Tenemos que hablar

341 19 0
                                    

Sentada a horcajadas en el regazo de Anaju, quien se había sentado a su vez en la taza del váter, Eva le cogió el rostro con suma delicadeza y pasó los pulgares por las incipientes ojeras. La turolense cerró los ojos y soltó un suspiro, entrecruzando los dedos en su espalda. Bajó la mirada hacia aquellos labios curvados en una ligera sonrisa, y estaba segura de que la turolense ni siquiera era consciente de ella.

Parecía tan cansada...

Le pasó los dedos por las sienes una vez más, esta vez deslizándolos rostro abajo, dibujando aquel perfil griego. Acarició el firme contorno de su mandíbula y le alzó el mentón. Anaju permanecía en silencio, dejándose hacer. Eva se inclinó, incapaz de arrancar su mirada de aquellos labios entreabiertos e invitadores.

"Necesito besarte...", confesó en un susurro. "Por favor, dime que puedo besarte"

Por su parte, Anaju se limitó a recortar la escasa distancia que había entre ellas, aún a ciegas y sin segundos pensamientos. Fue un beso lento, tentativo. Refugiadas en aquel simple cubículo, disfrutaron de aquella dulce exploración. Se sonrieron cuando se reconocieron en las pautas, que parecían ya establecidas. Eva sentía debilidad por capturar el labio inferior de Anaju y parecía gustarle especialmente succionarlo mientras tiraba unos instantes de él. La turolense aprovechaba entonces para pasarle la lengua por su labio superior, antes de capturarlo igualmente, quedando ambas bocas perfectamente acopladas al final de la secuencia.

Eran tan suaves...

Tan blandos...

Tan jugosos...

A Eva aún le costaba entender lo muchísimo que la había echado de menos durante todo aquel interminable día. La había buscado sin éxito tras salir de las duchas y vestirse, no sin cierto reparo después de lo que había sucedido. Y cuando Nia le contó que Noemí se la había llevado al médico, Eva sólo sintió un atisvo de fastidio. Sabía que las visitas a la doctora no sobrepasaban la media hora, y también tenía la esperanza de que la de Anaju durara incluso menos, dada su buena recuperación.

Cuando no acudió a clase de interpretación con Iván ya empezó a sentirse un tanto impaciente. Y más cuando le preguntaron al profesor por el paradero de la turolense y éste no supo qué responderles. Para colmo, le tocó hacer una improvisación de despechada junto a Hugo, quién supuestamente le había puesto los cuernos con Bruno.

La audiencia se iba a frotar las manos.

Pero se sintió desconectada de aquel presente. De repente, sólo había una angustia en su mente y tenía nombre y apellidos. No había lugar para antiguos miedos. Es más, al fin pudo verlos con perspectiva y se dio cuenta de lo ridículos que le parecían en la distancia. Así que interpretó con todo el garbo, echándose a la piscina, y aprovechando para sacar buena parte de la frustración que llevaba encima. Casi clavaron la escena, si no fuera porque Hugo se echó a reír en el último momento al tener que besar a Bruno.

Intentó guardarle un plato de comida a Anaju cuando llegó la hora de la comida, pero Mariona vino a avisarla de que la morena ya había comido en el piso de abajo y que todavía se encontraba reunida con el productor musical.

¿Cuántas horas se necesitaban para escuchar una maqueta?

A ella no le tomó mucho más de veinte minutos con Brian para darle el visto bueno a Dumb y...

Oh, espera, estamos hablando de Anaju y sus más de 25 coros...

Aquella justificación por el carácter perfeccionista de su compañera no le duró ni hasta la siguiente hora. ¿Estaban recomponiendo toda la maldita canción?

¿Y por qué demonios estaba de tan mala uva?

Se sentó en la terraza con su libro de Stephen King, en un intento desesperado por desconectar de la irritante realidad , pero apenas se podía concentrar. Si no había leído más de quince veces la misma frase sin retener en absoluto el significado de ninguna palabra, no la había leído ni una.

Se echó en el sofá de mimbre, con un resoplido, tirando el libro en la mesita de delante, y tapándose con una de las mantas apoyadas en el cabezal. Empezaba a sentir unos ligeros pinchazos en su temporal izquierdo que no le estaban ayudando en nada a controlar su reciente mal humor.

Fue entonces cuando Nia había entrado en la terraza, tiró de ella sin muchas contemplaciones y la abrazó fuertemente. A pesar de la brusquedad, Eva se dejó hacer sin mucha resistencia y acabó estrechando a la canaria con la misma intensidad. Cuando se separaron, volvieron a sentarse sin mucha ceremonia.

"¿Mejor?", le preguntó Nia, poniéndole una mano en la rodilla y observándola con verdadero interés.

La gallega sonrió agradecida, asintiendo enérgicamente con la cabeza. "Gracias, no tenía idea de que lo necesitaba".

"Lo sé, pero yo ya te calé, cabecita loca", le pinchó un temporal. "Conozco todas tus facetas, y no me gusta un pelo la que he visto hoy. Arrastrándote como alma en pena por toda la academía, como perrito abandonado".

"Oye, ¿como que perrito abandonado?", protestó, alzando una ceja.

"Pues eso justamente, alma de cántaro", le respondió guasona. "Además, voy a darte una alegría: acaba de decirme Mariona que tu Ana Julieta está a punto de terminar en vestuario y que la próxima soy yo. Así que ya te puedes ir preparando, en unos 10 minutejos ya la tienes aquí".

Eva inspiró hondo e hinchó los mofletes, no sabiendo si comerse a Nia a besos o arrancarle la cabeza, dado que le había dado aquella información delante de cámaras.

"¡Y no se me ponga de morros, sirenita gruñona! ¡En su vida le contaran mejor spoiler, niña ingrata!", exclamó, levantándose y dándole un beso de despedida, mientras la gallega se echaba a reír, al fin.

Entre besos, Eva ahogó una exclamación de asombro cuando sintió las manos de Anaju acariciando su espalda desnuda, bajo la camiseta. Se separó de la turolense para recuperar el aliento, pero ella aprovechó para escabullirse hacia su cuello y cubrirlo a suculentos besos. Eva alzó el mentón hacia el techo y adelantó las caderas hacia el cuerpo de la turolense, instintivamente, para pegarse más.

Se estaban volviendo a perder entre aquel mar de sensaciones. Era como volverse incandescente, como si la piel se les volviera del revés y quedaran expuestas todas las terminaciones nerviosas. Aquello tenía tintes de virtuosismo y tortura a la vez. Resultaba incluso hasta doloroso, pero era un sufrimiento placentero, adictivo. La sensación de estar al borde de un precipicio, reconocer el inmenso peligro de la caída, y aún así tener todas las ganas del mundo de saltar.

"Eva... Eva... Eva...", murmuró Anaju en su cuello, antes de pasarle la lengua deliberadamente hasta su oreja y capturar su indefenso lóbulo. "¿Qué estamos haciendo?", su voz sonaba ronca, perdida en el deseo. "Qué me estás haciendo...?", le preguntó al fin, en lo que pareció una súplica.

La gallega sintió una hiriente descarga eléctrica por todo el cuerpo y gimió de placer y desazón a la vez, aferrándose a los hombros de la morena. Sus caricias, sus besos, su voz... Aquella voz atravesando su oído sin la menor piedad y colándose en su cabeza, vibrante y profunda, destrozando sus muros y sus esquemas mentales. Aniquilando su voluntad y sometiéndola sin el menor esfuerzo.

Cerró los ojos y cubrió de besos interminables todo el rostro de Anaju, oyendo la irregularidad en su respiración. Se detuvo, al fin, y se apoyó en su frente, intentando recuperar de alguna manera el control de aquella extraña situación.

"Tenemos que hablar...", dijo al fin, con desmayo.

Cuando nadie miraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora