Capítulo Tres: Conversaciones.

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Hannah

Julio 30, 2017

Oakland, California.




Candace y yo siempre hemos sido muy unidas, a pesar de ser completamente diferentes.

Desde pequeñas, podrías notar todos aquellos aspectos en los que lo seriamos, iniciando por el cabello.

Mientras Candace es castaña, de ojos cafés, piel clara pero con un ligero toque bronceado, yo soy rubia, de ojos verdes y con la piel blanca. De verdad, mi piel es blanca.

Cuando era pequeña, mis compañeros de clase solían llamarme leche, porque según ellos mi piel se asemejaba a ella. Nunca le tome importancia, porque había otros niños en mi salón que eran iguales a mí. Por lo que aprendí a que solo lo hacían para molestarme.

Quizás por eso, nunca me llamaron la atención los niños.

El caso es, que pasar tiempo con ni hermana menor es una de las cosas que más amo y disfruto. Salir con Candace me ayuda a relajarme, desestresarme y alejar cualquier pensamiento de mi cabeza.

De todas las cosas que amo hacer con ella, acompañarla a tomar fotografías es sin duda la que se lleva el primer puesto.

Desde pequeñas he dicho que tiene buen ojo. Logra capturar los mejores momentos, puedes sentir lo que quiere transmitirte con tan solo una fotografía. Haciendo únicamente click.

Aunque en estos momentos, no estoy muy segura de que sentimiento quiera capturar.

Hemos estado dándole vuelta al parque al que me trajo, y el cual está cerca de casa, desde hace más de una hora y media.

Me considero una persona paciente, además, reconozco que no debe ser fácil sacar la fotografía perfecta, aquella que te alegre o entristezca el corazón. Sin embargo, la situación es diferente ya que no ha habido nada que logre captar su atención.

La veo apunta el lente de la cámara hacia la copa de uno de los árboles en donde un par de pájaros vuelan, saltando de una rama en otra.

Tarda lo que tiene que tardar, moviendo el lente en busca de la toma perfecta, hasta que ocurre lo que ha estado sucediendo en todo este tiempo: no suena ese click, sino, el resoplido de frustración.

La veo bajar la cámara, luciendo molesta y frustrada. No la había visto así, desde que papá no le dio permiso de ir a esa fiesta del chico que le gustaba hace dos años.

Hay esta otra cosa que nos hace diferentes: mi hermana no es para nada paciente. Suele estresarse y desesperarse cuando algo no está saliendo como quiere.

Se pone de muy mal humor sino no consigue lo que quiere. Y me hago una idea de que puede ser.

—¿Todo bien, Candace? — grito, desde la banca en la que he tomado asiento y de donde la he estado observando por más de cuarenta minutos.

—¡Todo de maravilla! — grita en respuesta—. Lo tenía, pero se me escapo— sí, apuesto a que sí.

Porque es bueno escabulléndose.

Media hora más tarde, tengo la cabeza de mi hermana menor sobre mis piernas, mientras su delgado cuerpo, cosa que tenemos en común, se extiende por la banca.

Descifrando el Juego (Completa) (#1 San Diego)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora