Me estoy enamorando

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Con el transcurso de los días, me había acostumbrado a la presencia constante de Natalie en mi vida, puesto que se convirtió en visitante asidua  de mi Templo al venir prácticamente todas las tardes luego de terminar su trabajo con el anciano Sanador. Podía conversar a gusto con ella, escuchaba sus sueños, sus temores y los hechos que le ocasionaban frustración, como el no poder salvar alguna vida de algún joven aprendiz o caballero de bronce o plata, o no contar con determinado material que hubiera sido crucial para un determinado tratamiento o práctica. Cada día, al aproximarse la tarde, me quedaba aguardándola en la entrada de mi Templo, esperando anhelante su llegada para volver a oír su voz, ver su hermosa sonrisa y estar cerca de su piel y de ese delicado y femenino aroma a rosas que la acompañaba. Mi corazón latía apresuradamente cada vez que la veía subir las escaleras hasta la casa de Acuario, hasta tal punto que se me hacía difícil respirar, y sentía mi rostro arder a pesar de la atmósfera helada reinante en mis dominios. Siempre tenía preparada una tetera llena y unos bocadillos para nuestra cita de las tardes, en la que ella me comentaba qué le había parecido el libro que le había prestado y debatíamos durante un largo rato; había veces en las que teníamos opiniones contrarias y nos trenzábamos en pequeñas discusiones del momento, que terminaban en forma amistosa, a veces con risas, y la de ella era música para mis oídos. 
Los días fueron transcurriendo y se convirtieron en semanas, y en todo ese tiempo había pensado y meditado en profundidad sobre aquellos sentimientos que se venían agolpando en mi interior desde el instante en el que la ví por primera vez: había llegado a la conclusión de que me había enamorado de Natalie. La proximidad de la Guerra Santa me llevaba a pensar que nuestras vidas eran efímeras, tan solo un suspiro en la eternidad, y que había que aprovechar cada minuto, cada momento para hacer realidad nuestros más anhelados sueños y deseos, y hacer que cada instante fuera único e irrepetible. Por eso me aterraba la idea de que esta guerra se llevara nuestras vidas , borrando nuestra existencia de un plumazo y no pudiera volver a ver a Natalie ni a escuchar su dulce voz... No quería abandonar este mundo sin haberle dicho lo mucho que la amaba. 

Luego de haber tomado la decisión de revelarle a Natalie lo que sentía por ella, aguardé esa tarde en la entrada de mi Templo esperando ansioso su llegada, pero eso nunca ocurrió. Sentí el vacío y la desilusión llenar mi corazón, y me consolé a mí mismo pensando en que quizás ella había tenido demasiado trabajo durante el día y no había podido acudir a nuestras reuniones de té y libros, o que tal vez se encontraba muy cansada por sus actividades, o quizás el anciano Sanador no le había permitido venir a verme.

Los días continuaban pasando, y seguía sin recibir las visitas de Natalie a las que ya me había acostumbrado, y que anhelaba con cada fibra de mi ser; mil cosas pasaban por mi mente acerca de cuál sería la razón por la cual había cesado de venir a mi biblioteca, pero traté de calmarme, enfriar mi mente y de no pensar. Incluso pensé que ella no deseaba volver por este sitio debido al acoso constante de Kardia, que se las ingeniaba para aparecer en el preciso momento en que ella se encontraba en mi Templo, para tratar, en vano, de seducirla;  a duras penas podía sacar al Escorpión de mi Casa. Tampoco me atrevía a bajar hasta la casa del Anciano Sanador para buscarla, por temor a contrariarla, causarle algún inconveniente con su maestro, o que fuera víctima de rumores infundados, que eran muy comunes debido a la presencia de las vestales, las cuales hacían que los mismos se esparcieran como reguero de pólvora.  Sea cual fuera la causa, sólo esperaba que ella se encontrara bien y a salvo. 

Un día, la impaciencia que me invadía pudo más, y decidí ir en su búsqueda; bajé las escaleras de mi Templo y me dirigí hacia la décima Casa Zodiacal, donde saludé a su guardián, El Cid de Capricornio, que me dirigió un saludo respetuoso con una inclinación de cabeza, bajo su mirada seria e imponente. Y así fui descendiendo por cada una de las casas, saludando a sus guardianes y solicitando el respectivo permiso para transitar por allí, hasta llegar finalmente a unos metros de la entrada de la casa del Sanador, y fue entonces que la ví. A pesar de que el atardecer ya se había producido y la luna ya estaba comenzando a tomar su lugar como la regente del cielo, Natalie se acercaba proveniente de las afueras del Santuario. Al verla, mi corazón dió un vuelco dentro de mi pecho, y me impulsó a acercarme para saludarla y preguntarle si se encontraba bien, e invitarla nuevamente a pasar por mi biblioteca, a lo que ella aceptó gustosa, alegando que necesitaba un nuevo libro para leer y distraer su mente del estrés cotidiano de su ocupación. Realizamos el camino hacia el templo de Acuario conversando sobre cómo le había ido en su trabajo; me contó que venía de visitar a su amiga Agasha, aquella jovencita florista encargada de traer los arreglos y ofrendas florales para la señorita Atena y el Patriarca, que todos conocíamos en el Santuario, y que, en el fondo, sabíamos que era una persona muy especial para el Santo de Oro de Piscis, Albafica. Natalie había trabado amistad con ella, y la florista le estaba impartiendo algunas clases de cocina, puesto que debido a que siempre había trabajado desde muy pequeña, no era muy buena cocinera, y quería adquirir destreza en ese aspecto. Una vez que arribamos al Templo de Acuario, nos dirigimos directo a la biblioteca; Natalie se paseaba entre los estantes repletos de libros, observando con atención qué ejemplar iba a llevarse hoy para leer; mientras tanto, el nerviosismo crecía en mi interior, al mismo tiempo que la inquietud asaltó mi mente al pensar qué pasaría con la relación que teníamos cuando le confesara mis sentimientos. Temía perder su amistad si ella me rechazaba. Podía escuchar en mis oídos los latidos de mi atribulado corazón, debatiéndose entre lo que había decidido hacer, y lo que podría pasar si las cosas no resultaban como lo había imaginado en mis sueños y en mis más oscuros deseos. El frío reinante en aquel salón no lograba apagar el fuego que había ido avivándose en mi interior, y que ahora ardía fervientemente, a la espera de un desenlace que le trajera paz a mi alma.
Natalie comenzó a hablar, se notaba un poco apenada cuando las palabras salían de su boca:

_ Oh, Degel, quería disculparme contigo por haber estado ausente todos estos días; he estado muy ocupada con el trabajo, no puedo dejar al sanador solo ya que es una persona de edad avanzada y suele agotarse mucho, y además... he estado asistiendo a sesiones de meditación con Ásmita; el Patriarca me recomendó que lo hiciera puesto que pensó que sería bueno para mí, para ayudarme a manejar la tensión y la ansiedad que mi trabajo acarrea..._ .

Una punzada de dolor se coló en mi pecho, y ahí estaba de nuevo aquella sensación de malestar que había conocido por primera vez la tarde en que ví que Virgo la estaba acompañando. En todo ese tiempo que ella había estado sin visitarme, habían llegado hasta mí unos vagos rumores de dónde se encontraba durante las tardes, pero no les había dado crédito, o tal vez mi mente estaba en negación; los celos me dominaron por un momento, tras lo cual le respondí con frialdad:

_Sí, he oído rumores de que últimamente has pasado mucho tiempo en el Templo de Virgo, ahora sé cuál es la razón_ .

Dejé que el frío apaciguara mi pensamiento, y le dije con toda la calma de la que hice acopio, que estaba bien que realizara meditación si eso la ayudaba a sentirse mejor consigo misma. Entonces, no lo pensé más, y decidí jugar mi carta; si Kardia tenía razón y Ásmita estaba interesado en Natalie, no iba a permitir que él la alejara de mi lado. Si tenía una oportunidad de ganar su corazón, me aferraría a ella.
Me acerqué con lentitud a la joven que se había adueñado de mis noches y también de mis días, ya no con una mirada gélida, sino con los sentimientos reflejándose a través de mis ojos violetas;  tomé una de sus manos y la estreché entre las mías.

_Por favor, no dejes de venir a verme... pensé que ya te habías olvidado de mí... Natalie, desde que te conocí me he dado cuenta de que eres una joven muy especial, buena y generosa, con una mente brillante y ávida de conocimientos, y poseedora de un alma sensible capaz de sentir empatía por sus semejantes...Todo eso ha logrado conmover mi corazón y mi alma... Eres lo que más quiero y lo que  he soñado amar, mi rayo de luz en cada mañana. Cuando estoy contigo crece mi esperanza de una vida llena de bondad y felicidad, y si tú no estás conmigo siento que el aire se escapa de mí... No sé qué será de mí si no te tengo a mi lado... Lo que quiero decir, es que me he enamorado de ti, Natalie... Espero que tengas un lugar para mí en tu corazón, pues tú ocupas la totalidad del mío... Sé que todo esto te debe parecer precipitado, pero el comienzo de la Guerra Santa me ha hecho pensar en muchas cosas, y una de ellas eres tú. Quiero que estés a mi lado, que compartamos nuestras vidas hasta que los dioses que deciden el destino de todos los seres humanos así lo dispongan... Permíteme ser el dueño de tu amor, que sin medidas estoy dispuesto a enamorarte; en cada beso que te diera te daría mi vida entera..._ .

No podía creer que lo había hecho; le había declarado mi amor a Natalie; había dejado salir todo lo que sentía por ella. Mis ojos observaron la mirada atónita de la joven, que sorprendida, me miraba completamente inmóvil con sus castaños ojos abiertos de par en par. El libro que ella sostenía en su mano libre, cayó al suelo y se estrelló contra él, dando origen a un sonoroso ruido que rompió el silencio que se había creado entre los dos luego de mis palabras. Natalie tragó saliva, cerró sus ojos un instante, para luego abrirlos y responder a lo que acababa de salir de mi boca. Jamás se había imaginado que sintiera algo así por ella, y con la amabilidad característica de su persona, me rechazó. Sentí mi corazón romperse en mil pedazos mientras ella trataba de explicar que no estaba hecha para el amor, que su vida era muy diferente a la del resto de las mujeres, y que no podría llevar ese tipo de vida. Yo sabía eso perfectamente, y aún así, la amaba. Natalie tenía una expresión de pena y tristeza entremezcladas, podía notar que le afectaba mucho el tener que rechazarme.

_Yo...lo siento mucho, Degel, pero no puedo corresponderte por las razones que te expliqué... Estoy segura de que encontrarás una muchacha buena y noble que pueda entregarte su corazón  y que estaría encantada de ser cortejada por un joven tan apuesto y maravilloso como tú... Pérdoname por favor, y espero que podamos continuar con nuestra amistad..._ .

Sin más que decir, bajé la cabeza, cerré mis ojos e inhalé profundamente; permanecí en esa posición por unos minutos, todavía conservando la mano de Natalie entre las mías, asentí levemente y finalmente, deposité un beso sobre el dorso de su delicada mano, tras lo cual, giré sobre mis pasos y salí sin decir palabra alguna de la biblioteca, dejándola en la fría soledad del ambiente que reinaba en el Templo de Acuario, así como en mi corazón. 

Y llegaste tú (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora