Volverte a ver

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La travesía había resultado ser más larga de lo que iba a ser en un principio debido a que no teníamos vientos favorables; además el movimiento del navío me provocaba naúseas, pero con el transcurso de los días pude acostumbrarme a ello y el malestar pasó. Los días pasaban todos iguales para mí, me sentía ansiosa por llegar y comenzar a recorrer aquel nuevo lugar, aprender y observar las características de su cultura para poder utilizarla en mi proyecto.

Durante el día, caminaba por la cubierta del barco y me quedaba contemplando el mar por horas; su azul inmensidad me sorprendía. Por las noches, leía en mi camarote uno de los libros que había traído entre las cosas que había empacado, y me emocionaba pensar en el momento en que estuviera frente al señor Degel y le entregara el ejemplar que le prometí de la obra de mi padre; así él podría ver que finalmente había cumplido mi promesa, y que no lo había olvidado. 

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Luego de unas semanas de navegar, por fin arribamos al puerto de Atenas. Una vez que se echaron anclas y la tripulación tuvo todo listo, el capitán de la embarcación dió el visto bueno para que los pasajeros pudieran descender del navío. Al poner los pies en la tierra, sentí alivio al tener algo firme bajo mis pies, pese a que ya me había acostumbrado al movimiento del barco.  Me acerqué hasta donde se encontraban algunas de las personas que formaban parte de la tripulación y les pedí mi equipaje; quería alejarme del puerto lo más rápido que podía para de esa manera evitar a posibles maleantes que pudieran aparecer al percatarse de que me encontraba viajando sola, y que además, era una extranjera en un país desconocido. 

Tomé mi baúl y comencé a caminar en dirección hacia donde se encontraba lo que parecía era el mercado, situado en la cercanía del puerto; no podía evitar mirar en todas direcciones tratando de encontrar algún rostro amable que me tendiera su mano y me ayudara a ubicar alguna posada en la cual podría instalarme, más no tenía éxito; todas las personas que allí se encontraban parecían extremadamente apuradas e inmersas en sus propios asuntos, y parecían ignorarme cada vez que me dirigía a uno de ellos. Además tenía la dificultad de que sólo podía hablar francés, desconocía cualquier palabra en griego; estaba comenzando a desesperarme, por lo que decidí adentrarme un poco más en las calles de la ciudad. El baúl estaba empezando a pesarme demasiado a pesar de que lo arrastraba, ya que no podía cargarlo; en esas me encontraba cuando de repente, choqué contra algo sólido y metálico, por lo cual, por inercia, salí disparada hacia atrás, tropecé con mi propio baúl y trastabillé. 

_¡Oh, Mon Dieu!_ , exclamé en voz alta, ya viéndome estrellarme contra el empedrado de la calle, haciendo el ridículo como cuando era una niña y cometía torpezas cada dos por tres, pero nada de eso ocurrió. Sentí la calidez de unas manos sujetarme por la cintura y evitar así mi caída, que era inevitable, y una voz masculina que, preocupada, me preguntaba en francés si me encontraba bien.  

_Señorita, ¿se ha hecho daño?_ , continuaba repitiendo el hombre, consternado ante mi falta de respuesta a su pregunta.  Yo no había abierto los ojos; no me había percatado de que los había cerrado en el instante en que veía mi inminente e inevitable caída contra aquella calle. Cuando por fin los abrí, me encontré con el rostro de un muchachito que no debía de tener más de quince años, que me miraba con sus ojos azules reflejando preocupación. 

_Oh sí, me encuentro bien, ¡muchas gracias por su ayuda! ¡Sin usted aquí para evitar mi caída ya estaría en el piso!_ , exclamé despreocupada mientras arreglaba las arrugas de mi vestido, ante la ahora, mirada de alivio del joven.  _Creo que tengo suerte de encontrarme con una persona que hable francés; al parecer nadie en este sitio lo habla... _ . 

_¡Por supuesto que hablo su idioma, señorita!_ , respondió el muchachito alegremente. _Durante nuestra formación como caballeros dorados, nos enseñan muchas cosas que podrían servirnos para nuestras misiones, las cuales pueden llevarnos a cualquier parte alrededor del mundo... Oh, supongo que he hablado de más...otra vez, para variar, jejeje; permítame presentarme, mi nombre es Regulus, y soy el caballero dorado de Leo, mucho gusto en conocerla, señorita... _ , dijo el joven mientras hacía una reverencia hacia mí. 

Y llegaste tú (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora