CAPÍTULO 59

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— Entonces, ¿aceptó? —me pregunta Emily.

— Sí, ayer me llamó para contarme que le parecía una buena idea —le digo recordando el llamado de Fabri que me hizo anoche, escuchar que quería ser parte de la ayuda que le quiero ofrecer a Bruno me hizo muy feliz.

— ¿Yo puedo ir? —se ofrece mi mejor amiga sacándome de mis pensamientos.

— Mmm... No sé —reflexiono un poco en su propuesta pero no estoy segura si es una buena idea, quizás siendo menos personas Bruno se abra un poco más con nosotros—. No, definitivamente no podes venir, cuantos menos seamos mejor. -Determino. 

— Dale, Abril, no seas así, te prometo que no voy a decir nada fuera de lugar —me dice y pone carita de cachorro triste.

Yo le doy un manotazo a su hombro porque sabe que si hace esa cara me convence, y esta vez no fue la excepción, pero, de igual modo, le dejo en claro algo:

— No vayas a hablar de más —veo que ella no me entiende así que le explico mejor—. Lo voy a llevar engañado, no creo que si le decimos que sabemos lo que le pasa reaccione bien y acepte ir con nosotros.

— No hay problema —Me dice Emily y levanta los brazos como si yo fuese la policía.

Atino a decirle algo más, sin embargo, justo sonó el maldito timbre que nos avisa que debemos volver a nuestros salones.

Una vez que renegamos lo suficiente por lo poco que dura el recreo, arrastramos nuestras zapatillas por el patio dirigiéndonos a clase. Pero, antes de llegar al aula, recuerdo algo que me dije a mi misma que debo hacer y codeo a Emily:

— Voy a contarle a su psicóloga sobre la reunión y le voy a pedir su opinión al respecto —le digo antes de salir corriendo.

Escucho que Emily me grita algo relacionado a que no tengo que llegar tarde porque nos tocaba con la de matemática y esa mujer nos la tiene jurada desde que pensamos que consumía droga, pero ignoro su llamado y me acerco a toda velocidad a la oficina de Brenda, la psicóloga escolar.

Sin embargo, soy lo suficientemente necia como para entrar sin golpear porque estaba entusiasmada con la idea de poder ayudar a Bruno, que me olvide de mis modales y entré sin avisar a la oficina.

Lo primero que me hace darme cuenta que la cagué, fue una cabellera morocha, casualmente familiar, que sobresale de una silla giratoria que está frente a Brenda. Lo segundo, fue ver que esa cabellera que me había resultado familiar, pertenecía a un chico que se volteo al escuchar que la puerta fue abierta.

Y como la suerte no está nunca de mi lado, ese chico no era nada más, ni nada menos, que Bruno, el motivo personificado por el que me encontraba allí.

Todo pasó muy rápido, abrí la puerta, entré, vi al par de sujetos dentro de la oficina, reconocí a Bruno, noté que estaba llorando, identifique una mirada de alarma en sus ojos cuando vio que era yo quien había irrumpido en la oficina, luego él se levantó velozmente no sin antes mirar a Brenda y levantar una de sus cejas en una clara mirada de decepción, se limpió el rastro de lágrimas que habían quedado en sus mejillas y me rodeo para salir de allí.

Todo fue tan acelerado que me quede clavada en el lugar, y no atiné a reaccionar hasta que escuche la voz de Brenda diciendo para sí misma:

— Esto no va a ser bueno para él, claro que no.

La miro un poco indignada por lo que acababa de decir, pero tiene razón, debí actuar con más prudencia.

Mascullo un saludo y le digo que cuando pueda volveré, ella asiente y yo salgo del lugar.

Éramos un par de farsantes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora