Capítulo 53. Querida.

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«Querida»

Supe que lo logré incluso antes de abrir los ojos, porque el frío del infierno atenazó mi cuerpo sin piedad

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Supe que lo logré incluso antes de abrir los ojos, porque el frío del infierno atenazó mi cuerpo sin piedad. Temblé, aunque no entendí si fue por la corriente helada o la expectación.

Abrí mis ojos y algo que iba más allá del frío me congeló por completo. Acababa de encontrar a Ada, pero no estaba listo para lo que mis ojos veían.

Nos encontrábamos en el ala principal del castillo negro azabache —sumergida en un tono azulino por el fuego de las antorchas— aquella donde Azael me había atravesado con una espada para tenderle una trampa a mi padre. Ada estaba sentada en el trono negro de bordes plateados, con las manos envueltas en cadenas para mantenerlas atadas a los reposabrazos y sus tobillos de igual manera, pero inmovilizados contra las patas gruesas.

Azael estaba sobre ella, presionándola en contra del duro respaldo del trono y con su boca sobre la de mi hermana, besándola sin ningún reparo. Por un descabellado momento pensé que Ada le estaba devolviendo el beso, pero al observarla con más atención noté que ella no se movía. Estaba tan congelada como yo, con los ojos abiertos y la mandíbula inmovilizada en la enorme mano de Azael, quien la tenía bien sujeta para obligarla a hacer aquello.

¿Cómo se atrevía?

El frío fue reemplazado por una oleada de enojo, que me calentó tanto como si acabaran de encender una hoguera en mi pecho.

—Quítale tus sucias manos de encima —gruñí tan alto que el eco de mis palabras resonó por toda la estancia.

Azael se detuvo lentamente, soltó su boca, después su mandíbula y giró su rostro en mi dirección pero sin apartarse de Ada. Ella respiró temblorosamente antes de imitarlo y girarse hacia mí. Sus ojos azules estaban llenos de miedo y la comprendía, Azael estaba haciendo algo que jamás pensamos que podría pasar.

Muchas veces imaginé el daño que el rey del infierno le podría causar a mi hermana, pero jamás así. Eso era algo todavía más bajo y sucio que ni siquiera había pasado por mi mente. Apreté los puños a cada lado de mi costado, furioso.

—Querida —susurró Azael con una voz venenosa—, me parece que tenemos visitas.

Ada se estremeció al escucharlo y pegó aún más la espalda en el trono, como si así pudiera alargar la distancia entre ellos.

—Aléjate de ella —ordené caminando en su dirección.

Azael se enderezó ante eso, con un movimiento rápido y elegante que agitó su melena platinada. No lo hizo para obedecerme, sino para sacarme volando con un hechizo tan inesperado que no lo vi venir.

Me deslicé por el suelo hasta chocar contra la pared opuesta de mármol negro y quedarme sin aire por un minuto. Había olvidado lo rápido y poderoso que ese maldito demonio podía llegar a ser.

Sunforest 3. Jared Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora