En ausencia de ti

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Mientras la luna con su pálida luz azulada ilumina el papel del último boceto que me encuentro realizando para la próxima colección de indumentaria femenina que tengo en mente, un dolor agudo y lancinante se instala en mi pecho de improviso; tan fuerte que hace que el aire escape de mis pulmones. Mi corazón acelera sus latidos de repente, y no entiendo la razón de aquella reacción de mi cuerpo. Las piernas me tiemblan, y ese temblor se esparce por el resto de mi superficie corporal, provocándome espasmos que parecen afectar incluso hasta la punta de mis cabellos. El sudor comienza a perlar mi frente, más es frío lo que siento en estos momentos. Un frío glacial a mi alrededor, el cual me envuelve por completo y amenaza con inmovilizarme eternamente.
Y soledad. Tan abrumadora e infinita, que lastima.

_¿Qué es lo que me sucede?_ , pensé asustada, todavía intentando dilucidar el origen de esa extraña sensación que se presentó en mí de manera fugaz, como si quisiera advertirme de algo.

Traté de hacer lo posible para serenarme; respiré profundo y de forma pausada, para poder recuperar el ritmo normal de mi respiración, así como de los latidos de mi corazón.
En todo el tiempo que había pasado desde que dejé el Santuario y me alejé de él, no sentí jamás algo semejante a esto. Ni siquiera cuando había tenido la confirmación de que la posibilidad de traer un niño a este mundo se había esfumado. No es que lo hubiera deseado, sino que, muy en el fondo de mi corazón, tal vez eso habría significado un consuelo para mi alma; el saber que una pequeña parte suya me acompañaría siempre. Pero el destino no lo dispuso así.
Desde ese entonces me había encerrado de nuevo en mi trabajo, lo cual me había acarreado un sinfín de discusiones con June, que me insistía para que saliera de mi melancolía y siguiera adelante con mi vida. Pero ella no entiende que jamás podré olvidarlo.
Y no existe la más mínima posibilidad de que pudiera reemplazarlo por alguien más. El amor que siento por él todavía está allí, en el fondo, quemándome como una brasa ardiente y que no se puede apagar. A pesar del modo en que él me lastimó, me fue totalmente imposible odiarlo. Fue mi primer amor, y también el último, puesto que estaba decidida a no volver a amar a nadie más. El amor ya me había traído suficientes problemas, y no quería volver a sufrir otra decepción como la que él me había causado.
Él. Es curioso cómo todavía no puedo nombrarlo siquiera.

Llegué con mucho esfuerzo al alféizar de mi ventana, y contemplé el cielo estrellado de la noche Parisina. Si bien mi respiración había logrado ralentizarse un poco, era mi corazón el que me era imposible sosegar. Coloqué mis manos temblorosas sobre mi pecho, como queriendo apaciguar el ritmo de la alocada carrera que sentía a través de mi caja torácica. Traté de imaginar el sitio donde se encontraba la constelación de Acuario, más no logré reconocer ni una sola estrella; era como si el conocimiento sobre el cielo que había aprendido durante mi estadía en Grecia hubiera desaparecido. Tal vez mi mente, nublada por el dolor, había bloqueado aquellos recuerdos porque eran demasiado dolorosos; todo lo que me recordara a él volvía a abrir en mí una profunda herida en mi alma, la cual no dejaba de sangrar. Sé que debo dejar que el tiempo pase y me ayude a olvidar todos esos recuerdos que ya nunca volverán, más aún es pronto para eso.
Sentada en el alféizar de la ventana de mi habitación, mis ojos no pueden dejar de observar el hermoso cielo estrellado que se extiende sobre la noche de París. Con mi corazón ya más sereno, inhalo y exhalo despacio, mientras mis ojos se humedecen y cristalinas lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas.
No tengo idea de porqué vuelvo a sentirme de esta manera después de todo el tiempo que ha pasado, pero de algún modo sé que esto no puede ser nada bueno.

****************
Niebla. Una densa niebla, tan espesa que me impide ver lo que se encuentra a mi alrededor, es lo único que puedo observar al abrir los ojos. Parpadeo varias veces, tal vez intentando que de esa forma, aquella visión se aleje de mí, más es inútil. El fenómeno es tan real como el suelo que sostiene mi cuerpo en este momento.
Me incorporo despacio, sintiendo todavía mis músculos entumecidos y doloridos luego del enfrentamiento en el que había perdido mi vida. Contemplo mis manos, las que luego poso sobre la coraza de mi armadura dorada, para sentir el latido de mi corazón a través de ella, pero no lo consigo.
Es así como tomo consciencia de que estoy muerto, y que el lugar en el que me encuentro es el Inframundo.
Entonces comienzo a caminar con lentitud debido a la imposibilidad de ver más allá de aproximadamente medio metro de distancia. A través de mis botas, siento que el terreno de aquella zona es árido y seco, así como pedregoso, por lo que trato de avanzar con sumo cuidado para no tropezar con nada. Muevo mis brazos intentando alejar la niebla para ver si de esa manera puedo visualizar mejor la geografía del lugar; parece que mi idea funciona, y poco a poco comienza a aparecer ante mí un paisaje para nada agradable. El suelo polvoriento de color ladrillo, con rocas de diversos tamaños, se extendía como si fuera una alfombra que parecía no tener fin; giré la cabeza hacia el lado opuesto y pude observar un curso de agua muy peculiar. Me acerqué con cuidado a su orilla y comprobé que las aguas no eran normales, sino que tenían una coloración entre anaranjada y rojiza, cual si fueran llamas o la lava de un volcán; además al observar con atención, no sólo pude ver mi reflejo, sino también restos de osamentas humanas.
Abrí los ojos de manera desmesurada ante aquel descubrimiento y retrocedí lo más que pude para alejarme de las aguas del que reconocí en ese momento como el Río Estigia, que separa el mundo de los vivos del Inframundo, y del que tanto se habla en la mitología griega. Era la prueba irrefutable de que en verdad estaba muerto, y que lo que estaba viviendo no era una fantasía producto de un traumatismo de cráneo ocurrido durante la batalla con el recipiente de Poseidón.
Suspiro con resignación ante mi nueva realidad, a la que debo acostumbrarme pronto, ya que ése será mi hogar por el resto de la eternidad; me dispongo a continuar observando a mi alrededor y entonces visualizo una larga hilera de personas a una considerable distancia de mi ubicación. Por curiosidad, caminé en su dirección para ver hacia dónde se dirigían, y me dí cuenta de cuán extensa era la fila de individuos, los cuales eran de las más diversas etnias y edades. Algo me llamó la atención en ellos, y era su actitud corporal: caminaban con una marcha automática, lenta pero a su vez decidida, hacia un destino incierto; sus rostros denotaban los resultados de años de sufrimiento, al igual que sus cuerpos, lánguidos y enjutos. Caminé junto a ellos no sé por cuánto tiempo, puesto que en el Inframundo el tiempo pierde importancia y se hace infinito, con lo cual no hay forma de medirlo, hasta que por fin divisé a lo lejos, una porción de terreno un poco más elevada, similar a una colina. Los individuos que iban más adelante en la hilera, subían por la misma, y caminaban hacia el borde de dicha colina, tras lo cual se dejaban caer al vacío en silencio. Mis ojos desorbitados ante la escena que acababa de presenciar, no podían creer lo que habían visto: aquellas no eran personas, sino almas dirigiéndose a la llamada Colina del Yomotsu, la cual representa la frontera entre el Mundo de los vivos y de los muertos. Aquellos que caen en su interior están condenados a sufrir por toda la eternidad bajo el gobierno de Hades, amo y señor del Inframundo.
Suspiré con resignación, mientras interiormente me lamentaba por el destino de las almas de aquellos seres que ignoraban el cruel destino que les aguardaba durante el infinito tiempo que duraban las almas. La tristeza se apoderó de mi en aquel momento de debilidad, recordándome cuán solo me encontraba en ese sitio tan lúgubre. El rostro de Fluorite se apareció en mi memoria, lo cual aumentaba aún más la congoja que sentía por el destino que mi alma había tomado. Desconocía cuánto tiempo había pasado ya desde mi muerte, o cuánto tiempo había transcurrido de la Guerra Santa; ¿habría terminado ya? Todavía no he visto a ninguno de mis compañeros, pero sé que el Inframundo es un lugar muy extenso, y es poco probable que nos encontremos aquí. Llevé mi mano sobre mi pecho y la deposité sobre el sitio en el que solía sentir mi corazón latir, con el deseo de que la joven francesa se encontrara a salvó y con bien, donde sea que estuviera. Sólo deseaba que mi aporte para la Guerra Santa, por más pequeño que fuera, hubiera valido la pena para que el mundo fuera un lugar más seguro para ella y el resto de la humanidad.

Y llegaste tú (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora