Salimos de la universidad con un poco de alivio, era fin de semana y no había trabajos que perturbaran nuestra mente por el momento.
—¿Qué harás el fin se semana? —pregunto a Ariadna mientras ella deja caer su mochila dentro de su carro. Da la media vuelta y me ve con una sonrisa colocando las manos en las bolsas de sus jeans.
—Creo que descansaré un poco —suelta una risita. Yo le sonrío.
— Y lo tienes bien merecido —baja su mirada y mueve sus labios de una forma nerviosa.
—Yo... —sus ojos suben a los míos —¿Quieres acompañarme a casa de mis abuelos? —hundo mi ceño y ladeo mi cabeza intentando no sorprenderme por su propuesta.
La verdad no me lo esperaba, pensaba que mi sábado sería como todos lo que he vivido últimamente. Quedarme en casa leyendo, bajar para pellizcar la tarda de manzana de mi madre, ser regañado por ella cuando lo hago, volver a subir al cuarto, caer en la cama, cerrar los ojos y evitar pensar en recuerdos dolorosos.
Ariadna quita sus manos de los bolsillos y se acerca a mí.
—Si no quieres, no hay problema —dice con una media sonrisa.
Niego con mi cabeza, es obvio que quiero acompañarla, quiero estar con ella tan siquiera un día del fin de semana, es tan necesario para mí despejar mi mente de cosas sin sentido, y si es con una buena compañía, mucho mejor.
—Yo si quiero, nada me haría más feliz que conocer a tus abuelos, de hecho, yo vivo actualmente con el mío.
—¿En serio? —pregunta con una sonrisa de satisfacción por mi respuesta.
—También me gustaría que lo conozcas —ella me muestra sus dientes feliz.
—¿Paso por ti?
—¿A qué hora?
—A las ocho.
—Está bien —mojo mis labios y ella muerde un poco su labio inferior. Me inclino para alcanzarle a dar un beso tierno en la mejilla, me quedo por más tiempo cerca su cabello, percibiendo ese delicioso olor a frutos rojos. Me encanta —Pasa por mí y yo te presentaré al abuelo —digo viéndole los ojos en mi misma posición —Le agradaras mucho, estoy seguro.
—Llevaré de los panecillos de canela que tanto te gustaron.
—¿Quieres que explote de felicidad, mañana? —ella enrolla sus manos a mi cuello y pega unos brinquitos feliz alcanzándome a abrazar. Estoy aun inclinado, pero sé que si me pongo en posición recta, Ariadna quedaría entre mis brazos dejando atrás el suelo, muy atrás.
Se suelta y pellizca mis mejillas con sus dedos como si fuera un oso de felpa o un pequeño niño.
—Te prometo que no te arrepentirás —muestro mis dientes, me sentía muy feliz y emocionado como ella. Por ahí he escuchado que tu mal humor se contagia, lo mismo que la felicidad. Yo me alegro de conocer a esta chica que irradia y contagia todo lo bueno.
Recuerdo que pasé semanas enteras amargado por todas las cosas, sin saber cómo se sonreía, como se volvía a ser feliz de nuevo, pero Ariadna lo ha logrado desde el primer día.
—Me tengo que ir — digo, pensado en que no quería hacerlo, no quería despegar mis ojos de su bello rostro, pero lo tenía que hacer, el trabajo en la cafetería que me esperaba.
Ella se coloca un mechón detrás de su oreja, hace una mueca con sus labios.
—Nos vemos mañana, cuídate —le guiño un ojo.
—Tú también —ella sube a su carro y espero para que arranque y salga del estacionamiento.
Pero la fricción de una llanta con el pavimento, hace que aparte mi mirada del carro de Ariadna y mi rostro se arrugue por el fuerte impacto que causó en mis oídos. Empuño mis manos cuando me doy cuenta a quién pertenece ese lujoso mercedes.
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Querida Idónea. (Borrador)
SpiritualAndrés, aparentemente lo tenía todo en la vida, hasta que un día se dió cuenta que nada de lo que tenía, lo llenaba. Su busqueda y relación con Dios le enseñaran que si bien es cierto, los caminos del señor no son fáciles, traen recompensas eternas...