1. DESTINO

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1. DESTINO

William


En la élite en Londres se conoce como «mantener el linaje real», yo le llamo «Mierda real». Como parte de la cultura de nuestra vida, estoy destinado a casarme con la chica que mis padres elijan. No tengo opción de ser yo quien dicte las reglas de mi destino, al parecer ya están escritas desde antes de mi nacimiento. En una de las reuniones que tuve con mi padre, me contó que tenían a cinco posibles esposas, mi hermano ya tenía a su chica y al cumplir los veintiuno anunciarían con quien sería mi destino.

Solo deseaba que no fuera fea, o difícil de manejar. Mi hermano había tenido suerte, una pequeña diosa. Jane, la esposa de mi hermano mayor, Paul, era modelo de ropa interior. Sin mencionar que su estatus en la élite era alto. Papá decía que la mía tenía un nivel mucho más alto que la de mi hermano, no necesitábamos subir de nivel, pero sí mantener el linaje. Es por eso por lo que la negociación les llevó años.

Mi familia pertenecía a un linaje de años y herencias de la corona real. Mi tatarabuelo había sido marqués de Westmister y después de ser fiel a la Corona, la reina Victoria, que en paz descanse, le dio el título de duque. Algo que no es normal en el linaje, ya que la posición de duque era solo para los hijos de los reyes.

De igual manera, nosotros velábamos porque el linaje siempre estuviera limpio y cumplíamos a cabalidad con nuestro deber a la Corona para rendir un buen homenaje al título que teníamos. Por eso era importante que la dama con la que me casara fuera digna de ser reconocida como duquesa, ya que algún día Paul o yo, asumiríamos el puesto de duque de Westmister.

Estaba asustado, no iba a mentir. No quería pasar el resto de mi vida con una persona que no me amara, o quizá no soportara. Blake, mi amigo de la infancia, ya conocía a su futura esposa. Ninguno de los dos se quería, por lo que pasaban acostándose con medio Londres sin ningún problema.

—Es mutuo acuerdo —decía Blake—, nos acostamos con otras personas y tenemos la oportunidad de tener nuestros ratos de intimidad. Es como tener una amiga con derecho.

Quizá si no amaba a mi futura esposa, quizá podía ser eso. Una simple amiga con derecho. Había pasado obsesionado con la idea de qué mujer me tocaría, me conocía a casi todas las de la élite. No tenía que casarme hasta después de los veinticinco, por lo que aún me quedaban cuatro largos años. Por el momento la prioridad eran mis estudios y conocer a esta chica misteriosa.

¿Me pregunto cómo será?

—Bueno, hijo, esta noche será la noche —dijo papá frotándome el hombro. Estábamos desayunando en el gran comedor con mis padres y Paul tenía una sonrisa de oreja a oreja. El muy idiota sabía que estaba nervioso hasta la mierda. Le entrecerré la mirada. Si papá y mamá no estuvieran presentes le sacaría el dedo de en medio, pero ese no sería un comportamiento digno de élite.

—¡Es emocionante! —mamá se limpió una lágrima—. Te va a encantar, tienen mucho en común. Además, es hermosa, le falta un poco de arreglo, pero nada que no sea posible.

Levanté la ceja, ¿arreglo? Mierda, para que mamá diga algo como eso no era nada bueno. Suspirando negué con la cabeza. Por favor, que no sea ninguna de las gemelas Aldridge. Esas cosas sí eran feas. Con sus coletas rubias y faldas de niñas. Crucé los dedos. No podían ser ellas. Esperaba que fuera alguna del grupo de las ligas mayores, así les llamábamos a las chicas AAA, esas que eran las mejores. En cuerpo físico. Pensé en Amelie, mi primera y única novia. Siempre soñé con casarme con ella. Era perfecta. La dejé porque regresó a su país. Francia. De no haber sido así, ahora tendríamos un gran problema porque hubiera querido que fuera de la élite.

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