Volver a nacer

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Temprano en la mañana, luego de que los primeros rayos del sol se filtraran a través de la ventana de la habitación donde Fluorite descansaba, Degel se dirigió a la casa del anciano sanador como ya se le hacía hecho costumbre durante aquellas semanas.
No podía comenzar su rutina del día si antes no había pasado a verla y hablado con ella, a pesar de que todavía permanecía en su estado de inconsciencia.
Cuando el caballero de Acuario llegó donde la joven francesa, se sentó en una pequeña silla junto al lecho, mientras tomaba con cariño una de sus manos, brindándole su apoyo y haciéndole sentir que él estaba allí para ella.
Degel la contempló con ternura, tras lo cual cerró por un momento sus ojos violetas; todavía se sentía cansado pues había estado trabajando en unos manuscritos que el Patriarca le había encomendado hasta altas horas de la noche.
Para su sorpresa, cuando abrió sus ojos, el Santo pudo observar que Fluorite parpadeaba, para luego finalmente, brindarle la posibilidad de contemplar sus bellos ojos de color azul cielo. Degel sintió que su corazón se llenaba de alegría y se aceleraba debido a la emoción que le producía que por fin se estuviera cumpliendo lo que le había pedido a los dioses durante las últimas semanas en cada una de sus plegarias, y además, tenía la dicha de ser la primera persona que la joven viera al abrir los ojos.
Fluorite observó a Degel mientras una sonrisa dulce se formaba en sus labios rosados; a ese gesto correspondió el caballero de Acuario, que automáticamente le devolvió la sonrisa, que se hizo presente no sólo en su boca sino también en sus ojos violetas, que reflejaban la alegría que estaba sintiendo.
_Hola Degel... _, susurró la joven francesa con voz somnolienta. _¿Por qué me miras de esa manera? ¿Qué pasó?_, continuó interrogando al Santo dorado.  

El caballero de Acuario sin dejar de sonreír, intentó tranquilizar a la joven francesa con una breve explicación de lo que le había sucedido; ya luego tendría tiempo de relatarle con más detalle cuál era la razón por la cual se encontraba en ese lugar. 

_Mon Dieu... ¿De verdad me ocurrió eso?_, susurró con un hilo de voz la muchacha, al mismo tiempo que en sus ojos se reflejaban el asombro y el impacto de conocer lo acontecido con su estado de salud en las últimas semanas. 

_Lo único que importa en estos momentos, es que tú estés bien; que estás despierta y que te encuentras aquí, conmigo... _ , respondió Degel con una intensidad y un matiz seductor en su voz que Fluorite no le había escuchado jamás desde que lo conocía, mientras con una de sus manos extendía una caricia sobre la cabeza de la joven con una suavidad inusitada. Aquella acción llevada a cabo por el Acuariano provocó las reacciones usuales en el cuerpo de la muchacha, que comenzó a sentir cómo su corazón se aceleraba nuevamente, sacado de su letargo sólo con el roce de la piel del hombre que se había adueñado de su corazón desde que era una niña. 

Más el instante mágico que comenzaba a adquirir forma en aquel recinto, se vio interrumpido por la aparición de Natalie, que como todas las mañanas, acudía a realizar su habitual ronda para examinar a su paciente y comprobar sus signos vitales. Al ingresar de improvisto en la habitación, la sanadora se quedó sumamente sorprendida, no con la escena en sí, sino por el hecho de que estaba viendo cómo la joven que había permanecido en estado de coma durante dos semanas ahora se encontraba absolutamente consciente. 

Con la alegría asomando en sus ojos castaños al ver la recuperación de su paciente, Natalie se dispuso a solicitarle a su amigo que aguardara fuera de la habitación mientras ella examinaba a Fluorite, para asegurarse de que todo estuviera bien con ella, a lo cual el Santo de Oro de Acuario accedió, prometiéndole a la joven francesa que regresaría más tarde. 

Al salir de la casa del anciano sanador, Degel no podía borrar la sonrisa que se había formado en sus labios al saber que la muchacha con la cual se estaba dando la oportunidad de tener algo de felicidad en su vida por fin había despertado de ese largo sueño que había amenazado con apartarla de su lado. Comenzó a caminar en dirección a su Templo, con paso lento y firme, pensando en cómo debía acondicionar una de las habitaciones de su Casa para cuidar de la joven convaleciente, puesto que no estaba dispuesto a dejarla sola en el edificio de las vestales; él se encargaría de protegerla y brindarle los cuidados que necesitara en su recuperación. 

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