En unos minutos estábamos en frente de la casa. Sebastián bajó y rápidamente abrió mi puerta.
—Sebas ¿y qué debo usar?— le dije mientras subíamos las escaleras.
—Lo que tú quieras— me dijo riendo —De todos modos te ves hermosa— dejo de caminar para abrazarme.
—Sebastián ¿seguro que no quieres que te espere aquí?— le dije haciendo mi cara de súplica lo mas convencible posible.
—Me gustaría que fueras conmigo, pero si no quieres ir está bien— me dijo acariciando mi mejilla. Después de esto que me había dicho me era imposible decirle que no.
—Me iré a cambiar— besé sus labios y entré a mi habitación.
Entré al baño para abrir la regadera y que el agua comenzara a templarse, mientras esto sucedía, fui a mi closet para buscar que usar. Lo deje sobre mi cama y regresé a la regadera. Saqué toda mi ropa y entré, dejando que las tibias gotas de agua se llevaran lo que sobraba en mi cuerpo.
Ya vestida comencé a maquillarme, como siempre. No muy cargado. Mi cabello lo dejé suelto para que en él se formaran las naturales ondas. Tomé mi bolso y salí al pasillo. Me encontré con Sebastián, volteó a verme sorprendido.—Se te van a salir los ojos— le dije riendo mientras caminaba hacia él.
—Tú eres la culpable— me dijo abrazándome por la cintura —Te ves hermosa— me dijo con una sensual voz, que todo en mi interior se estremeció.
Seguro que se dio cuenta ya que una victoriosa sonrisa se formó en sus labios y me apegó aun más a su cuerpo, para unir nuestros labios. Con una lentitud rosaba mis labios, disfrutando mi brillo labial.
—¿Vainilla?— me preguntó dudoso separándose de mis labios.
—Si no estás seguro prueba de nuevo— le dije pasando mis brazos por su cuello, sonrió y sin pensarlo dos veces volvió a besarme, nuevamente devoraba mis labios de esa forma tan especial que me hace delirar. Ahora yo me separé de él y lo miré pero seguía con los ojos cerrados.
—No lo sé aun no estoy seguro— dijo haciendo una mueca graciosa.
—Eres un mentiroso— le dije riendo. Desde el primero sabía que era vainilla, solo lo decía para seguirme besando.
—Sabes— me dijo sensualmente —Puedo hablar y avisarles que llegaremos tarde— levantaba rápidamente sus cejas.
—Sebastián— alargué riendo.
—Está bien vamos— dijo poniendo en blanco los ojos mientras tomaba mi mano para caminar hacia las escaleras.
Llegamos a una hermosa y gran casa, color blanco y con un enorme jardín, iluminado por unos rústicos faroles de luz blanca.
—Es hermosa— le dije a Sebastián mientras miraba con detenimiento la residencia, me dedicó una sonrisa mientras se estacionaba.
—Yo te abro— me dijo antes de bajar del auto, aun no me acostumbraba a que siempre me abriera la puerta. Pero esos detalles como abrirme la puerta, tomarme de la mano y dar pequeños besos en mi mejilla, me fascinan.
— ¿Entonces?— le pregunté claramente sobre nuestra ‘relación’.
—Pues a mí no me molesta decir que estamos saliendo— me dijo jugando con mi cabello ¡No amigos! ¡No novios! ¡Saliendo!- al fin aclaró mi más grande duda —Pero si te causa problemas con tus padres, lo mantenemos en secreto— me dijo sonriendo.
—Creo que es mejor la segunda opción— le dije porque no quería que mis padres se enteraran ya que inmediatamente lo cambiarían. Tomó mi mano pero de inmediato me soltó.
—Lo siento— dijo riendo —No sé si pueda resistir eh— me advirtió entre risas.
—Claro que podrás— le dije abrazándolo, ahora sin dificultad ya que por la altura de mis zapatos quedábamos de la misma estatura.
— ¿Me das un besito?— me preguntó con una voz de niño pequeño mientras me abrazaba.
—Solo uno— le dije riendo y asintió con la cabeza.
Me acercaba lentamente a sus labios, en automático cerró sus ojos, dejando sus labios entreabiertos para poder acoplarlos perfectamente a los míos. Pero cambié el camino de mis labios hacia su mejilla. Lo miraba divertida, en su rostro se había formado un gesto de inconformidad aun con los ojos cerrados.
—Estás jugando conmigo— dijo levantando una de sus cejas.
—No lo sé… puede ser— le dije riendo. ¡Claro que estaba jugando!
Caminó haciéndome retroceder, hasta que su auto nos impidió seguir retrocediendo, su anatomía y la mía se conjugaban perfectamente, tomó mis manos y me izo pasarlas a su espalda formando un abrazo, para el tomar mi rostro entre sus manos y atraerme hasta sus labios. Me besaba con desesperación, con necesidad. No puede evitar seguirle el beso, simplemente sus labios me volvían loca, en pocas palabras me había vuelto completamente adicta a sus besos. Completamente adicta a él.
La ausencia de oxigeno en mis pulmones, comenzaba a hacerse presente, pero por nada detendría ese magnífico beso. Al menos yo no. Pero Sebastián bruscamente se separó de mí. Abrí mis ojos como platos y sólo porque mi mandíbula está unida a mi cráneo, no cayó hasta el piso, me miraba divertido. Se estaba vengando.— ¡Te estás vengando!— le dije riendo.
—No lo sé… puede ser— me contestó tal y como yo lo había hecho.
—Eres un tonto—riendo di un golpe en su estomago.
—Hey tu empezaste— me abrazó por la espalda y besó mi mejilla.
—Vamos ya— le dije sacando sus brazos de mi ya que si alguien nos veía, todo se arruinaba.
Llegamos a la puerta de la casa y Sebastián tocó el timbre, en unos minutos una mujer con cabello lacio abrió.
— ¡Sebastián!— lo saludó claramente Hemocionada, acción que me decía que era su madre. Además de el gran parecido que tenían. Lo abrazó cariñosamente para luego dirigir su mirada hacia mi — ¡Tú debes ser la hija de Maria y Diego!— me dijo con una dulce sonrisa mientras me saludaba
—Así es— le contesté igual regalándole una sonrisa.
—Pero pasa cariño— me dijo amablemente.