¿Tú o yo? Parte III

264 17 0
                                    

Anaju salía de las duchas, a la mañana siguiente, envuelta en una toalla, cuando vio entrar a Nia y a Eva. Tuvo que hacer unos inesperados malabares cuando el champú intentó escapar de sus manos, intentando rescatarlo sin que se le cayera la toalla. Cuando lo consiguió, alzó la mirada y se encontró con la sonrisa divertida de Eva y un resoplido por parte de Nia. Ésta última se limitó a empujar a la gallega sin disimulos hacia Anaju y se metió en la primera ducha, refunfuñando algo de la ceguera por lo bajo.

Eva se vio impulsada unos cuantos pasitos hacia la turolense, con su propia toalla pegada al pecho y una sonrisa tímida colgando en sus labios. Anaju miró alrededor y alzó las cejas, apretando con fuerza el caprichoso bote de champú sin darse realmente cuenta.

"Buenos días, ¿cómo vas?", le preguntó a la gallega, cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro.

"Bien...", se encogió de hombros, no muy entusiasmada. "He pasado una noche de perros, pero se me pasará", le aseguró con un asentamiento pertinaz de cabeza.

A la turolense no le pasó desapercibido que la castaña parecía hablarle más a su cuello que a sus ojos, y se preguntó si se había dejado algún resto de jabón o, peor aún, suciedad en aquella área. Carraspeo de manera instintiva y la gallega volvió a fijar su mirada en su rostro. Procuró darle una sonrisa sincera, despojándose de aquellos malditos nervios, y alzó una mano para apretarle el hombro.

"Ya sabes dónde estoy, si necesitas cualquier cosa".

"Sí, no te preocupes. Siempre sé dónde estás", le respondió la gallega de manera automática.

Ambas alzaron las cejas sorprendidas y Anaju tuvo que rascarse el puente de la nariz para no sonreír de la manera más boba del universo, como ya se venía temiendo. Acabó asintiéndole a la gallega, complacida, y se dispuso a pasar por su lado para salir de los baños. La detuvo una mano en su muñeca.

"¿Podrías... uhm...? Ya sabes...", empezó a decir Eva, no sabiendo muy bien cómo acabar aquella petición. Se limitó a mirarle la muñeca agarrada y fruncir el ceño, contrariada.

Anaju sonrió enternecida y la acercó a ella, estrechándola entre sus brazos con cariño. Sintió las manos de la castaña subiéndole por la espalda y anclándose en sus hombros.

"Éstos no hace falta que me los pidas, bollito", le aseguró con dulzura, mientras apoyaba su mejilla en la tierna oreja de la gallega. "Pero avísame cuando te sueltes, no quiero quedarme en pelota picada".

"¡Oh, es verdad!", se exclamó Eva, bajando las manos instintivamente y sujetándole a la turolense la toalla en su sitio.

Ambas acabaron riendo y relajándose, haciendo mucho más cómodo el abrazo. La verdad es que la morena los había echado de menos. Se había mal acostumbrado a ellos durante la primera semana, cuando ni ella ni la gallega tenían reparos en achucharse un par de veces o tres al día.

"Echaba de menos esto", confesó la castaña, pareciendo leerle los pensamientos.

"Uhm, lo sé", coincidió Anaju, cerrando los ojos y disfrutando de la paz del momento.

Era una conexión tan extraña, pero a la vez tan potente. Daba un poco de vértigo, pero con tan solo entrar en contacto, una burbuja las envolvía inmediatamente. Las aislaba del mundo exterior de manera protectora, contundente, sellando la unión casi con celosía. Separarse no solo costaba físicamente, sino que les resultaba difícil a nivel emocional. Allí dentro eran tan libres, los sentimientos eran tan latentes, que no cabía ningún tipo de duda o confusión. Allí dentro todo era cristalino y verdadero.

Y, sobretodo, no había lugar para el miedo.

Anaju depositó un beso en el temporal de la gallega, y ésta le dio uno en la clavícula, aún ligeramente mojada. Se miraron y se sonrieron cómplices.

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora