Limonada

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Aquel sábado Anaju, Samantha y Nia fueron las primeras en levantarse. Las dos últimas se fueron directas hacia las duchas, sin embargo la morena prefirió hacerse una tostada rápida y un cafecito e irse a desayunar a la terraza. Se sentó cerca del ventanal en una de las sillas de mimbre, apoyó los pies en el macetero y disfrutó del los cálidos rayos de sol matutinos mientras comía tranquilamente.

Hoy tenían ensayos en plató, vestuario y el segundo pase de micros. Anaju inspiró profundamente, organizándose el día mentalmente. Tenía que reconocer que su canción "Man down" la había llevado de cabeza durante toda la semana en cuanto a coordinar interpretación, sentimiento y afine. Tratar el tema del maltrato, ya fuera psíquico o físico, y encima de aquella manera tan cruda la había sumido en un estado de penumbras difícil de salirse y volver a su yo presente. Estaba satisfecha de haber enfocado el tema pensando en la injusticia mental que le había supuesto la cuarentena. Al menos, podía concebir la temática de una forma más cercana.

Y repasando unas cuantas notas se hallaba, cuando la puerta de la terraza se abrió y asomó una cabecita rubia.

"¡Buenos días, reina mora!", la saludó Hugo con su particular alegría matutina. Ella le alzó la taza de café como respuesta, dado que estaba masticando un trozo de tostada. "¿Qué haces aquí tan solica?", le preguntó el cordobés, llegando a su altura y depositando un beso ruidoso en su coronilla.

"Pues tomando el solecito, que ya lo echaba de menos", le respondió con una sonrisa. Aunque pronto se le borró de la cara al ver el súbito semblante serio del joven. "¿Pasa algo?".

"Pues verás, cuando acabes, ¿puedes venir un momento a la habitación? Creo que hay unas zapatillas bajo mi cama que son tuyas, pero no sé...", se encogió de hombros, cambiando el peso de un pie al otro nerviosamente.

Anaju alzó una ceja instintivamente. "Pues tráemelas aquí y acabamos antes", propuso con lógica.

El cordobés se rascó el cogote y se le escapó una media carcajada incómoda. "Pues verás, es que yo creo que es mejor que vengas tú a verlas, porque ya tú sabes...", la miró con insistencia, abriendo los ojos en desmesura.

"Uhmmm...", la turolense al fin captó las intenciones ocultas del rubio y asintió. "Ok, dame cinco minutitos a que termine el desayuno y voy", le aseguró con un guiño y el chico le sonrió ámpliamente, saliendo como un rayo de la terraza.

Anaju no tardó mucho más en acabar, colocó el plato y la taza que había usado en el lavavajillas  y se dirigió hacia su incierto destino. Al pasar por los salpicaderos, vio a Nia y Samantha entretenidas con sus peinados. Les dedicó sendos abrazos por la espalda mientras las saludaba.

"Oye, vuelve aquí", le pidió Sam cuando hizo amago de irse. "¿Qué te pasa a ti con las manos? Que me entere yo, que a mí me gusta mucho saber todas estas frikadas de fetichismos", la señaló con el peine, mientras a Nia se le escapaba un resoplido de carcajada.

Anaju se le acercó de nuevo con movimientos felinos, le cogió la mano libre a la valenciana y, en un acto inesperado, le pasó la lengua por toda la palma.

"¡Aaaaah, qué asco, tiaaa!", se apartó de un bote, sacudiendo la mano con cara de espanto.

"¿Vas a dejar de joder ahora, rubita de los cojones?", le preguntó divertida la turolense, mientras se unía ya a las carcajadas abiertas de Nia. 

"Y después somos las otras las raras, ¿sabes?", la rubia se dispuso a lavarse las manos, mientras le lanzaba una mirada desafiante. "A ver si voy a tener que empezar a lamerte cosas para que me hagas caso, no te jode".

Anaju abrió los brazos, mientras caminaba hacia atrás en dirección a la habitación. "Cuándo quieras y dónde quieras, valencianita mía", aceptó el reto de buen grado.

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora