Tripas retorcidas

263 17 0
                                    

La disparidad de emociones que sentía Anaju le estaba empezando a provocar una indigestión y de las buenas. Mientras ensayaba en la sala de Capde con el piano el tema de la semana, sintió de nuevo unas punzadas que le revolvieron el estómago. Tuvo que detener sus dedos en las teclas escurridizas y se apretó el vientre con la mano libre.

No sabía exactamente cuál era la razón de su repentina indisposición, pero sí cuando empezó. Fue de madrugada, cuando Hugo vino a su cama, oliendo como una chimenea de tabaco y le pidió, a la desesperada, que saliera con él a la terraza.

Estuvieron largo tiempo hablando de la charla que tuvo con Eva aquella misma noche. La turolense se esforzó en escuchar atentamente, pero desde que el cordobés le anunció que la gallega había puesto fin a su relación como pareja, su cerebro se empeñó en vagabundear a diestro y siniestro, atolondrado.

Se sintió, francamente, sorprendida, aunque no había que ser un lince para darse cuenta de que la castaña se había enfriado durante la cuarentena, eso Hugo lo tenía claro. Pero lo achacó a la distancia, al alboroto que se había formado alrededor de ellos, siendo Eva la más perjudicada por las críticas. Tenía la esperanza y certeza de que en cuanto se volvieran a reunir, lograría que la gallega volviera a su lado con sentimientos reforzados.

Pero para sorpresa de él y de toda la audiencia, pasó justamente todo lo contrario.

Apesadumbrado y hundido, Hugo le pidió consejo para recuperarla aquella misma madrugada, incapaz de aceptar haberla perdido sin remedio. Y Anaju se vio en serios problemas para darle una respuesta honesta y medianamente plausible. Lo único que le pudo decir era que esperara un tiempo a que las cosas se normalizaran. Eva, probablemente, se había alejado de manera inconsciente de aquello que le hizo daño, y parte de aquello representaba el mismo Hugo. Era un modo de protegerse, quizás no fuera nada personal, intentó tranquilizarlo. Dentro del programa iba a ser difícil, pero qué mejor manera de empezar que intentando recuperar la naturalidad en su relación. Después quizás la amistad y, ¿quién sabe si pudiera ser posible ir un poco más allá? El cordobés se sintió bastante satisfecho con la idea y pareció animarse un poco, agradecido por sus palabras.

Palabras que, con tan sólo pronunciarlas, a la turolense le dolió la boca del estómago. No estaba acostumbrada a ir en contra de su naturaleza, a negar la llamada imperiosa de su instinto, que le gritaba desde las entrañas que no sólo estaba mintiéndole a él, sino también a sí misma.

Ya iba siendo hora de reconocerse algunas verdades, a aquellas alturas de la película. Y es que la idea de volver a ver a Eva junto al cordobés le provocaba un dolor sordo en el pecho, una especie de virulenta urticaria.

Se recolocó las grandes gafas un tanto incómoda y se miró la mano que aún reposaba en las pálidas teclas. Empezó a tocar una melodía errante, lenta, que poco a poco fue tomando cuerpo. Cerró los ojos y repitió los mismos acordes una y otra vez.

¿Cómo puedes haberte involucrado de esta manera?, se reprochó apesadumbrada, recordando el rostro desencajado de su amigo, suplicándole ayuda como quien pide caridad.

Valoraba muchísimo la amistad que tenía con el cordobés, que siempre había estado a su lado y habían acabado siendo mucho más que un apoyo el uno para la otra. Un apoyo incondicional y sincero, algo muy difícil de encontrar a día de hoy, desprovisto de cualquier tipo de interés. Las entrañas se le revolvían solas de tan solo pensar lo que le dolería al rubio si supiera de sus sentimientos encontrados con el objeto de su adoración.

Y entonces se recordó a sí misma, tumbada en la cama de su casa, con el móvil apoyado en la almohada, observando a Eva tocar con el ukelele su última composición por videollamada a altas horas de la madrugada. Se descubrió sonriendo extasiada, llena de orgullo, maravillada con el talento y el ingenio de la castaña. Había compuesto, nada más y nada menos, que una canción dedicada al cautiverio de las orcas.

"¿Orcas?", se recordó preguntando atónita, antes de que Eva se la cantara.

"¡Sí, orcas!", le aseguró una Eva entusiasmada, acercándose más a la cámara desde su propia almohada. "¿Tú te puedes imaginar lo que deben sufrir esas pobres criaturas? Ni siquiera saben que no pertenecen a ese lugar, añoran algo que ni siquiera conocen, en esa cárcel de cristal y en esa agua marina artificial. ¡Eso es espantoso!", se horrorizó, negando con la cabeza decepcionada.

Anaju pensó que Eva tenía una nariz respingona terriblemente encantadora cuando casi la pegaba a la cámara. Y, además, a través de la pantalla de su móvil, los ojos de la gallega parecían ridículamente de otro planeta. Aquel azul era sencilla e insultantemente imposible. Casi se esperaba que si achicaba los ojos y se concentraba, Eva podría ser capaz de lanzarle un rayo metalizado que atravesaría su pobre móvil y la fulminaria ipso facto en aquel lugar.

Y, en cuanto empezó a cantar, no pudo contenerse y le dio a la opción de grabar. Se había visto aquella particular actuación más de un centenar de veces, a escondidas de la gallega, que sólo era consciente de que tenía la versión a voz de aquella obra maestra espantosamente original. Creyó que era por la sincera admiración que había empezado a crecer dentro de la turolense por la castaña durante aquellos meses de pandemia, cuando realmente se habían descubierto la una a la otra. Se sentía como una especie de fan, obnubilada y encandilada por aquella diosa de los mares. Necesitaba su dosis diaria de la gallega, ya fuera en forma de mensajes, llamadas o canciones.

También pensó que la obsesión de Hugo para con ella se le había podido pegar un poco. Bastante. Empezó a verla a través de la mirada enamorada del cordobés y descubrió aspectos de ella de los que no había sido consciente hasta entonces. Como, por ejemplo, las manos. ¿Cómo se le habían podido pasar por alto aquellas deliciosas y delicadas manos de porcelana? Quizás si no fuera por la fijación de Hugo con ellas, Anaju no se habría parado ni un segundo a mirarlas.

Otra cosa con la que se sorprendió fue con las tonalidades graves de la tesitura vocal de Eva. Cuando bajaba la laringe y le cantaba canciones con aquellos graves rasgados, vibrantes y envolventes, Anaju tenía que contener en más de una ocasión algún que otro escalofrío de placer.

Eran electrizantes, embriagadores, hipnotizantes.

Probó a reproducir aquellas tonalidades con el piano, pero otro latigazo de dolor la obligó a encogerse y acabó la melodía con la mano apoyada en todas las teclas., produciendo un golpe de sonido dramático.

"¡Por dios, qué cuadro!", exclamó Samantha, quien había presenciado la escena nada más entrar en la sala. "¿Estás bien? Chica, parece que vayas a parir, así te lo digo."

Anaju alzó una mano, en pleno ataque de dolor y la sacudió. "Tranquila, llevo todo el día así. Seguramente será que tiene que bajarme la regla".

Sam alzó una ceja y se la quedó mirando escéptica. "Ya, lo que tu digas. Voy a por Noe", le informó, dando media vuelta sobre los talones con una especie de gracia.

"¡No, mujer, no seas exagerada!", intentó protestar la turolense, pero la valenciana ya se encontraba a la altura de la clase de Iván, llamando a Mariona. "¡Mierda...!"

Intentó incorporarse del banco, pero una nueva oleada de dolor la mantuvo clavada en el sitio. Lo último en lo que pensó fue que aquello no podía ser sino alguna jugarreta retorcida del maldito karma.

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora