A olvidarte

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Luego de haber conversado con Ásmita, llegué al Templo de Acuario con mi ánimo mucho más calmado; finalmente ahora sabía que él sentía algo por Natalie, y que a ella no le era indiferente, puesto que cada vez que en alguna de nuestras pláticas mencionaba el nombre del caballero de Virgo, su lenguaje corporal  la delataba, así como había sucedido el día en que la conocí; sin duda en ese momento debí haberme dado cuenta de ello,  sin embargo, mi mente entró en negación con respecto a ese asunto, y no quiso ver la cruda verdad. Como sea, ahora que me había topado con la realidad, pondría todo de mi parte para superar esta desilusión, y comenzaría en este mismo momento. 

Caminé por los fríos pasillos del templo, saludando rápidamente con una inclinación de cabeza a Katerina, la vestal que se encargaba de realizar las labores un par de días a la semana, y no me detuve hasta llegar al salón que se encontraba contiguo a la biblioteca. Una vez allí, tomé un par de hojas de papel, pluma y tinta y me senté en el escritorio dispuesto a escribir. No sé si lo que estaba haciendo era correcto, o si estaba tomando una decisión demasiado apresurada, pero tal vez Kardia tenía razón.
Con esa idea en la mente, me incliné sobre el papel y comencé a escribir; esperaba no arrepentirme de hacerlo, y que los dioses me ayuden al seguir el consejo del Escorpión. Dí un largo suspiro y comencé a pensar en qué demonios iba a poner en esa carta, ya que desde hacía aproximadamente un año que no tenía noticias de ella, y mucho más tiempo sumado a eso que no la veía; en ese entonces era prácticamente una niña. Pero el tiempo pasa muy rápido y, como decía Kardia, los niños crecen. Tenía curiosidad por saber dónde se encontraría, qué era de su vida, si estaba bien... siempre había tenido la sensación de que no debí haberla dejado sola en aquel entonces, cuando su padre recién había fallecido en aquellas terribles circunstancias, pero ella había insistido en que estaría bien, que había encontrado una amable y gentil mujer que la ayudaría y le daría trabajo en su casa, que no debía preocuparme, y que se mantendría en contacto. Pero de eso ya había pasado bastante tiempo, sin recibir noticias suyas, y ahora que lo pensaba, el temor que sentí aquella vez volvía a a asomarse. ¿Y si había sido víctima de personas malintencionadas que sólo buscaban aprovecharse de ella y de su inocencia? Traté de alejar esos pensamientos oscuros de mi mente, y de convencerme que si en realidad algo malo le hubiera sucedido, ya hubiera tenido noticias, ya que ella se habría comunicado conmigo para pedir ayuda, al no contar con ninguna otra persona conocida y de confianza.  

Pasé un largo rato escribiendo en ese escritorio, y cuando por fin terminé la carta que enviaría, en ese mismo momento, metí el papel en un sobre, copiando los datos de dirección y remitente que ella me había proporcionado en la última misiva que me había enviado; esperaba que siguieran siendo los mismos y que llegara a su destino, pero sobre todo, esperaba que, donde quiera que ella se encontrara, estuviera bien. Con ese pensamiento, me levanté y, apartándome del escritorio, me dirigí fuera de mi Templo, con la intención de enviar la carta. Debía admitir que en el fondo de mi alma, guardaba una luz de esperanza con respecto a ella. 

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Estaba muy entusiasmada y contenta con los cambios que se habían suscitado en mi vida en los últimos años: había logrado publicar el libro de mi padre y cumplido así uno de sus más grandes sueños;  gracias a Dios, las cosas resultaron bien, ya que la publicación tuvo un gran éxito y me proporcionó bastantes ganancias. No era millonaria, pero me permitían vivir sin pasar penurias, mientras trabajaba para lograr mi propio sueño.
Desde pequeña había tenido afición por la costura y el bordado, pero a medida que fui creciendo, me dí cuenta de que lo que más me apasionaba era diseñar esos hermosos vestidos que llevaban las señoras de la alta sociedad francesa, y contemplar cómo iban tomando forma aquellas creaciones en mis manos, desde los trazos del boceto hasta que finalmente las telas se transformaban en esos bellísimos y sofisticados vestidos que podían verse en los grandes salones y las óperas de París de esta época. Durante todo este tiempo, luego de lo ocurrido en la mansión de Madame Garnet, me había dedicado a hacer realidad ese sueño, probando suerte en distintas casas de moda de las grandes ciudades, llevando mis bocetos con la esperanza de que algún conocido diseñador viera algo bueno en ellos y en mí... Así fui tocando puertas, soportando rechazos y humillaciones de personas egolátras y altivas, hasta que por fin, alguien me dió una oportunidad; de esa manera comencé como ayudante en una importante casa de modas, donde trabajaba como costurera y además podía realizar algunos bocetos que, si le gustaban al diseñador y a la dueña del atellier, podían llevarse a la confección. Deseaba algún día poder tener mi propia casa de modas y mi propia marca, por supuesto, aunque también deseaba poder continuar en algún momento con el sueño de mi padre, poder expresar sus ideas a través de la escritura; eso no lo había olvidado. 

Y llegaste tú (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora