sí, suelta los brazos, no me gusta que los tengas cruzados... —se queja y le hago caso. Mireia lo aprovecha para sentarse a horcajadas encima de mí y por inercia voy a abrazarla, me sale de forma natural—. No —niega y sonríe con diversión—. ¿No has dicho que tenía que convencerte para que me toques? —Asiento su pregunta—. Deja que lo haga un poco más.
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La verdad tras su sonrisa
RomansJames tiene un flechazo inmediato, y Mireia, aunque no lo admita, es consciente de que la tensión estalla cada vez que sus miradas se cruzan. **** Para James Watson, el día a...