34. EL ÚLTIMO ADIÓS #2

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Solo vengo a contarles que falta menos de CINCO capítulos para terminar. Todo un recorrido!!!!
Besos y lloremos juntas.

William

Me terminé de vestir, colocándome la camisa negra de botones, el pantalón de tela y la gabardina negra larga a la mitad del muslo. Me enrollé una bufanda que había tomado de la habitación de Lui y me puse mis zapatos formales. Odiaba vestirme tan elegante y con estilo para ir a enterrar a mi mejor amigo. Limpié mis lágrimas buscando mis lentes oscuros.

Estos tres días habían pasado como un sueño, uno que quería olvidar. Observé la nieve fuera de mi ventana. Tenía las ganas de salir y caminar en Hyde Park como le había prometido a Abbi, eso no pasaría, no hoy, quizá tampoco mañana. Recuerdos de la última plática que tuve con mi mejor amigo me llegaban en oleadas.

—¿No vas a hacer nada? —preguntaba.

—Lui, siento que te cuesta respirar, ponte el respirador. Te lo suplico —dije viendo cómo sus fuerzas se perdían.

—Tranquilo, solo termino de limpiarlos. Odio cómo mis mocos se meten en esos tubos, es antihigiénico.

Limpiando los tubitos, Lui me observó con esa gran sonrisa como si todo estuviera bien. Sabía que algo le estaba molestando y el dolor se estaba volviendo insoportable. Había ido a su casa después de dar vueltas por las afueras de Londres para calmar mi ataque de celos. Cuando su madre me informó de la recaída, me vine lo antes posible.

—No dejes que me muera sin saber que te quedaste con ella —dijo colocándose el respirador una vez más.

—Voy a quedarme con ella les guste o no a los idiotas de la élite.

—Pero para ella es difícil que no la acepten. Ha sido una chica que ha luchado mucho para que alguien en esta élite la acepte por quien es. No puedes culparla, nosotros tuvimos mucha de esa culpa.

—Lo sé —me restregué la cara con las manos. Tenía toda la razón—. ¿Qué hago?

—Llena la solicitud. Ahí está mi computadora, empieza a escribir, idiota. Las cosas no salen por obra de magia. Tienes que luchar y hacer que las cosas sucedan.

Asentí con la cabeza, tomando su computadora, escribiendo lo que yo ya sabía. Cuando terminé de hacer la solicitud con la ayuda de Lui, la imprimimos recostándonos en la cama, listos para ver una película. Blake apareció treinta minutos después, como era de esperarse, hablamos y disfrutamos del tiempo. Parecía ser el último, y así fue. A la mañana siguiente, me dirigí a la junta matutina de la clave. Los muy subidos estaban hablando de aprobar más presupuesto para infraestructura cuando lo único que necesitábamos era buena educación. Esperando mi turno, entregué la carta y rogué con mi corazón para que aprobaran mi solicitud. Nos tomó casi cuatro horas la discusión. Fue una pesadilla. Cuando, finalmente, tenía una respuesta, corrí a la casa de Lui. Lo encontré peor de lo que lo había dejado esta mañana. Tenía los ojos cerrados y su respiración apenas si salía de su boca. No entendía cómo hace unos días había estado tan bien y de un día para otro estaba tan mal.

—Y... ¿Bien? —preguntó con la voz entrecortada. No podía respirar.

—Lo aprobaron. Puedo comprometerme con Abbi con toda libertad —no dejaba de ver sus ojos esperando a que se abrieran. No lo hicieron.

—Bien... Muy... bien.

—Tienes que resistir y reponerte. Tu bebe...

—Shhh... No lo menciones, me destroza saber que... No voy... —un silencio eterno se extendió—. ¿Lo cuidarás por mí?

—Sin duda —por alguna razón, Lui había dejado los papeles de la paternidad a su nombre bajo mi cargo. Si el niño quería salir de la ciudad, tendría que autorizarlo antes. Incluso yo manejaría el dinero que se le daba a Mary para mantener al niño. Lui no quería a sus padres involucrados y lo entendía.

—Gracias, Will —susurró—, por ser un... amigo... incondicional.

—Yo soy el hombre con más suerte Lui. Te tengo en mi vida, te tuve y te tendré siempre en el corazón.

—Sí, idiota... Siempre. Soy lo... mejor.

Limpie las lágrimas de mi rostro ante el recuerdo de mi amigo. Ayer en la tarde, después de haber ido con Abbi para que se despidiera de él, nos había abandonado. Todos estábamos reunidos en la sala de estar de la mansión Montgomery hasta que su madre entró desplomándose por completo. Corrí a su lado calmando su llanto. Finalmente, anunció que Lui se había ido.

Lo extrañaba más que nunca. No podía imaginarme mi vida sin mi amigo. Lo había tenido a mi lado toda mi vida, desde los cinco años. ¿Cómo diablos iba a seguir sin él? Sentándome en mi cama, tomé una almohada tapando mi cara para que mis gritos no se escucharan. No quería preocupar a Abbi. Mis lágrimas resbalaban sin ningún control. Odiaba este sentimiento.

La almohada no fue suficiente. Abbi entró corriendo con su pantalón negro y su chaqueta a juego lista para abrazarme. Me tomó en sus brazos acunando mi dolor. Era imposible. Me estaba rompiendo por dentro.

—No te voy a decir que te tranquilices, amor. Llora, saca todo lo que tienes por dentro. Es lo mejor —decía al tiempo que subía y bajaba su mano en mi espalda.

No quitaba la cara de la almohada para que Abbi no viera cómo me quebraba pedazo a pedazo. En unos momentos debía ir al cementerio a despedirme del mejor amigo que me había dado la vida.

Como si no pudiera creerme aún lo que estaba pasando, pasé todo el entierro perdido en recuerdos de Lui. Sus comentarios fuera de lugar, su manera de descansar, el modo en que siempre me alentaba a ser mejor persona. Todo eso aparecía en oleadas enormes. Observaba a todas las personas, llorando y dejando flores encima del agujero vacío en que Lui estaba metido, al menos su cuerpo. No iba a quitarme los lentes oscuros por nada del mundo. Había visto mi aspecto antes de salir de casa. Abbi estaba en las mismas, solo que ella era mucho más fuerte que yo. Quizá tenía que ser de ese modo. Uno de los dos tenía que mantenerse en pie para que el otro no se derrumbara. Ella evitaba que me rompiera.

—Lo siento mucho —personas se acercaban a nosotros a rendir sus condolencias. Había dejado de llorar después de que salí del apartamento, me mentalicé en no llorar. Blake no estaba entero, estaba sentado en una silla quebrado hasta los huesos. Cora lo abrazaba de manera que parecía que lo protegía.

Los padres de Lui abrazaban a cada una de las personas de la élite. El llanto, los sollozos y los gritos de dolor eran desesperantes. No quería irme, pero tampoco podía quedarme.

—Sácame de aquí, Abbi —supliqué a su oído. Ella me tomó del brazo sacándome del entoldado que pusieron para que la nieve no cayera encima de nosotros. Caminando a mi deportivo, Abbi tomó las llaves. De haber sido otra situación no la hubiera dejado, nadie manejaba mi deportivo. En estos momentos, me importaba poco. Además, confiaba en ella. Dentro del deportivo, Abbi manejó directo al apartamento. No podía hablar, ni expresar nada. Estaba en shock. Ya no lloraba, ya no me movía. Estaba vacío.

Mi mejor amigo había muerto y una parte de mí se había ido con él. Ahora sí sabía qué era perder.

TENÍAS QUE SER TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora