16. TODO PINTA BIEN

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16.     TODO PINTA BIENAbbi

El aroma a tocino y huevos me llegó de inmediato. Eran las ocho de la mañana, demasiado temprano para mi organismo que se levantaba a las nueve, estos días por alguna extraña razón me estaba levantando más temprano de lo normal. Quizá era por la rutina en la casa de los Hamilton, o porque me ponía nerviosa el hecho de que William estuviera tan cerca de mí. En estos nueve años que han pasado, nunca pensé estar en esta situación donde William se volvía parte de mi todo. Él sería mi rutina diaria.

Pensando en que ya no estaba en la casa de los Hamilton, salí volando de mi habitación para cocinar algo. Por lo visto, William estaba preparando su desayuno, quería decir que yo también podría, además, ya no teníamos que seguir las reglas de su madre, él lo dijo ayer. Aquí hacemos nuestras reglas. Moría por algo con grasa. La fruta con yogur en la casa de los Hamilton no había sido de mi preferencia, pero su madre creía que debía bajar de peso. Menuda mierda. Me pasé un año de mi vida marcando el abdomen para ponerme a dieta y perderlo. No, para nada. Se puede ir a comer ella su fruta, yo necesito la grasa para después ir al gimnasio y quemarla. No por algo me preparé durante todo este tiempo para regresar y que le llamara la atención.

Eso era lo bueno de este edificio, incluía gimnasio, piscina y salón social. ¿Lo malo? Todas las parejas de la élite adolescente y un par de chicos y chicas como compañeros de cuarto vivían aquí. Esos que decían querer su independencia. De esos había bastantes dentro, que eran consentidos en casa y los dejaban libres para ser más consentidos aún con carros del año y apartamentos como estos que costaban una fortuna, William era uno de ellos.

Al llegar a la cocina encontré la misma escena de ayer. La mesa estaba montada para dos personas. Plato, vaso, servilleta de tela. La comida estaba dividida en cada lugar, bien montados. Aún salía humo indicando que todo estaba recién hecho. ¡Apetito al mil! A este paso voy a subir de peso, no bajar.

William salía de la cocina con dos platos de hot cake que lucían increíbles. Nuestras miradas se cruzaron, una mezcla de gris y azul. La sensación de alivio se formó en mi estómago. Esto era lo que siempre había soñado. Exactamente esto, el poder estar juntos y que fuera perfecto. Por primera vez en mi vida creí que esto de verdad podía funcionar sin que fuera una ilusión de niña.

—Hola, pequeña —dijo con su increíble sonrisa—, hice el desayuno. Espero te guste.

—¿Tú? —pregunté sentándome en la mesa para ver lo grandioso que estaba todo. El aroma a café me llegó de inmediato, delicioso aroma matutino. ¿Qué mejor aroma que el del café por la mañana?

—Puedo sorprenderte cuando me lo propongo. ¿Café?

Dejé que me sirviera una taza de café recién hecho. Después de poner un poco de leche en mi taza se inclinó y me dio un largo beso en la frente, como si fuera la cosa más dulce del mundo. Con una sonrisa le agradecí por este detalle tan propio de él. En mis sueños, cuando imaginaba este momento, jamás lo imaginaba con él haciéndome desayuno, arreglando cosas para la cena. Siendo tan cariñoso y atento.

A veces me daba por pensar en la doble personalidad de William, aquella etapa horrible en la que me jalaba el cabello, me gritaba al oído, decía cosas ofensivas y me hacía sentir como que no valía nada. Por otro lado, estaba William el cariñoso, el que se escondía para ver que estuviera bien, darme cariño, pedir disculpas y convencerme que le diera un beso en los labios. Eran dos personalidades tan distintas que no sabía cuál me enseñaría y eso me asustaba. Claro que a los veintiuno no me va a estar jalando el pelo, al menos no involuntariamente. Sonreí ante la imagen pícara que se formó en mi cabeza. Este hombre me ponía demasiado.

TENÍAS QUE SER TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora