Capítulo 25. Carne y hueso.

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«Carne y hueso»

Una fuerte punzada en mi costado izquierdo me dejó sin aire y me obligó a abrir los ojos

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Una fuerte punzada en mi costado izquierdo me dejó sin aire y me obligó a abrir los ojos. Intenté abrazar mis costillas, casi seguro de que me habían roto varias al darme aquella patada, pero no pude mover mis manos y comprendí que las tenía atadas sobre mi pecho. Los ojos me lloraban por el dolor y parpadeé un par de veces para poder enfocar la vista.

—Que bien, al fin despertaste —dijo una voz sarcástica que no reconocí.

Me estremecí al sentir el frío de mi espalda, como si estuviera recostado en un lago congelado. Con una dolorosa punzada en mi costado, logré sentarme con cuidado para poder observar a mi alrededor, las muñecas también me dolían, ahí donde las sogas negras casi cortaban mi circulación.

Estaba en el ala principal de un castillo, pero era obvio que no era el de Sunforest. Ahí, todo era negro como el azabache y brillaba como el cristal. Había ventanas largas y estrechas en las paredes que apenas dejaban entrar la luz natural —o tal vez era que ahí ni siquiera había luz natural— y algunos ornamentos de madera que acentuaban una decoración bastante tétrica.

En el centro y no muy lejos de mí, había un enorme trono de metal negro con bordes plateados y picos a su alrededor que parecían estalagmitas. A cada lado, pegadas a la pared, estaban dos antorchas emitiendo un helado fuego azul. Había un hombre ahí, sentado con una pierna alzada por encima del reposabrazos. Su rostro tenía el reflejo azul del fuego y estaba deformado por una enorme sonrisa que resaltaba sus pómulos hundidos.

—¿Quién eres?

El hombre ladeó su rostro y una cortina de cabello platinado brilló junto con la luz de las antorchas. Sus ojos, rojos como la sangre, me miraban con diversión.

—¿Aún no lo has adivinado? —cuestionó con una voz tan suave como el terciopelo, pero tan helada como el peor de los inviernos.

El frío era tanto que mi cuerpo ya estaba entumecido e incluso me costaba respirar, aún así, la respuesta surgió en el fondo de mi mente.

—Azael...

—En carne y hueso —dijo extendiendo su sonrisa.

Gemí involuntariamente, en parte por el dolor de mis costillas. Azael se puso de pie de un salto y una capa negra que llevaba colgando en los hombros se deslizó hasta alcanzar sus talones. Estaba todo vestido de negro y si no fuera por su piel blanca, fácilmente podría camuflajearse con las paredes.

—Tú debes ser Jared —dijo como si aquello fuera una visita casual.

—Tú deberías saberlo —respondí— puesto que fue uno de tus demonios el que me arrastró hasta aquí.

Él rió.

—Me recuerdas a tu madre. —Suspiró falsamente, pero sus ojos rojos brillaron como diamantes repletos de maldad—. La dulce Amira, ¿cómo está? Hace rato que no la veo.

Sunforest 3. Jared Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora