Escapismo

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Eva miró por la ventana de cristales ahumados, sintiendo el traqueteo de la furgoneta del programa bajo su cuerpo. La noche imperaba particularmente oscura, dado el cielo encapotado que envolvía la ciudad. Una lluvia densa insistía en golpear sin piedad al vehículo, que circulaba prácticamente a solas por las avenidas de aquella Terrassa adormecida.

Sintió un apretón en la mano y giró el rostro, para encontrarse con la mirada serena de la directora de la academia.

"Lo estás haciendo otra vez", le advirtió, con una leve sonrisa.

"¡Oh, perdón!", Eva sacudió la cabeza, frotándose momentáneamente la frente. "Es que no me doy cuenta. Esto es... un poco nuevo para mí".

"Tranquila, he estado ahí. Sé lo que es", le aseguró la figura entre las sombras de la mujer, asintiendo lentamente con la cabeza. "Sólo recuerda que todos lo hacemos. Lo único que tenemos que ser conscientes de ello, para poder detenerlo, si queremos"

"Sí, lo sé...", asintió también la gallega, soltando un suspiro cansado.

"No me digas que no sois tal para cual", le dijo, y entonces se le escapó una de sus risitas agudas.

Eva tuvo que apartar la mirada, sin poder evitar sonreír, aunque no tuviera ganas. Notó un segundo apretón en la mano y le sobrevino la necesidad de abrazarse a aquella mujer fuerte y sabia, tan lejos de lo pequeñita y vulnerable que se sentía ella en esos instantes. Pero la distancia social no se lo permitía y tenía que conformarse, y agradecer, que Noemí se hubiera puesto guantes con la única finalidad de cogerle aunque fuera la mano.

"¿Cómo has dicho que se llamaba?", preguntó tras unos momentos en silencio, volviendo a mirarla.

"Escapismo emocional", le respondió la directora, recolocándose las gafas de montura gruesa.

Eva asintió de nuevo, intentando grabarse aquel término psicológico en la mente.

"¿Y dices que todos...?"

"Sí, cariño, absolutamente todos lo hacemos. Hasta el mismísimo Papa de Roma", hizo una pausa. "De hecho, creo que él especialmente", reflexionó en alto, algo burlona. "Tú imagínate estar todo el santo día escuchando las burradas que hacen tus feligreses. Ese hombre no gana para disgustos. Normal que necesite veinte válvulas de escape al día"

Eva se puso de lado en el asiento y apoyó la cabeza en el respaldo, para poder contemplar más cómodamente a la mujer.

Le había contado por encima lo que creía que le había ocurrido a Anaju, nada más salir por la puerta de la academia. No tuvo que articular mucho más de cinco frases para que la mujer cerrara los ojos, se sacara las gafas y suspirara profundamente. Parecía que se había sacado un circo de elefantes de encima. A Eva le dio esperanzas su rotundo y repentino alivio, pero no dejó de sentirse intranquila ni por un instante.

Ni culpable tampoco.

Las dos ocupantes de aquella furgoneta se quedaron mirando una vez más en silencio, hasta que la directora sacudió la cabeza y tuvo un amago de alzar la mano libre para cogerle la cara.

"Me vais a matar a disgustos, pero que bonitos y reales sois, me cachis en la mar", le dijo con profundo cariño. "Que sepas que te estoy abrazando fuerte telepáticamente desde que hemos salido de esa academia de locos"

Eva sonrió agradecida. La primera sonrisa real de la noche.

"Lo sé...", apretó la mano de la mujer más mayor.

"Vas a tener que ser fuerte", le sacudió la mano y con su otra libre, le indicó un culin de vaso con los dedos índice y pulgar. "Sólo un poquitín más de lo que ya eres".

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora