Capítulo 22.

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Estamos sentados sobre una enorme alfombra color gris que esta sobre el piso, con dos tazas humeantes de chocolate caliente, uno en frente del otro, escuchando como la lluvia cae más ligera, sin tanta prisa, quizás sean las diez de la noche, no recuerdo las veces que hemos bajado por una taza más de chocolate, los abuelos de Ariadna hace rato que duermen, y nosotros solo estamos asimilando esos sentimientos que nos rodean como estrellas sobre un cielo oscuro.

Ella no deja de verme dejando que el humo de su taza se deslice muy suave, casi bailando.

—Me gusta ver tu rostro tan iluminado —dice sonriendo.

—Tú eres culpable de eso —digo regresando la sonrisa —Haces que todo sea más bonito —ella baja su rostro y con su dedo índice rodea el círculo de la taza.

—Andrés— menciona mi nombre subiendo su mirada.

—¿Sí?

—¿Qué piensas del noviazgo? —dejo la taza a un lado y me acerco a ella, cuando sé que no hay mucho espacio entre los dos, la miro a los ojos, no podemos dejar de mirarnos, es como una especie de conexión, mi corazón se derrite cada vez que pasa, me siento completo, al mismo tiempo que mi estómago siente un hueco infinito.

—Pienso que es una de las etapas más importantes de tu vida, es ese espacio donde te permites conocer a la persona que formará parte de tu corazón, y no solo de tu corazón, de toda tu existencia.

—¿Lo crees? —pregunta sonriendo y dejándome saber que mi respuesta fue grata a sus oídos.

—Lo creo, creo en todas esas cosas cursis que el mundo rechaza —ella ríe, y yo solo puedo detener su risa con un suave toque en su mejilla —Amo verte así —sus ojos me ven con ternura —Ariadna.

—¿Dime?

—¿Qué piensas de llegar virgen al matrimonio? —su sonrisa aparece, una de las más tiernas.

— Creo que es un principio divino, que no se puede romper —le muestro mis dientes, y ella acerca su rostro más al mío —¿Te estas guardando para tu esposa? —subo mis cejas como un gesto de afirmación.

—Sí —digo sin dudarlo, sin sentir vergüenza, porque simplemente quiero ser cien por ciento honesto con la chica con quien estoy empezando a conocer el amor.

Moja sus labios y traga saliva.

—Eso es...—sus ojos no paran de verme diciéndome mucho —Es lo más genial que he escuchado —deja su taza de chocolate a un lado y toma una de mis manos —¿Dónde estabas? —su pregunta hace que me paralice por completo y la vea como un bobo enamorado.

—Esperándote pacientemente —tomo su rostro y lo coloco en mi pecho, dándole un abrazo, ella se relaja y se acomoda soltando sus brazos y buscando mi cintura. Enrolla sus brazos formando un nudo inquebrantable atrayéndome más a ella.

—¿Crees que Dios lo ha hecho? —su pregunta me confirma algunas dudas que tenía rodando en mi cabeza, y es que él siempre ha estado al pendiente de mi vida, encargándose de cada detalle, de las cosas que me importan y he anhelado desde pequeño.

Siempre pensé en que debía honrarlo con gestos honestos y fuera de lo común en este mundo, siempre pensé diferente al resto de mis amigos, y no titubee ni un solo segundo, cuando en mi vida venían tentaciones, creé una especie de mundo impenetrable en mi cabeza.

La santidad en una relación nunca fue un tema a discusión, por eso es que quizás las chicas con que tuve alguna especie de relación, me notaba diferente y no entendían mi forma de pensar.

—Estoy seguro —digo besando su cabello. Sube su cabeza y se suelta de mi abrazo.

Me ve como nadie lo ha hecho, sus mejillas sonrojadas y su rostro haciéndome sentir el ser más importante, y es en ese momento que me doy cuenta, que ella también siente lo mismo.

Querida Idónea. (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora