¡Señoras y señores!

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Después de la catarsis de grupo que se produjo en la habitación aquella noche, todos parecieron ser más conscientes de las razones por las que estaban allí. Habían intentado sincerarse, mostrar sus verdaderas inquietudes y miedos, en un ejercicio de conciencia grupal, para posteriormente debatir cuáles eran las mejores maneras de sobrellevar la presión mediática del programa sin acabar de perder la poca cordura que les quedaba.

Estaban comprometidos y dispuestos a darlo todo, pero también estaban de acuerdo en que no lo iban a hacer a cualquier precio. Se hicieron la sincera promesa de pedir ayuda en cuanto la necesitaran y dejar de esconderse en sí mismos y mismas. Quedaban tres semanas y como grupo, como equipo, las iban a sobrevivir más juntos que nunca.

Dispuestos todos alrededor de las literas del medio, unos arriba, otros abajo y algunos sentados en el suelo, hicieron un pacto de supervivencia, muchísimo más verdadero y significativo que el -ivo tatuado en sus cuerpos.

Lograron volver a restablecer la paz y el buen ambiente, como bien reinaba la paz después de cualquier tormenta. Y Eva se descubrió más unida a aquellas siete personas que incluso algunas amistades de su vida real.

Sentada junto a Nia, en la parte alta de una de las literas, bajó la mirada y vio cómo Anaju permanecía sentada en el suelo, apoyando su espalda en el pecho de Hugo, quien la acogía encima de él con las piernas abiertas. Probablemente el cordobés les estaba contando alguna de sus fechorías, dado que Anaju lo escuchaba con una sonrisa incrédula mientras se arreglaba las uñas con una lima.

A su lado, Maialen yacía acostada en el suelo, con la cabeza apoyada en uno de los muslos del rubio, completamente tronchada de risa. Bruno también lo escuchaba divertido, dándole un masaje a los pies a la pamplonica sin ni siquiera ser muy consciente de ello.

En la cama de enfrente, recostados en el colchón, observó a Flavio envolviendo protectoramente a una Samantha medio anestesiada. Prestaban atención a medias al cordobés, dado que de vez en cuando el murciano soltaba alguna que otra risita o la valenciana hacía un comentario sarcástico.

Nía, a su lado, hacía ya rato que le peinaba la melena. Eva sospechó que la improvisada sesión de peluquería era más un ejercicio de relajación para la canaria que una necesidad real. Acabó distraída haciéndole y deshaciéndole un par de trenzas. A veces altas, otras bajas y otras pegadas al cuero cabelludo, para finalmente acabar dándole un agradecidísimo masaje capilar.

En aquel momento, medio dormida por las atenciones de la canaria, Anaju le devolvió la mirada. Supuso que le parecería un cuadro lo que vio, porque la sonrisa que se le formó inmediatamente era de profunda guasa. Eva parpadeó unas cuantas veces, para despejarse la vista y sacudirse un poco el sueño de encima, y la volvió a enfocar. Esta vez vio cómo Anaju movía los labios y le decía algo sin palabras que sólo ella pudo ver.

Se le derritió el corazón y se le hizo pura miel.

Eva sonrió, inclinando la cabeza y apoyando la mejilla en una de sus manos, sintiéndose ridículamente atontada. Se limitó a besarse la punta de los dedos y lanzarle un teatral besito, el cual envió con un dulce soplido. Anaju fingió cómo este le impactaba directamente en el corazón y la fulminaba en el acto, dejado la cabeza desplomada en el pecho del cordobés.

"De verdad que estáis fatal, eh...", oyó a Samantha, desde las profundidades del abrazo de Flavio.

Nadie pareció advertir el comentario, así que Eva se sintió razonablemente camuflada para responderle. "Mira quién habló..."

La valenciana sonrió ampliamente y le guiñó un ojo. "Toché", le contestó, sacándose un imaginario sombrero de la cabeza.

"Gente, yo me voy a mimir. Creo que ha sido el día más largo e intenso de la historia", anunció Nia, sacándole los dedos de la cabellera a Eva.

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora