Magia

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Eva deslizó la yema de sus dedos delicadamente por los brazos de Anaju, erizándole la piel, mientras se inclinaba hacia ella. El aire pareció aumentar su densidad y los movimientos se hicieron lentos y pesados, como si estuvieran debajo del agua. La turolense observó cómo los párpados de la gallega caían rendidos, desenfocando su mirada azulada y perdida. Imitó el gesto por instinto y se preparó para lo inevitable, con el corazón haciéndole cosquillas.

"¿Qué hacéis?"

Anaju se quedó sostenida en el aire, con los ojos aún cerrados, cual estatua marina hundida en las profundidades del océano. Un vestigio de un naufragio trágico y olvidado. Frunció los labios y apretó los párpados, sintiendo ya las primeras ráfagas de la frustración que se le avecinaba, amenazándola con enterrarla en aquel fondo marino. Bajó la cabeza e inspiró para sus adentros.

Era demasiado bonito para...

"Besarnos, ¿no lo ves?", oyó cómo respondía la gallega.

Notó, entonces, unos delicados dedos subiéndole el mentón, una suave caricia en la mejilla y, al fin, unos labios tiernos y carnosos posados sobre los suyos. Tuvo que abrir los ojos para cerciorarse de que aquello formaba parte de la realidad y no de los delirios de su imaginación recién frustrada. Parpadeó cuando sintió cómo la otra mano de Eva se unía a la primera y le acunaba el rostro, mientras aumentaba la presión sobre sus labios.

La estaba besando, efectivamente.

Anaju cerró los ojos, con algo parecido al vértigo, cuando la dulce certeza de aquel beso alcanzó al fin su raciocinio. Aquello no era un pico entre amigas. Aquello era un beso. Un beso que pudo durar unos cuantos segundos, pero que ya formaba parte de su memoria a largo plazo para los siglos de los siglos.

Eva se separó con sumo cuidado, sin retirar las manos de su rostro. Anaju abrió los ojos al oír el delicioso chasquido de ambos labios al desunirse. La gallega le devolvía una mirada profunda, casi turbulenta, cargada de algo que a Anaju le robó el aliento por unos instantes.

Y entonces Eva parpadeó, aleteando sus largas pestañas, y el candor de su mirada desapareció por arte de magia. Como si hubiera sido el más breve de los espejismos. Se apartó de ella y le sonrió a la persona que estaba en el marco de la puerta, aún con la mano en el picaporte.

"¿Quieres uno tu también?, le dijo primorosa, con una risa floja y traviesa.

A Hugo se le dilataron los ojos y Anaju tuvo que apartar la mirada, aún algo traspuesta por lo que acababa de ocurrir. Sin duda, su reflejos no eran tan ávidos como los de Eva. Comprendió la táctica de la gallega un tanto a deshora, y se sorprendió de su capacidad de improvisación prácticamente instantánea.

O eso quiso creer, porque la alternativa era demasiado dolorosa.

Sabía que Eva era besucona, tanto con unos como con otras, pero aquello no podía haber sido el caso.

No quería que hubiera sido el caso.

Se levantó del taburete, cogiendo su libreto de canciones y cerrando el programa de edición del ordenador. Les dio la espalda a la pareja mientras cogía su botella metálica de agua y engullía medio contenido de una sólo trago. Tomó todo el aire que pudo, cerró los ojos por unos instantes y, al girarse, procuró colgarse la mejor de sus sonrisas.

"Apartad de mi camino, pececillos besucones", les soltó, pasando por en medio de los dos. Bajó al trote los escalones del salón de ensayo y se fue directa a cenar, sin mirar atrás.

Aquella noche, en la habitación, procuró participar en todas las conversaciones y apuntarse a todas las fechorías. Se vino tan arriba, que acabó besándose con Samantha y con Bruno, éste último cayendo al suelo por la intensidad del beso.

Si había que dar espectáculo, había que darlo por todo lo alto.

Se acostó en la cama de Nia y jugueteó con sus manos, mientras charlaban con Maialen en la cama de al lado de dietas vegetarianas, teorías conspirativas de la ley de Murphy, de zapatillas hechas por niños explotados asiáticos y de sus proyectos de jubilación, siendo el de la pamplonica una casa en el monte con centenares de perros alrededor.

Hugo y Eva regresaron a la habitación pasadas las doce de la noche. El rubio se fue directo a su cama con semblante serio. A Anaju no le pasó inadvertida la mirada que la gallega le echó, pero no quiso indagar en su significado. Se llevó la mano a los labios, le tiró un beso y le guiñó un ojo. Eva se limitó a sonreír de medio lado y sacarle la lengua, antes de sentarse en su cama.

"Ay, ay, ay, aquí huele a drama", comentó por lo bajo Nia, y Mais asintió con la cabeza.

"Yo lo huelo hace días", replicó, señalando la cama del cordobés. "¿Os ha enseñado ya las canciones que le ha compuesto?", preguntó con un volteo de ojos, señalando entonces la cama de Eva. "Una es la cosa más tóxica que te puedas echar a la cara, y la otra la más paternalista, que un poco más y la pone en la cuna y la arropa con una nana", resopló un tanto fastidiada.

"¡Maialen!", se exclamó la canaria, tapándose la boca para ahogar las carcajadas.

Anaju tuvo que hacer una mueca para no unirse al escarnio y sumarse a las carcajadas de Nia.

"¿Qué? ¿Me vais a decir que no lo habéis pensado?", se encogió de hombros, sacudiendo las manos. "Y que conste que se lo he dicho, ¿eh? Que yo no tengo filtro y las cosa a la cara, pero es que tiene un tufo todo de patriarcado que tumba p'atrás. No puedes llamarla frívola insensible un segundo para luego tratarla de niña desamparada al siguiente. ¡Un poco de coherencia, por el amor de dios!"

"¡Ay, Maialen, pero déjalos! Son muy chicos, así es el amor adolescente. Un día están arriba en el cielo y al otro quemándose el culo en el infierno. He ahí la gracia"

"Pues yo no me río, eso no puede ser sano", se llevó las manos a los temporales. "A mí me petaría la cabeza. Yo soy una vieja para esas cosas. O me das estabilidad o me explota un ojo".

Anaju se incorporó, dándole un beso en la mejilla a Nia. "Bueno, chicas, me retiro a mis aposentos", les anunció, saltando el cuerpo de la canaria. Pero no llegó a alcanzar el suelo. Nia la retuvo sobre ella y la estrujó con cariño.

"¿Y tú no tienes nada que decir?", la interrogó con mirada resabiada.

Anaju alzó las cejas y cinceló su mejor mirada de inocencia. "¿Yo?"

"Jujiti es demasiado prudente y educada para decirlo en alto, pero sé que piensa igual que yo, ¿a que sí, ratita sabia?", dijo Maialen, con sonrisa llena.

La turolense se rió mientras se liberaba del agarre de la canaria, poniéndose al fin de pie. Le dio un beso a Maialen y les deseó buenas noches.

La verdad es que ya no sabía ni qué pensar, se reconoció al tumbarse en su cama, de cara a la pared.

No quería pensar.

No quería enturbiar aquello tan dulce y bonito. Quería preservarlo, envolverlo y guardarlo cual primoroso tesoro en el cajón más escondido de sus adentros. Se negaba a mancillarlo con malos pensamientos, con aquellas punzantes dudas que la habían acompañado el resto de la velada.

Si para Eva había sido tan solo un simple beso, lo aceptaría. Estaba en todo su derecho y, por supuesto, no era dueña y señora de los sentimientos de la gallega. Jamás se molestaría porque no compartiera la sensación de plenitud que había sentido en aquel momento.

Lo aceptaría y lo respetaría.

Pero, cual niña chica, Anaju se negó a que le desvelaran el truco y se quedó con la magia. 

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora