Capitulo 78

177 14 0
                                    

Cuando se levantaron para marcharse, Olivia se había quedado dormida sobre el hombro de su papá. Lali volvió a estrecharle la mano a Gastón, algo que la honraba, e incluso aceptó un abrazo de Rochi en el camino de entrada. Pero Peter no pudo ocultar su sorpresa cuando le dio las llaves del Bentley.

—¿No te gustó manejarlo?

—Me encantó. Pero si vas tú al volante, tienes que tener las manos quietecitas y yo entonces yo puedo pensar.
Él se subió al asiento del conductor.

—¿Y eso tiene algo que ver con lo que ha estado preocupándote durante la cena?

—Sí.

—¿Eso que prometiste contarme?

—Sí. —Le lanzó una mirada mientras se abrochaba el cinturón—. ¿De verdad no estás enojado por el AM?

Tardó un segundo en descubrir que «AM» significaba allanamiento de morada. Alguien debía publicar un diccionario de «Jerga de ladrones».

—No estoy enojado.
Sus hombros se relajaron un poco, como si hubiera esperado cierta discusión.

—Me alegro.

—¿Tienes mucho en qué pensar?

—Limítate a manejar.

Riendo entre dientes, Peter condujo el auto camino abajo hasta la carretera. Mariana tenía razón en una cosa; si hubiera sido ella quien manejara, no habría sido capaz de quitarle las manos de encima. Había pasado toda la noche con cierta incomodidad, y ahora que estaban de nuevo a solas, el dolor en su ingle se volvía mucho más intenso.

Ella se quedó en silencio durante varios minutos, mirando por la ventana sin expresión alguna. Juan Pedro, que no estaba acostumbrado a verla pensativa, puso la radio y localizó una cadena de rock cualquiera.
Finalmente, Lali tomó una bocanada de aire.

—De acuerdo. Esto es en lo que pensaba: ¿Arriesgaría alguien como Dante Cortés su libertad, su reputación y su carrera por la venta de un árticulo de millón y medio de dólares?

—Lo hizo, obviamente.

—No estoy tan convencida de eso.
Juan Pedro casi se pasa un semáforo en rojo.

—¿Cómo dices? ¿No crees que colocara la falsificación o las granadas? ¿Por que...?

—No, sí creo que lo hizo. Pero es un esnob. Le encanta el prestigio que le otorga su trabajo. No creo que se arriesgara de ese modo por un único objeto. Y no creo que uno cometa un asesinato por un único objeto... no a menos que se trate del diamante Hope o algo por el estilo. Él tenía una falsificación, y ¿para qué otra cosa iba a tenerla, salvo para cambiarla por la verdadera? ¿Por qué deberíamos dar por sentado que...?

Entonces giró bruscamente, y se metió en el estacionamiento desierto de un centro comercial. Entendía lo que ella estaba sugiriendo, y la idea lo enfurecía e indignaba.

—Crees que lo ha hecho antes —espetó—, sin que yo fuera consciente de nada.

—¿Se ocupa de alguna de tus otras propiedades, o sólo de ésta?
Juan Pedro estampó el puño contra el tablero.

—Se encarga de realizar adquisiciones para otras propiedades pero vive en Buenos Aires. Le gusta esta ciudad.

—¿Cuánto tiempo al año sueles pasar acá?

—Un mes o dos durante la temporada, algunas semanas durante el resto del año.

—Quizá sea eso también lo que le guste de la mansión.

—Estás haciendo demasiadas suposiciones, Mariana. Puedo entender que tal vez se dejara llevar y se volviera algo codicioso, y que quisiera aprovecharse de mí con lo de la tablilla. Pero estás diciendo que ya lo ha hecho antes, en repetidas ocasiones.

—Estoy creando hipótesis, Peter. No sé nada a ciencia cierta. Sólo digo que tiene lógica. Necesito ver al resto de tus obras de arte.
Claro que tenía sentido, y aquello lo ponía furioso.

—¡Mierda! ¡Maldita sea!

—Me pediste que te contara lo que pensaba —protestó—. ¡Dios! Olvida lo que he dicho. Si vas a enojarte, la próxima vez me lo reservaré para mí.

—Nada de eso —respondió—. No estoy enfadado contigo, sino conmigo mismo por no haber considerado siquiera la posibilidad hasta ahora.

—Seguramente esté equivocada. Podría tratarse de un coleccionista fanático de tablillas, o incluso de alguien que esté chiflado y que tiene a Cortés muerto de miedo.

—Mañana por la mañana nos encargaremos de eso.

—Por la maña...

—Sí, por la mañana. Nada de inspeccionar a la luz de la luna... y quiero estar seguro antes de mencionar tus sospechas a nadie.

Tiró de su brazo llevado por un impulso, acercándola para poder besarla. Ella abrió la boca para él deslizando la lengua entre sus dientes para igualar su propia exploración.
Su miembro, ya medio erecto desde que había salido de casa de los Dalmau, presionó con fuerza contra sus pantalones.

—¡Dios! —dijo con una voz ronca, alargando la mano para dar media vuelta a la llave de contacto y estacionar el auto.
Ella se abalanzó sobre él, enroscando sus hábiles manos en su pelo y apretándose contra su torso.

—Sabes a chocolate —murmuró contra su boca, quitándole el cinturón con brusquedad y deslizando la mano hacia abajo para ahuecarla sobre su rígida entrepierna—. Mmm.

Sintiéndose menos elocuente, la mano de Peter descendió por la parte frontal de su vestido para acariciarle el pecho derecho, y enseguida sintió florecer su pezón bajo sus suaves atenciones. Lali empujó con más fuerza contra su mano y la cabeza de Peter golpeó contra la ventanilla del conductor.

—¡Demonios!

—Vamos al asiento de atrás —gimió, sacándole la mano de debajo del vestido antes de ejecutar un giro experto y arrojarlo encima de ella.

Juan Pedro no se detuvo a admirar su destreza acrobática mientras se afianzaba entre sus piernas, deslizando las manos por sus muslos hasta la cintura, subiéndole el vestido al tiempo que la acariciaba. Deseaba devorarla, hundirse en ella, mantenerla prisionera a su lado para que nunca pudiera escapar. Sus manos le desabrocharon los pantalones y se los bajó hasta los muslos junto con los calzoncillos, mientras él optaba por lo fácil y simplemente le arrancaba la ropa interior de encaje.

—Y yo que pensaba que mantenías el control —jadeó, sonriendo ampliamente mientras cerraba los dedos a su alrededor y le acariciaba.
El introdujo un dedo en su interior al tiempo que empujaba contra su mano.

—¡Dios! En todo menos contigo.

—Rompiste mi culote.

—Te compraré más.

—No quiero que me compres ropa interior. Te quiero adentro mío. Ahora.

—Un cond...

—Ahora —repitió con un gemido de impaciencia, alzando las caderas.

Peter no necesitó más invitación. Embistió dentro de ella, hundiéndose hasta la base. Lali jadeó, arqueando la espalda y rodeándole la cintura con los tobillos mientras él arremetía, fuerte y rápidamente, una y otra vez, dentro de su tenso calor.

Dios, lo volvía loco. Así sin más, cuando cada nervio de su cuerpo parecía estar en sincronía con ella, desde el acelerado latido de su corazón, su áspera respiración, sus gemidos y el resbaladizo calor por dentro y por fuera de su cuerpo, podía admitir una cosa... lo excitaba el hecho de que fuera una ladrona, una embustera y una jugadora.

—Mía —gruñó, bajando el rostro hasta su cuello mientras se sentía llegar al orgasmo—. Di que eres mía.

—Eres mío —repitió con un gemido triunfal, clavándole los dedos en las nalgas y mordiéndole el hombro mientras se corría, palpitando y contrayéndose a su alrededor.
Mientras se daba cuenta de que Lali tenía razón, se dejó arrastrar con ella en el jadeante e irracional olvido.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora