Llegamos a una linda casa de dos plantas de madera, pintada en color blanco, y con puertas azules oscuras, era tan parecida a una casa colonial de Nueva Zelanda, mi abuelo es de ahí, mi padre nació en Nueva Zelanda y se vinieron a esta ciudad cuando él tenía apenas cinco años. Recuerdo haber viajado por primera vez a la corta edad de ocho años, y desde ese día, simplemente amo esa ciudad, me trae recuerdos demasiados gratos, sus paisajes, sus costumbres, el clima. Solo quisiera volver.
—Es hermosa —digo viendo cada detalle, antes de pasar por un jardín cercado por una valla del mismo color de la casa. Tienen muchas flores de colores amarillos y unas petunias lilas.
Caminamos hacia la entrada y Ariadna mueve la canasta ligeramente pareciendo una leve escena de caperucita. Da la media vuelta, y me ve siguiendo sus pasos retrocediendo sin ningún problema. Sonríe y mueve la cabeza como si una clase de música estuviera en su mente, recordándola como la melodía perfecta para sentirse más feliz. Sube la canasta ahora moviendo todo su cuerpo, sonrío y la tomo, da media vuelta quedando en dirección a la puerta de la casa, faltan solo unos cuantos pasos y ella pega un brinco cortando la distancia, evitando esos dos pasos que le hacían falta. Está enfrente de la puerta y me espera hasta que llego a su lado.
—¿Estás listo para conocer a mis abuelos?—arqueo una ceja viéndola sobre mi hombro.
—Por supuesto —digo muy seguro.
Toca el timbre y coloca sus manos atrás de su cadera, luciendo tan dulce.
Sube su mirada y me sonríe antes de pronunciar palabra.
—Te van agradar.
—Si son como tú, estoy seguro que sí —aparta su mirada y deja ver una sonrisa nerviosa.
La puerta se abre y dos personas con mucha edad lucen sorprendidos de vernos, la señora pone las manos en su boca y sus ojos bien abiertos, el señor solo no lo puede creer.
—¡Ariadna! —grita feliz la señora. Lucía como de unos ochenta años, su cabello totalmente blanco y sus arrugas alrededor de sus ojos cansados, me lo hacía saber, ella ha recorrido una gran trayectoria, así como el abuelo. Sin poder aguantar más, se lanza sobre Ariadna y la envuelve entre sus brazos. Se aparta de ella y el señor hace lo mismo.
—Estoy feliz de verte —dice sobando la espalda de su nieta. Se aparta y los dos quitan la mirada de su nieta para verme a mí. Ariadna se da cuenta y aclara su garganta para que sus ojos dejen de mirarme y se enfoque en ella.
—Él es Andrés...
—¿¡Tu novio!? —pregunta emocionada la señora. Ariadna la ve haciendo una mueca de vergüenza y sus mejillas se sonrojan. El señor solo ríe de la ocurrencia de su esposa. Él es un hombre alto, así de mi tamaño, delgado y con menos canas. Se nota que en su tiempo de juventud se cuidó bastante, no es de esos típicos abuelos que lucen suéteres hasta tapar todas sus manos, pero tampoco de los modernos que les gusta el rock ando roll, su estilo es elegante y relajado.
—Abuela, no —dice Ariadna de inmediato, intentando calmar las emociones de la señora. Ella me vuelve a ver y sonríe, tiene los mismos ojos de su nieta —Andrés es mi amigo.
—Así iniciamos Gabriela y yo —interrumpe el señor. Bajo mi mirada y me aguanto un par de carcajadas, yo había jurado que mi abuelo y mi madre me estaban dejando en vergüenza en frente de Ariadna, pero ya veo que no son los únicos expertos.
—¡Abuelo! —chilla Ariadna, y es primera vez que la veo a punto de explotar por la vergüenza y hacer unos cuantos pucheros.
El señor ríe y la señora le da un golpecito sobre su estómago para que pare.
—Andrés —menciona mi nombre y mis ojos se detienen en su rostro —Mucho gusto—me abraza y yo no sé qué hacer. Se despega de mí —Me llamo Gabriela y me puedes decir abuela si tú quieres, ¿tienes abuela? —pregunta.
—Yo... —la verdad estoy nervioso como Ariadna —No tengo —ella me ve de forma triste y sube sus manos para ponerlas sobre mis mejillas.
—Cariño, aquí estoy —besa mi frente y veo de reojo a Ariadna casi a punto de reír. Presiona sus labios y baja su mirada — Pero pasen —dice tomando mi mano y arrastrándome hasta dentro —Hicimos un rico guisado.
—Amo los guisados —dice Ariadna dejándose caer sobre un sillón con estampados de flores pequeñas. Adentro todavía es más colonial que por fuera, tiene muchos objetos antiguos, pero bastantes agradables.
—Y nosotros amamos que estés aquí —dice el abuelo —Por cierto, me llamo Riley —él se deja caer en uno de los sillones —Sientete como en tu casa, Andrés —asiento y Gabriela me da un toquecito en mi hombro y hace que me siente —¿Y cómo estuvo su viaje? —pregunta quitando la mirada de mí para enfocarse en Ariadna.
—Pues sin la compañía de Andrés, a lo mejor ni me hubiesen visto aquí —Riley regresa la mirada a mí, y sonríe.
—Me alegra saber que eres uno de los principales culpable de que mi nieta esté aquí—bajo mi mirada y sonrío.
Ariadna me contó que tenía como seis meses de no ver a sus abuelos, por muchos motivos, el principal, tenía miedo a viajar sola, ella conduce muy bien, pero cuando se trata de viajes largos, se pone muy nerviosa y piensa que lo peor le puede pasar. Tener a alguien a la par de ella en estos tipos de viajes, le ayuda a drenar esos sentimientos de inseguridad.
—No fue nada, disfruté mucho del viaje, y venirlos a conocer —digo sonriendo y disfrutando del clima muy frío de esta zona. Ellos quedaban cerca de unas montañas muy altas. Por eso la temperatura es más baja que la de la ciudad.
—Iré a servirles el almuerzo, mientras tanto —ve a su nieta y toma su mano —Enséñale a Andrés la casa, ¿quieres? —guiña un ojo mostrando picardía —Vamos cariño, ayúdame a preparar la mesa. Riley se levanta y va tras Gabriela casi a regañadientes.
Ariadna se levanta y toma mi mano.
—Te mostraré algo hermoso que tiene esta casa —dice sonriendo y yo me levanto.
Caminamos sobre un pasillo y una puerta abierta nos espera para entrar y mostrarnos su inmenso patio, no hay límites, puedo observar como un pasto verde nos invita a sentir esa sensación de paz infinita. Un clima helado y húmedo golpea mi rostro cuando Ariadna me jalotea para seguir avanzando, hay muchos animales en un corral al lado derecho, como a seis metros puedo divisar una enorme casa rustica de madera, miro hacia el cielo y escucho una bandada de pájaros buscando los enormes arboles del lugar.
—Creo que esto es demasiado hermoso —digo soltándome de la mano de Ariadna sin querer, para apreciar el cielo y lo que me muestra.
Escucho su risita y eso me hace quitar mi mirada del cielo azul y ver su rostro.
Sus mejillas están muy rosadas, sus labios del mismo color, sube una de sus manos y esconde la mitad de su rostro sobre la manga de su suéter.
—¿Cómo te sientes? —me pregunta acercándose a mí. Toma mis dos manos y me ve esperando respuesta.
—Feliz —digo dando un pequeño suspiro.
Hola, ¿cómo están? Yo aquí media enferma y ya entré a trabajar, este capítulo es bastante corto en comparación a los otros, un poquito más corto, y es que ayer me dio mucha gripe y estuve batallando con eso, todavía ando como que quiero pasar durmiendo, pero ya estoy mejor. Espero que el capítulo les haya gustado aun y con algunas fallas.
Las quiero y que el señor nos ayude en medio de toda esta crisis que estamos pasando 💪🏼♥️
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Querida Idónea. (Borrador)
SpiritualAndrés, aparentemente lo tenía todo en la vida, hasta que un día se dió cuenta que nada de lo que tenía, lo llenaba. Su busqueda y relación con Dios le enseñaran que si bien es cierto, los caminos del señor no son fáciles, traen recompensas eternas...