Querida Idónea. (Borrador)

Capítulo 1.

Capítulo dedicado a Una_tributo2
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Estoy en un punto de mi vida que no sé lo que quiero y a quién quiero. Es demasiado confuso y me duele mucho el corazón sentirme tan desorientado.

Navego por el ambiente oscuro mezclado con un olor a tabaco, mis ojos encuentran el documento lleno de letras sobre el escritorio de mi padre. Oficialmente estaba divorciado de mi madre.

Un dolor en mi pecho intenta protestar y decirme que necesito sacarlo, sino me voy a seguir envenenando más de lo que ya estoy.

Sus peleas constantes me han hecho duro, sin vida, sin ningún sentimiento. Mi lágrimas están retenidas por la rabia de no mostrarme débil ante esta situación que me ha partido el alma desde los 12 años.

No se imaginan lo terrible que es para un chico que viene sufriendo cambios en su cuerpo y en sus sentimientos y no poderlos expresar a tus padres, porque están más pendientes de la ofensa que le dirá al otro, para no quedarse callado.

Cierro mis ojos e intento borrar cada imagen que formaron ellos dos en mi mente, es detestable como desaparecieron los buenos recuerdos y se empecinaron en que las cosas malas se grabaran sin un botón de eliminar.

Mientras sigo con los ojos cerrados recuerdo el día que fui a pasar unos días a la casa de verano de mi padre, fue un invierno bastante lluvioso, el cielo gris, y la playa que quedaba cerca del lugar, mantenía una sinfonía amarga por sus olas golpeando con desesperación. Tan desesperada como mi alma aturdida.

—Quieras o no, pasarás los inviernos conmigo.

Abro mis ojos de golpe, todo se relacionó, mis recuerdos, mi padre. Una mezcla amarga está en el ambiente, y la siento.

—¿Cómo haré con la universidad?, ya estoy inscrito para iniciar en este mes—pregunto casi protestando.

—No me interesa cómo harás con la universidad —dice sin rastro de preocupación —Yo por eso insistí en que le dijeras al juez que te irías conmigo—Hundo mi ceño, mi padre siempre ha sido cruel, no le interesa los sentimientos de nadie, ni siquiera los de su propio hijo.

—Todo lo ves fácil, ¿alguna vez te ha costado algo? —pregunto de manera irónica.

Sus ojos buscan los míos con una oscuridad espesa, su boca se retuerce y una capa de hielo empieza a ser su compañera inseparable.

—No me vengas con estupideces, que tú prácticamente naciste en una cuna de oro, ¿o no lo recuerdas? —muerdo mis mejillas y la mandíbula se me tensa —Andrés tú no has sabido que significa la palabra necesidad, te he dado todo sin mover un dedo, tu madre y tú han tenido todo lo que han querido a manos llenas —sus manos muestran las palmas con sus dedos medios arqueados para semejar abundancia —Pero son unos imbéciles, sí —baja sus manos y ahora las mantiene empuñadas —Imbéciles por no saber aprovechar lo que les he dado —dice levantándose de su enorme silla giratoria que lo hacía lucir como el gran magnate que es —Te aseguro que tu madre no tendrá ni un solo centavo mío, y tú —se acerca a mí, se inclina y me ve con la peor mirada que le puedan dar a una persona —Si te vas con ella, te convertirás en un bastardo, porque no descansaré en buscar a mis mejores abogados y quitarte el apellido.

Trago saliva, no puedo negar que todo su ser me intimida y me doblega como el peor de los bichos que existen.

—No harías eso —digo casi temblando.

Y es que quizás me aterra pensar que tendré que enfrentar un mundo que no conozco, que mi padre evitó que conociera.

Se aparta de mí y tira un par de carcajadas. Deja de hacerlo y se vuelve a sentar en su trono.