Dori

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Anaju atendió a las explicaciones que le daba la enfermera del Hospital Clínic de Terrassa, mientras jugueteaba con el vaso medio lleno de agua que tenía entre las manos.

"Así que no te preocupes. Una horita, más o menos, y tu madre y tu tío ya estarán aquí, ¿de acuerdo, cielo?", le informó toda sonrisas la joven, con gesto amistoso.

Anaju le devolvió la sonrisa, sinceramente agradecida. Era agradable encontrar un rostro afable y cercano entre tanto profesional de bata blanca. Se había pasado lo que le pareció una eternidad hablando con dos especialistas de la psiquiatría y, aunque de trato correcto y formal, no dejó de tener la sensación de que la estaban analizando como un caso especialmente curioso de su especialidad.

Unos golpecitos suaves tocaron la puerta de aquella pequeña sala de consultas y la alegre enfermera se apresuró a ir a abrirla. Cuando el rostro de la directora de la academia asomó por el marco, Anaju no pudo evitar emocionarse terriblemente.

"Hola, hola, ¿Qué tal la amnésica preferida de la academia?", saludó la mujer, entrando con una amplia sonrisa a la estancia, saludando a la enfermera cuando ésta se despidió.

"¡Noemí!", exclamó la turolense, levantándose de la silla en la que había permanecido durante horas.

"¡Ah, ah, quieto ahí, torito bravo!", la detuvo con la mano en alto. "Ya sé que parecerá irónico en este caso, pero seguro que no te has olvidado de la distancia social"

Anaju detuvo sus pasos con dolor en el alma y se quedó mirando a la directora con verdadero desconsuelo. Ésta se echó a reír, sacudió las manos para que volviera para atrás y se sentara de nuevo.

"A ver, cuénteme, ¿cómo está usted, María Antonia?", le preguntó, sentándose en la silla junto a la de ella, al frente del escritorio principal de la consulta. "Ya me han dicho que no has parado de preguntar por nosotros y por el programa.", se inclinó, con aires conspirativos. "Que sepas que seguimos igual de locos que siempre, no nos has tomado mucha delantera, la verdad", le confesó alegremente.

Y Anaju se echó inevitablemente a llorar. Sintió un alivio tan inmenso de ver aquella segunda figura materna y que trajera con ella aquel humor inconfundible y aquel olor tan familiar a academia. No supo lo perdida y desubicada que se había sentido durante toda aquella noche hasta que no tuvo a la directora, sonriéndole como si nada hubiera pasado, delante de ella.

"Noemí, no me dejéis aquí. Te juro que me voy a poner bien. Sólo me ha dado una pájara o yo que sé...", suplicó, medio enfadada consigo misma.

"Una pájara de 2 días, hija mía", rebatió la directora, alzando las cejas burlona.

Anaju tuvo que sonreír, pero sacudió la cabeza.

"Pero mírame, ya estoy bien. Te estoy hablando bien", le aseguró, algo desesperada.

"Si yo te creo, cariño mío, pero cómo sé que no vas a olvidar esta conversación en menos de una hora, ¿uhm?", le planteó, sacándose las gafas y suspirando, cuando Anaju bajó la mirada, incapaz de responder. "Mira, vamos a hacer las cosas bien. El protocolo exige un seguimiento de 24 horas. Además, tienes un super plus: vas a poder estar con tu familia, ¿qué más quieres? Piensa que, a lo sumo, sólo te vas a perder un día de academia."

Anaju alzó la mirada, esperanzada.

"¿Eso es verdad?"

La directora se encogió de hombros, práctica.

"¡Pues claro! A ver si te piensas que OT tiene póliza para la locura de amor transitoria."

Anaju se la quedó mirando perpleja, con el llanto completamente olvidado, y cejo fruncido.

"Yo, personalmente, adoro a Dori, de Buscando a Nemo, pero sería un coñazo tenerla bajo contrato, el seguro no le cubriría ni la mitad del cerebro de garbanzo que tiene, pobrecita mía", volvió a inclinarse, con sonrisa burlona. "Y deja que te cuente un secreto, amiga mía. Tu cerebro es maravilloso y espectacularmente sabio. Te ha salvado el culete esta vez, pero menudo susto nos has dado. ¡Creía que el programa te había fundido los cables! Y nada de eso, querida Ana Julieta."

La turolense no supo qué contestar a aquello. Tenía la desagradable sensación, una vez más, de haberse perdido más de la mitad de la película.

"No te preocupes, sé que piensas que hablo en chino. Pero, ¿confías en mí?", le preguntó, desafiante, echándose hacia atrás en la silla. "¿Quieres que te demuestre que estás sana como una manzana?"

Anaju alzó las cejas, entre esperanzada y temerosa.

"He hablado con los médicos, no sufras. Les ha encantado mi propuesta. Y, de hecho, creen que es la mejor y más eficaz, en estos casos".

"Noe, me estás asustando. No sé qué te traes entre manos, pero si me saca de aquí...", sacudió la cabeza, sin remedio. "Pues me apunto, sin pensarlo".

"¡Así me gusta! Sabía que seleccioné a los más valientes", se alegró la directora, que se puso de pie de un salto y se dirigió a la puerta.

"¿¡Pero te vas!?", exclamó la turolense, poniéndose nerviosa.

"Yo sí", le informó alegremente, abriendo la puerta. "Pero ella no", anunció, señalando hacia el exterior.

Una tenue figura se dibujó en el marco de la puerta y entró en la consulta algo dubitativa. Pero en cuanto conectó la mirada con la de la turolense, iluminó la estancia entera con la sonrisa más brillante que Anaju había visto jamás en toda su humilde vida. Un dolor en el pecho hizo que se encogiera y una punzada en la sien la echó para atrás en la silla. Se le empezó a nublar la vista y tuvo que llevarse una mano al torso, cuando el corazón se le desbocó dolorosamente. Notó al instante los síntomas de un ataque de pánico, tan repentino como inexplicable, y se le escapó un gemido lastimero.

La figura se apresuró a acercarse y, a diferencia de la directora, no dudó en cogerle la mano en el pecho y a acunarle el rostro con la otra. Le clavó una mirada de mar embravecido y la ancló en aquella silla de manera implacable.

"¡Espera, no te vayas!", le suplicó, con voz de sirena. "Quédate conmigo, mi amor. No te vayas..."

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora