Danny Boy

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Era de madrugada cuando despertó, notó que se había dormido en una muy mala posición, por lo que tenía un incómodo dolor tanto en el cuello como en la espalda. Se levantó y se estiró, para luego dirigirse a su cama y ver si tal vez podría continuar con el sueño que tanto le había costado conciliar.

Ya iba a entrar a la habitación, cuando cambió de opinión. Giró y caminó un poco, hasta llegar a la ventana, donde se asomó. La noche estaba totalmente opaca, fría y silenciosa; y en el cielo totalmente nublado, esta vez no brillaban las estrellas. Cerró los ojos y suspiró, "esta noche era como un reflejo de su interior", pensó, "su alma sin brillo, su corazón frío y su mente nublada". Luego, quién sabe cuánto tiempo después, cuando la lluvia empezó a caer, se dijo que las gotas de ésta, eran tan amargas como sus lágrimas.

Entonces se permitió llorar, soltar todo aquello que le hacía doler el alma, todo su dolor reprimido. Tal vez si lo hacía, luego podría descansar, pensar en otra cosa y a pesar de todo, continuar con su vida, como si no acabara de vivir la peor tragedia del mundo. Pero sabía que sólo se estaba mintiendo así mismo, porque ya había pasado más de un mes, y el recuerdo de ese horrible momento, seguía atormentándole el corazón.

Y puede que muchos se pregunten: ¿Qué le ha podido pasara a este hombre, para que parezca tan destrozado?, ¿Qué daño tan grande le han hecho, para que ahora sólo sea una sombra de lo que antes fue? Pues déjenme decirles, que este hombre, de nombre Anthony, ha perdido, de una forma despiadada y cruel, al amor de su vida, a la persona que lo hacía sonreír, a quien había logrado que volviera a ver la luz del sol, luego de mucho tiempo en la oscuridad.

Y entonces, en esta triste noche, la mente de Tony, se inundaba de sus recuerdos. De su cabello, tan dorado como el sol; sus ojos, tan azules y vivos como el cielo en primavera; su rostro, de rasgos firmes y al mismo tiempo, suaves; con un corazón tan inmenso, que no sabía cómo le cabía en el pecho; su personalidad amable y pacífica, pero siempre defendiendo a capa y espada sus ideales y convicciones, con una moral intachable y un gran sentido de justicia, de ese que muy pocos poseen. Era Sheriff del lugar, de ese viejo y pequeño pueblo del oeste. Siempre le estaba haciendo honor a la estrella en su pecho, atrapando bandidos, protegiendo al indefenso, ayudando a otros sin esperar nada a cambio, y sobre todo, haciéndole frente a ese corrupto alcalde, que lastimosamente tenían. Así que por esto y más, la mayoría de los pueblerinos, estaban totalmente seguros de que era la persona perfecta para el puesto.

Pero para Anthony era mucho más que eso. Era calma y su polo a tierra; era quien lo escuchaba y no lo juzgaba; era su hombro donde llorar y su compañía para reír; era quien le hizo volver a sonreír, le hizo brillar el alma y poner a bailar su corazón, al ritmo de la melodía más dulce que había llegado a escuchar. Era quien a veces lo regañaba cuando tomaba demasiado en ese viejo bar del pueblo, pero siempre le acompañaba a casa y luego le cantaba esa antigua canción, esa que hablaba del llamado de unas gaitas y de las rosas cayendo. Le parecía increíble la seguridad y el amor que le trasmitían esas iris de color zafiro.

Le maravillaba esa sensación de ir al cielo, cada vez que se besaban. Y le fascinaba como parecía que en todo el infinito universo sólo existían ellos dos, cada vez que estaban inmersos el uno en el otro.

Y si alguien le hubiera preguntado a Tony, hace un par de años, qué pensaba del amor, éste habría respondido que no existía, que no creía en esos cuentos de almas gemelas, el amor de la vida o en eso del hilo rojo. Pero ¡por Dios! ahora le perecía que todos esos términos tan ridículamente cursis, no alcanzaban a expresar una mínima parte de ese amor que tenían el uno por el otro. Porque sí, se amaban, se amaban como nunca creyeron que se podría amar a alguien... Tal vez por todo esto le dolía tanto su partida.

...

Fue hace más o menos un mes, todo el día había transcurrido como de costumbre, el castaño trabajó en su taller por la tarde y en la noche se dirigió al bar a beber, hasta que le hicieron irse porque iban a cerrar. Cuando salió logró ver a Steve, que de seguro estaba haciendo su ronda nocturna, así que trató de esconderse para que no lo viera, no quería molestarlo. Pero no pudo, sus torpes movimientos típicos de alguien ebrio le hicieron caer, causando suficiente ruido como para llamar la atención del otro.

𝐌𝐨𝐦𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐒𝐭𝐨𝐧𝐲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora