Prólogo

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Anaju inclinó la cabeza y frunció el ceño, perdida en sus pensamientos. Era consciente de que hacía rato que había perdido la noción del tiempo, pero se veía incapaz de volver a la realidad.

Había bastado una sola mano para catapultarla lejos de aquella academia, del salón donde se encontraba sentada en el sofá, rodeada de sus ocho compañeros. Una mano que yacía entre las suyas, un peso muerto que se dejaba sostener y moldear. La volteó, con ceremonia, y se quedó contemplando aquella palma tierna y suave, que le recordaba inevitablemente al tacto candoroso de un bebé. Pasó sus dedos con sumo cuidado por la superficie cálida y notó cada montículo de carne, cada línea hincada en la piel, cada surco esponjoso. Cuando llegó a la punta de los dedos, los apretó con extrema delicadeza, disfrutando de su blandura. Recorrió, entonces, con ambos pulgares la superficie lisa y reluciente de aquellas uñas pintadas de morado.

Se preguntó en qué momento aquella simple extremidad había exigido el control absoluto de su atención. Fascinada con aquellos dedos primorosos, no le extrañó lo más mínimo cuando el impulso de llevárselos a los labios y besarlos le empezó a cosquillear en el trastero del fondo de su mente. Pero el embrujo se deshizo cuando la mano volvió a la vida y los dedos se curvaron y envolvieron los suyos propios. Anaju contempló maravillada el encaje perfecto de ambas manos y disfrutó de la sensación de los dedos entrelazados.

No supo que estaba sonriendo hasta que alzó las mirada, tras el apretón suave de aquella mano amada, y advirtió que alguien se estaba dirigiendo a ella. Parpadeó, deshaciéndose inconscientemente de los últimos retazos de embrujo, y el mundo volvió a tener sonidos.

"¿Uhm?", articuló, centrando su mirada. "Perdona, ¿decías?"

Una sonrisa lenta le devolvió la mirada.

"Que si me la devuelves", respondió divertida la propietaria de la mano. "Necesito ir al baño".

Anaju volvió a parpadear y desencajó lentamente las manos. "¡Oh, claro, perdona!", se disculpó con una sonrisa culpable, depositando la extremidad en el regazo de su compañera. "Toma, te la presto. Pero cuidamela, eh? La voy a necesitar de vuelta"

Apartó la mirada de ella en cuanto ésta se inclinó, alzó la mano amada y le cogió el mentón, llenando su mejilla izquierda de sonoros besos. "Gracias, intentaré no perderla", le prometió antes de levantarse e irse.

Anaju se reclinó en el respaldo del sofá y apoyó la cabeza en lo alto. Cerró los ojos y se dejó arrullar por el murmullo de conversaciones a su alrededor. Estaba a punto de quedarse traspuesta cuando alguien le cogió la mano y se sentó a su lado.

"Jujiti, yo también quiero cosquillitas de las tuyas buenas" le pidió Maialen, pasando un brazo por el respaldo del sofá y mirando a la morena con un brillo travieso. "No se vale que solo se las hagas a la misma persona", se quejó con acento infantil.

Anaju le sonrió de vuelta, empezando a acariciar la mano distraídamente, volviendo a cerrar los ojos. "Mira que eres quejica, eso no es verdad. Le hago cosquillas a todo el mundo. ¡Es el mundo que no me hace cosquillitas a mí!"

Mai apoyó su cabeza en el hombro de Anaju. "El mundo no te merece, somos unos egoístas."

"Totalmente".

"Deberías empezar a cobrar por cosquillita".

"Absolutamente".

"Aunque a mí hazme descuento, eh?".

"¿Y eso?".

"Porque ni de coña podría pagar por un masaje como los que le das a Evitis", declaró risueña.

Anaju abrió los ojos y se quedó mirando el techo, lleno de focos y cableado.

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora