Capítulo 30.

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Salgo de mi coche aventando la puerta, todo es una avalancha de emociones, quisiera poder entenderme y calmarme, pero con tantas cosas pasando por mi cabeza, es imposible.

Veo mi teléfono otra vez, y Ariadna no responde a mis mensajes, mucho peor a las cinco llamadas que le he hecho, su teléfono está encendido y los mensajes solo caen sin ser leídos.

Jalo unos cuantos mechones de mi cabello, producto de la frustración que me genera toda esta situación, yo fui el culpable, yo y nada más que yo.

No debería de tratar de arreglar algo que rompí con mis propias manos.

Mojo mis labios y me dirijo a abrir la puerta, ya casi son las diez y creo que mi mamá y el abuelo ya están dormidos, no quiero que se den cuenta de cómo me siento, de cómo me veo, porque yo soy así, me siento mal y no lo puedo ocultar, soy un libro abierto para las personas que me conocen.

Entro al interior de la casa y observo solo una pequeña lámpara desprendiendo una luz tenue, respiro profundo, me doy cuenta que puedo estar tranquilo, no habrá preguntas el día de hoy. Dejo caer las llaves sobre la mesa cercana a las escaleras y subo a mí cuarto.

Sin poder evitarlo, vuelvo a marcar a Ariadna. Cae directo a buzón.

—Hola —muerdo mi labio inferior intentando soltar mis sentimientos, todo lo que me tortura, la incertidumbre de saber que ya nada es igual.

Me sorprende la velocidad con arruinamos algo, y yo recriminando a mi padre por su cambio, lo he hecho igual a él, debería aplaudirme y elevar unas notas musicales para acompañar la estupidez que hice.

—Ariadna, soy yo de nuevo, solo quería saber cómo estás, sé que no quieres hablar conmigo, pero déjame saber que estás bien... —pienso en esas palabras, ¿puede ella estar bien después de todo lo que la hice vivir hoy? Corto el mensaje de voz y cuelgo.

Tiro el celular a la cama y dejo caer mis caderas sobre mi mesa de noche, miro el lado de mi ventana y trato de calmarme, ya nada podré hacer por hoy, quizás ni por lo que queda de mi vida junto a ella.

Pienso en un nombre: Michell.

Me aparto del lugar donde estaba y caigo sobre la cama atrapando el celular.

Marco y en dos sonidos me contesta.

—¡Andrés!—arrugo mi ceño y escucho una música estruendosa sonar, ¿está en una fiesta? Pego una de mis manos a mí rostro y cierro mis ojos para poder tener toda la paciencia que no he tenido durante esta tarde.

—No quiero preguntar dónde estás, porque ya me imagino —unas cuantas carcajadas se escuchan combinadas con el sonido electrónico que desprende el lugar donde está.

—Bueno, tú sabes que yo no pierdo el tiempo, y ya que estos serán mis últimos días como mundano, pues déjame disfrutarlos —sus palabras me provocan arquear mis labios. Sabía que necesitaba llamarlo para poder sobrellevar está carga, aunque no sepa mucho de mí, y no tengamos años de amistad, él me ha ayudado como si fuésemos amigos de toda la vida.

—Entiendo —digo tratando de no reír.

Un breve silencio se escucha por parte de los dos y él retoma la conversación.

—¿Necesitabas algo?

Mi tristeza aparece de nuevo, y entonces me dejo llevar por lo que siento.

—Ariadna y yo, ella y yo ya no somos novios...

—¡Caramba! —expresa sorprendido del otro lado de la línea —¿Pero qué les pasó?

Dejo caer mi cabeza sobre mis piernas y vuelvo a cerrar mis ojos recordando cada detalle de lo vivido.

Querida Idónea. (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora