—Está nerviosa, ¿no es así? —dijo el abogado, sacando una botella de agua de una refrigeradora empotrada bajo el asiento. No le ofreció una a ella.
—¿Lo persigue la policía? —respondió ella.
—No.
—Entonces cierre el pico.
Lanzani hizo caso omiso al intercambio de palabras, accionando en cambio el botón del pequeño panel de la puerta.—Ben, llévanos a casa, por favor.
—Sí, señor.
Lali, con la mandíbula apretada con una combinación nauseabunda de nerviosismo, irritación y adrenalina, observó a Gastón levantar la botella y Tomar un largo trago, las gotitas condensadas bajaron por su pulgar y gotearon sobre su corbata.
—¿Hay de ésas para todos, o él es especial?
Con lo que sonó una risita contenida, Peter se inclinó para coger otra botella fría y se la entregó.—Él es especial, pero aquí tiene.
—Me alegra que te diviertas, Peter —farfulló Gastón—. Esto no era lo que imaginé cuando dijiste que querías su ayuda. En ese momento pensaba más en una llamada o dos... no en invitar al lobo al gallinero.
—Todas las gallinas de Lanzani están a salvo —contestó Lali—. ¿De verdad tiene que estar aquí? —Se giró hacia Lanzani, quien la estaba observando con esa divertida expresión tan atractiva en su rostro.
—Por ahora, sí.
—Genial. —Había pretendido sonar más irritada, pero ningún hombre tenía derecho a tener un aspecto tan increíble tres días después de que una bomba hubiera estado a punto de hacerle volar en pedazos. Se incrementaron sus dudas sobre todo este asunto, y trató de ahogar las mariposas que revoloteaban en su estómago con un trago de agua. «¿Incertidumbre o deseo, Lali?» Con las ardientes vibraciones que rebotaban entre ambos, tenía una idea muy clara de qué se trataba.
—¿Qué le hizo cambiar de opinión sobre mí? —insistió.
—La curiosidad. —Se acomodó, igual de tranquilo y relajado con su caro traje azul como lo había parecido la noche anterior en jena y descalzo—. Así que, Mariana, ¿tiene idea de quién podría haberse llevado la tablilla de piedra y colocado la bomba?
Lali se quedó petrificada con la botella casi rozándole los labios.—¿La tablilla ha desaparecido?
Él asintió.—¿Decepcionada?
Se lo merecía, supuso ella, y dejó pasar el comentario.—Eso lo cambia todo. —Miró la expresión cínica del abogado con el ceño fruncido, tomó un poco más de agua y maldijo a Maxi en silencio unas cuantas veces más. Y a quienquiera que lo hubiera contratado. Eso era lo que tenía que descubrir—. Cambia el propósito del delito. No cambia nada respecto a mí. Retomando esta cuestión, Lanzani, ¿sabe ya cómo va a ayudarme?
—Se me ocurren un par de ideas. Pero, a cambio, espero su ayuda. No le daré algo a cambio de nada. No es así como hago negocios.
—Yo, tampoco.
En realidad, sacar algo a cambio de nada era precisamente el modo en que prefería hacer negocios. Pero esto era cualquier cosa menos negocios. Todo cuanto había aprendido en la vida le decía a gritos que no podía confiar en él, que no podía confiar en nadie. Su libertad y su vida eran su responsabilidad. Sí, imaginaba casi con toda seguridad quién se había llevado la tablilla y, con toda probabilidad, colocado la bomba. Maxi no iba a confesar, y ella no iba a delatarlo. No tenía ningún problema con acusar al jefe de Maxi, pero necesitaba tiempo para encontrar al culpable antes de que la policía la encontrara a ella. Por tanto, había respondido a la invitación televisada de Lanzani, y ahora iba trepada en su limusina.
Lanzani asintió, lanzándole una mirada.—Todos nos esforzaremos por cooperar.
—Yo cumpliré con mi parte, pero me reservo el derecho de protestar y recordarte en un futuro eso de «ya te lo dije» —dijo Gastón, calmándose nuevamente con un poco de agua.
—Wow, cuanta ayuda —apuntó Lali.
—No tendría que decirlo si usted no hubiera forzado la entrada, señorita Buenos Modales.
—Pero seguiría teniendo un robo y una explosión, Harvard. Y a nadie que lo ayudara a descubrirlo.
—Yale. Y usted...
—Bueno paren, niños —interrumpió Lanzani—, no me obliguen a detener el auto.
Lali se recostó, y sonrió al abogado con gozo. Su padre debía de estar revolcándose en su tumba en ese preciso instante. Su hija iba en una limusina con un abogado y uno de los hombres más ricos del mundo. Sabía con exactitud lo que habría hecho Carlos Espósito con esa oportunidad... robar a Juan Pedro Lanzani sin pestañear y sin pensárselo dos veces. Sin embargo, esas ideas fueron la causa de que su padre pasara los últimos cinco años de su vida en la cárcel. Ella había aprendido a contenerse y a ser paciente, aun cuando él no lo era. Mirando nuevamente a Lanzani, decidió que lo de la contención iba a resultarle muy útil.
Dio un vistazo por la ventana junto al abogado para ver el paisaje, y se preguntó en qué se había metido. Cada kilómetro la alejaba más de sus cosas y de su auto, la alejaba más del respaldo seguro que le daba la ciudad y su gentío. Por el amor de Dios, ni siquiera tenía ropa para cambiarse. Pero podía jugar su juego; jugaría, porque no le quedaba otra opción.
Se aproximaron a la reja de entrada, resguardada por un policía de uniforme en cada uno de los postes. Lali no pudo evitar hundirse más en el asiento cuando bajaron la velocidad. No, no le habría gustado hacer esto ella sola, pero claro, tampoco habría manejado hasta la entrada principal. El conductor de la limusina bajó la ventana, mantuvo un breve intercambio con uno de los oficiales, y se abrieron las puertas.
—Ya ves que estás dentro sana y salva, tal como prometí. No es necesario trepar muros, cavar túneles ni nada por el estilo.
Mariana se volteó para observar las puertas cerrarse de nuevo.—Tiene un servicio de seguridad pésimo.
—Tenemos dos policías en la reja de entrada —dijo Gastón.
Con la vista al frente de nuevo, miró ceñuda al abogado.—Y ni siquiera revisaron la maletera o a los pasajeros de la limusina. Si la idea es mantener a Lanzani a salvo, puede que quiera sugerirles que comprueben la identificación de todos y se cercioren de que no llevan a nadie como rehén antes de dar acceso. Sé que les dio mi descripción porque lo escuché en las noticias. Y aquí estoy sentada de todas maneras.
Juan Pedro siguió mirando por la ventana. Mariana tenía razón. La deferencia con la que lo trataba la policía era de esperar, dado el estatus que ocupaba dentro de la cerrada comunidad de élite, pero sería tonto depender de ella para nada que no fuera mantener la prensa fuera de su puerta. La noche pasada no habían impedido la entrada de su visitante... ni tampoco ahora.
—¿Preocupada por mí? —preguntó.
Continuará...
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Arte Para Los Problemas(LALITER)
FanfictionMariana Espósito, la mejor ladrona de obras de arte, tiene como próximo objetivo una delicada tablilla troyana que pertenece a Juan Pedro Lanzani, un empresario multimillonario. La operación se ve truncada cuando es descubierta en medio de la noche...