Rosa blanca y roja; Mezcla de sentimientos.
Félix decidió centrarse en su trabajo. Asistía a sus habituales encuentros con los miembros del Club de Anticuarios que estaban en la ciudad y cumplía con todas sus obligaciones. Sólo controlar el proyecto del museo lo tenía ocupado desde que salía el sol basta avanzada la noche. Todo por mantener la mente en otra parte y dejar de pensar en aquellos ojos color azul índigo y el deseo que en él despertaban.
Pero allí, de pie en medio de la sala que tendría la mayor colección de objetos romano británicos del mundo, cada mural, cada mosaico, cada vasija, le recordaban aquello de lo que trataba de escapar.
¿Qué tenía aquella mujer que no podía quitársela de la cabeza? Unos meses atrás apenas se fijaba en ella. Hubo una época en que era incapaz de acordarse de ella a no ser que la tuviera de pie frente a él. Recordaba cómo le molestaba oírla tartamudear al intentar explicarle su última traducción al latín o al describirle los detalles más mínimos de un mosaico. Ella obedecía todas sus órdenes sin protestar, no importaba lo exigentes o lo poco razonables que éstas fueran; ella siempre las cumplía a la perfección. De hecho, se comportaba como cualquier otro miembro del servicio: sin quejas, sin preguntas y cobrando una paga por el trabajo bien hecho.
Entonces renunció, y le dijo a la cara que no le agradaba y que no quería trabajar para él ni un día más. En ese momento, cinco meses después de su llegada, ella se transformó ante sus ojos. Se convirtió en alguien desconocido, alguien a quien no le importaba su título ni su posición. Él suponía que ella siempre había sido así pero que, por miedo a perder su empleo, se había escondido tras una máscara de eficiencia. Cuando se le había presentado la primera oportunidad de salir de allí, había aceptado sin dudarlo, y desde entonces él se había visto obligado a recurrir a todo su ingenio para intentar convencerla de que se quedara más tiempo.
¿Y todo por qué? Porque a ella él no le gustaba. Pero sí le había gustado que la abrazara; le había gustado que la besara; tanto como a él hacerlo.
Félix sabía que a él sí le gustaba ella. Demasiado. La deseaba como nunca antes había deseado a ninguna mujer. Era todo tan inesperado, tan increíble. Había estado equivocado respecto a Bridgette al principio, y ahora ella invadía cada rincón de su mente. ¡Maldito honor! ¿Por qué no había aprovechado la oportunidad de hacerle el amor? Al menos así dejaría de imaginarse lo que sentiría al hacerlo y quizá podría apartar de su mente esa obsesión y concentrarse en su trabajo. Miró el mural que tenía delante, y en él se veía una costa del mar Mediterráneo pintado de un vivaz azul añil. Dio un puñetazo a la mesa.
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Y ᴇʟ ᴀᴍᴏʀ ғʟᴏʀᴇᴄɪó
Rastgele-𝑳𝒂 𝒇𝒓𝒂𝒈𝒂𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒇𝒍𝒐𝒓𝒆𝒔, 𝒔𝒆 𝒕𝒓𝒂𝒅𝒖𝒄𝒆 𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒔𝒆𝒏𝒕𝒊𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂𝒔. Oculta tras unas enormes gafas, Bridgette Dupain-Cheng es la restauradora de antiguedades mejor preparada para ll...