A caballito

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Eva no supo si fue por casualidad o por el destino caprichoso, pero el caso es que le tocó formar equipo con Anaju y Hugo en el circuito de ejercicios que les había montado Cesc en la clase de fitness.

Procuró mantener la naturalidad y mostrar verdadera ilusión cuando les designaron los grupos. Pudo oír a Samantha de lejos pedir a la desesperada palomitas y a Maialen troncharse de risa a su lado. Nia buscó su mirada y le transmitió calma, con un cómplice guiño de ojos. Hugo por su parte se limitó a ponerse al lado de las dos chicas, delante de las escaleras del salón de ensayos. Y, entonces, pudo sentir unos dedos por su antebrazo deslizarse hasta su mano, apretándola brevemente. Se giró para ver a Anaju a su lado, quien le soltó la mano de inmediato y la miró de reojo, con una sonrisa en los labios.

Eva tuvo que bajar la mirada, algo aturullada por la situación, pero tranquila al sentir el apoyo incondicional de la turolense. Al fin no se sintió sola ante aquel toro. Tenía una compañera de viaje y no se le pudo ocurrir nadie mejor que la turolense para afrontar aquel obstáculo o cualquiera que se les presentara.

El circuito consistía en una serie de sprints, una especie de carrera de relevos, dividida en tres rondas. La primera consistiría en correr individualmente de ida y vuelta, chocando la mano con el compañero que la esperara para darle la salida. La segunda era exactamente lo mismo, pero en lugar de chocar la mano, había que jugar un rápido piedra, papel y tijeras, no pudiendo salir el compañero que esperaba hasta que ganara. Y la última ronda consistía en llevar a caballito a uno de los compañeros, correr de ida y vuelta, y luego pasárselo al siguiente para que hiciera lo mismo.

Aquello, evidentemente, fue un caos al principio.

Pero de lo que no sólo se dio cuenta ella, sino también todos sus compañeros e incluso el profesor de fitness, fue de la repentina rivalidad y afán de competición que surgió entre Hugo y Anaju. En principio pareció un juego travieso entre amigos picados, pero al final se asemejó más a una lucha encarnizada.

Sin que le dieran opción a elegir siquiera, ambos rivales decidieron al unisone que sería Eva la cargada en la última ronda de sprints a caballito. Por supuesto, la gallega no protestó, agradecida de librarse del ejercicio. Pero la cuestión es que le dio la sensación de que no le habían dejado ninguna alternativa.

Primero la cargó un Hugo embravecido, que la hizo tambalear de forma alarmante durante toda la endemoniada carrera que se marcó. Tuvo serios problemas para mantenerse en lo alto del cordobés, que parecía haberse olvidado que transportaba a un ser humano y no a un saco de patatas.

Cuando le tocó el turno a Anaju, Hugo casi le lanzó a la castaña en volandas. Eva ni siquiera llegó a tocar el suelo con los pies. Emitió un grito de horror cuando se vio precipitada hacia la espalda de Anaju, pero por suerte aterrizó perfectamente para poder acoplarse. Oyó a la turolense unos segundos antes de emprender la carrera. "Cruza los pies en mi vientre", le ordenó con determinación, empezando a correr.

Eva así lo hizo, ancló sus pies en una especie de nudo, envolviendo la cintura de la turolense con las piernas en un agarre mucho más firme. Se abrazó a sus hombros con mayor seguridad y cerró los ojos, sonriendo medio asustada. Oyó a Anaju reírse cuando tuvo que dar la vuelta y casi las tumba la inercia del movimiento, pero recuperó el equilibrio en décimas de segundo. "¡Tranquila, te tengo!", le aseguró, emprendiendo la carrera de vuelta.

Y Eva tuvo que reconocer que se estaba divirtiendo de lo lindo. Apretó los dientes y abrió los ojos, advirtiendo que los otros equipos estaban en peores apuros que el suyo. Quizás tenían alguna opción de ganar. Un chute de adrenalina le recorrió la columna vertebral cuando las posibilidades ya eran más que patentes.

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora