3º SÉPALA

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Aquel día, las clases pasaron con extrema lentitud para Harry. La tormenta rugía fuera del castillo con ferocidad y el frío se incorporó en todas las paredes de Hogwarts, la lluvia había empañado los cristales y aunque solo estaban a principios de octubre, Harry tuvo que optar por coger algo de manga larga.

Harry estaba mucho mejor que otros días a pesar del frío. No sabía el motivo a ciencia cierta, pero la lluvia le parecía más cálida que el mismísimo sol veraniego, más reconfortante, quizás más relajante. Simplemente la lluvia le hacía sentirse vivo, el sonido o cuando rozaba su piel. Y esa era la razón por le cual le gustaba.

Cuando terminaron las clases por fin. Y Hermione se puso furiosa como de costumbre, por las notas de Ron en un hechizo, ninguno de sus dos amigos se fijaron en él y en lo pálido que estaba. Hermione se colocó delante de Ron y comenzó a estudiar cada parte del hechizo para que la próxima vez, el pelirrojo sacase la mejor nota. A Harry siempre le había gustado esa parte de Hermione, sin duda, ella era perfecta para ser profesora.

—Iré a dar una vuelta por el castillo —comentó Harry, pero ninguno de los dos le prestaron atención. Los gritos de Hermione resonaban en toda la sala común, así que era imposible que hubiesen alcanzado a escuchar el comentario de Harry.

Así que Harry salió de la torre de Gryffindor, dejando la típica pelea que los caracterizaba desde primer año, tanto a Ron como a Hermione.

Caminó en silencio por los pasillos de Hogwarts. Habían algunos alumnos estudiando y otros charlando animadamente.

Cuando por fin llegó a la puerta, salió del castillo. La lluvia rozaba su rostro y una sonrisa apareció en su cara como por arte de magia, las gotas eran frías, pero tenía razón, le hacían sentir vivo.

Comenzó a caminar por los terrenos de Hogwarts en busca del campo de Quidditch y cuando llegó allí, se sentó en medio del campo. La hierba mojada parecía hielo, mientras que las gotas de lluvia caían sobre su cabello, túnica y hacían un completo desastre de él, un desastre que en aquellos momentos, Harry disfrutaba.

Se tumbó sobre la enorme cama verde de pasto con las gafas tan empañadas por el frío y llenas de gotas por la lluvia, que era difícil observar con ellas, pero no le importó, en aquel momento, no le importó nada.

Harry no lloró aquella tarde, el cielo ya estaba lo suficientemente triste como para llorar por Severus en aquellos momentos. Recordaba lo bueno de él, quizás todo lo que le habría dicho si aún estuviera vivo, si aún pudiese estar cerca de él, si al menos se hubiese convertido en un fantasma o se hubiese mudado a un cuadro. Y de repente, un sonido de pasos comenzó a trazarse por la hierba y Harry movió la cabeza buscando a la persona que le pertenecían.

—¿Qué hace aquí? Nunca deja de sorprenderme, Potter —la voz de McGonagall resonaba en la mente Harry como una dulce brisa de verano. Esa mujer tenía un corazón de oro.

Se sentó junto a Harry, dejando que la lluvia la empapase al completo, como había hecho anteriormente con el Gryffindor.

—Directora... —dijo Harry, observando cómo podía por aquellas gafas que apenas le dejaban visibilidad.

—Harry, Severus... — trató de explicar ella.

—No lo superaré, lo sé, profesora —comenzó a decir Harry—. Su recuerdo quema como fuego en mi pecho y lo peor de todo esto es... no poder decirle que lo hecho de menos.

—Harry, Dumbledore fue un gran hombre, un hermano para mí, llegaría a decir. La noche que quiso dejarte con los muggles me pasé el día con mi forma gatuna observando a esa familia. Por la noche le dije que no te dejara en aquel horrendo lugar, pero río y dijo que era lo mejor y aquella vez no le entendí bien, pero sabía que podía confiarle tu vida y la mía misma. Él era especial para mí, tanto como para ti lo es Severus. Pero la diferencia entre tú y yo es abismal y pronto lo entenderás —terminó de decir la profesora.

SNARRY-el fantasma del que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora