Jane & Tarzán

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Lo primero que notó Eva al entrar en la consulta fue el innegable aspecto desmejorado que lucía Anaju. Se le partió el corazón al verla tan pequeñita y asustada, intentando prácticamente trepar por la silla de puro terror. Y lo segundo, y más doloroso, fue que era ella el origen de aquel espantoso horror que invadió a la turolense nada más verla.

Pero su instinto actuó antes que su desazón, ya habría tiempo para lamentarse y lamerse las heridas más tarde. Sin pensárselo siquiera, se le fue el cuerpo, hincó una rodilla en el suelo y alzó las manos para tratar de alcanzar de algún modo a aquella criatura indefensa y atormentada. Supo de inmediato que estaba apunto de perderla, su psique no podía ni aguantar su presencia. Así que le habló alto y claro a la Anaju que sabía que aún había ahí dentro, soterrada bajo todo aquel caos de inseguridades y dolor.

"¡Espera, no te vayas!", le pidió con desesperación, intentando que le devolviera la mirada al cogerle el rostro y así poder traspasar todos aquellos muros que se alzaban a una velocidad pasmosa ante su impotente mirada.

Dios mío, ¿cómo podía causarle tal visceral rechazo a alguien? ¿Tal devastadora sensación de angustia y temor? Sus peores pesadillas se estaban haciendo realidad. Ella, que siempre había sufrido por la no aceptación de los demás, ahora que sólo le importaba una, era a la que mayor desprecio le causaba.

Y en un arranque de frustración, cuando estuvo a punto de maldecir al karma, Anaju pareció reconocer su voz, milagrosamente, y dejó de retorcerse y tratar de alejarse de ella como si fuera el mismísimo diablo. Se detuvo abruptamente y parpadeó contrariada. La miró con desconfianza y ceño fruncido, como si la hubiera descolocado completamente. Seguía habiendo recelo en su mirada, pero también cierto atisbo de curiosidad.

Eva se tragó su propia angustia y apostó alto de nuevo, tratando de comunicarse con el lado afectivo de su compañera, una vez más.

"Quédate conmigo, mi amor. No te vayas...", le volvió a suplicar, esta vez sintiendo cómo las lágrimas se le acumulaban en los ojos, pero luchando contra ellas.

Tenía que ser fuerte, demostrarle a aquel ser de luz que era digna de su confianza. No sabiendo muy bien qué hacer y dejándose guiar por sus instintos, apartó las manos de la morena y las sostuvo en el aire. Las mantuvo a la altura de su rostro y se las ofreció, cual ofrenda de paz.

"¿Lo ves? Soy yo", le aseguró, con voz trémula, al ver que Anaju se fijaba en aquellas extremidades con creciente interés.

Dudó unos segundos, que a Eva se le hicieron eternos y durante los que su alma se mantuvo en vilo, pero al fin Anaju alzó su propia mano y le pasó un dedo tentativo por la palma. A la gallega se le entreabrieron los labios y soltó a duras penas un suspiró contenido, temerosa de perturbar aquel momento de lo que le pareció pura magia.

Ambas acabaron mirando, en absoluto silencio, cómo Anaju dibujaba el perfil de una de sus manos, profundamente concentrada. Al acabar el recorrido y llegar de nuevo a la muñeca de la gallega, la morena bajó la mano y alzó la mirada. Eva tragó el nudo que tenía en la garganta y procuró sonreírle con todo el afecto que tenía a punto de explotarle en el pecho.

"Soy Eva, mi amor", le susurró suavemente y, aprovechando que aún tenía la mano alzada, la intentó acercar de nuevo al rostro impertérrito de la turolense.

Cuando no se apartó y dejó que le acariciara la mejilla, Eva sintió cómo las primeras lágrimas se le precipitaban irremediablemente por el rostro. Se le escapó un gemido mezclado con una pequeña risa cuando Anaju imitó su gesto y acunó la mejilla de la gallega, aunque sin expresión alguna. Cerró los ojos y se apoyó en aquella agradecida e inesperada caricia. Volteó el rostro y le besó la palma con sentidos besos, dejando que el llanto la desbordara al fin.

No la había perdido...

Al menos no del todo.

Volvió a mirarla, con los sentimientos a flor de piel, y entonces Anaju volvió a imitarla, besando su palma. Y al hacerlo, algo cambió bruscamente en ella, de nuevo. Eva se quedó estupefacta, con la cara empapada en lagrimones, cuando la turolense le agarró repentinamente la muñeca y apretó el rostro contra su mano.

"Eva...", murmuró en la palma, antes de alejarse y observar la extremidad muy seriamente, para luego darle un íntimo y largo beso.

"Oh, dios...", se le escapó un sollozo a la gallega.

Completamente abrumada, se llevó la mano libre a la boca para no interrumpir aquel nuevo y primoroso momento. Anaju giró el rostro y parpadeó un par de veces, en lo que parecía estar sacudiéndose los últimos vestigios de confusión.

Inclinó la cabeza y pareció reconocerla al fin.

"¿Eva?"

Ésta asintió muchas veces seguidas, sonriendo feliz entre lágrimas, incapaz de articular palabra alguna.

"¡Ohg, madre del amor hermoso!", se escuchó tras ella, mientras la directora se enjuagaba sus propias lágrimas. "Esto es un Tarzán y Jane en toda regla, ¡por el amor de Dos!", abrió la puerta, sonándose la nariz. "Me voy, no puedo más con vosotras. Tamara, prepara la furgo, nos piramos de aquí. ¡Esto es un mamoneo de mucho cuidao!".

Eva al fin estalló a carcajadas, volviendo a coger el rostro de Anaju, esta vez sin titubeos. Le acarició la nuca y pegó la frente a la de la turolense. Soltó un profundo y sentido suspiro. Miró en las profundidades de aquellos preciosos iris castaños, ahora cristalinos y libres de turbulencias, y le sonrió con inmenso afecto.

"Hola, tú...", murmuró con dulzura.

"Hola, bollito..."

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora