—También la policía. Ya sabes cómo odian que un hombre de negocios haya estado a punto de volar por los aires.Peter descartó aquello con un movimiento de su mano. Las manipulaciones de la policía, por poco que le gustaran, no le interesaban en ese momento.
—Me tienen sin cuidado lo que haga el resto. Alguien entró en mi casa, mató a alguien que trabajaba para mí y robó algo que me pertenece. Y «culpable» o «no culpable» no responde ni por lo más remoto a las preguntas que quiero formular.Gastón suspiró.
—Claro, muy bien. Voy a ver si puedo averiguar qué tan cerca estás de atraparla. —Sacudió la cabeza—. Pero cuando nos arresten por interferir en una investigación policial, no pienso defenderte.
—Si nos arrestan, sencillamente te despediré por hacer un trabajo torpe. —Sonriendo, Peter alargó la mano hasta el teléfono—. Ahora ándate. Tengo trabajo.
«Dos días.» Mariana se repantigó en los cojines de su sillón y cambió de canal con el control remoto. Odiaba estar sentada de brazos cruzados en el mejor de los casos, y aquello se alejaba mucho de eso. Con todo, los medios de comunicación no iban a dejar de lado la historia. Y mientras no se cansaran, ella no podía dedicarse a otra cosa.
Por ahora se habían quedado sin información nueva, y por eso había estado escuchando la misma historia con alguna que otra alteración... la vida de Juan Pedro Lanzani, los amores de Juan Pedro Lanzani, la filantropía de, los negocios de, bla, bla, bla. Y estaban los hechos con los que contaban y que no cesaban de repetir en cada noticiero. Había habido una explosión, un guardia, ahora identificado como Diego Fernández, había sido asesinado, y varios objetos valiosos destruidos. Y la policía estaba buscando a una mujer, con una altura aproximada entre el metro cincuenta y un metro cincuenta y cinco, un peso aproximado entre cincuenta y cuatro y sesenta y ocho kilos, conjuntamente con la investigación.
—Sesenta y ocho kilos, un cuerno —murmuró, cambiando de nuevo el canal. Peso equivocado o no, sabía lo que significaba; buscaban a un sospechoso, a una persona a la que culpaban. A ella.
Todos sus instintos le decían que huyera para poder mirar lo que había sucedido desde una distancia segura. El problema era que, si pensaban que había tratado de matar a Lanzani, no había distancia segura. Y tampoco un modo seguro de llegar a ella. Aeropuertos, estaciones de buses... estarían vigilándolo todo. Bueno, podían seguir vigilando, aunque no le hacía sentir mejor oír en las noticias de la mañana que la policía «esperaba llevar a cabo una detención en cualquier momento». No lo creía, pero tampoco estaba dispuesta a ignorar la amenaza.
Y así, estaba sentada en el sillón, tomado un jugo y comiendo palomitas hechas en el microondas, viendo el final de las noticias de media mañana... e intentando averiguar lo que había ocurrido. Como ladrona, era una superdotada. Eso había dicho su padre, Nicolás y algunos de los discretos clientes para los que había trabajado. Disfrutaba de la independencia que sus habilidades le proporcionaban. Disfrutaba del reto que suponía su profesión, disfrutaba con la sensación de esa posesión pasajera que algunos de los objetos más raros del mundo le proporcionaban. Y disfrutaba del dinero que recibía como pago, a pesar del cuidado que debía tener al gastarlo. Jubilación, le había repetido su padre una y otra vez mientras le enseñaba las habilidades de su oficio. Trabaja con la mira puesta a veinte años en el futuro, no puesta en el mañana.
Ése era el objetivo por el que vivía en una casa pequeña y ordenada no en el centro de la ciudad, y era por lo que trabajaba por una miseria como asesora de arte autónoma para algún que otro museo. Y por eso, simplemente, no mataba. La genio que mataba en su búsqueda de objetos inanimados no llegaba a jubilarse en algún lugar del Caribe y con guapos empleados de hogar.
Todo lo cual dejaba clara una cosa. Si quería jubilarse, tendría que averiguar quién había colocado aquella bomba. O bien había representado el papel de novato, o había tenido la peor suerte de la historia. De cualquier modo, quería la revancha. Y tenía que ser capaz de demostrar que ella no lo había hecho. Solventar este enredo sólo para satisfacer su propia curiosidad no evitaría que fuera a la cárcel.
El noticiero finalizó con la misma historia, y al fin pudo encontrar algo que valía la pena. Con Godzilla de 1985, rugiendo y dando pisotones a diestro y siniestro en Tokio, cambió la televisión por su computadora, entró a su mail y revisó sus mensajes. Dado que no estaba interesada ni en pastillas para el rendimiento sexual ni en un viaje gratis a Orlando, los borró, abrió un buscador y tecleó el nombre de Juan Pedro Lanzani.
La página inicial desbordaba de imágenes, un archivo de artículos en diversas páginas web de periódicos y revistas, desde chismentos hasta revistas de negocios.
—Salimos mucho, ¿no, Lanzani? —murmuró, desplazándose por la primera página y dándole click en la segunda.
La mayoría de los artículos mostraban fotos similares, como si Lanzani hubiera posado para una foto y dejado que las publicaciones examinaran los resultados. Con su pelo morocho, que llevaba ligeramente largo, apenas le rozaba el cuello de la camisa, parecía todo un multimillonario, y no sólo por el traje negro de Armani, la corbata negra y la camisa gris oscura. Eran los ojos, principalmente, de un color verde y relampagueantes. Hablaban de poder y confianza, miraban directamente a la cámara y anunciaban que aquél era un hombre al que había que Tomar en serio.
—No está mal —comentó. De acuerdo, puede que eso fuera quedarse corto. Puede que fuera guapísimo. Y que tuviera un aspecto demasiado sexy vestido tan sólo con unos pantalones de buzo, incluso cubierto de humo y sangre.
Irritada consigo misma por distraerse, clickeó en la tercera página. Ahora que las referencias se estaban haciendo un poco más vagas, aminoró la velocidad. Adquisición de antigüedades, una página dedicada a entusiastas de los yates, y toda una página web, www.luchadedivorcios.com, administrada no por el señor Lanzani, sino por Pamela, la ex señora Lanzani. «¡Ay!» Mariana sabía que tenía cosas más importantes que descubrir sobre el hombre que la había metido en medio de una investigación criminal, pero entró de todos modos en la página.
Una fotografía de Pamela Lanzani-Valente apareció en la pantalla. La ex señora Lanzani, una rubia con un físico escultural, que pagaba mil dólares por cada visita al salón de belleza, respondía a preguntas mediante correo electrónico y daba consejo sobre cómo evitar quedarse en la calle en el divorcio, con la esperanza de que otros sacaran provecho donde ella no lo había conseguido. Teniendo en cuenta que dos años atrás Lanzani la había sorprendido en la cama con Martín Valente en su villa de Jamaica, Lali pensaba que Pamela se había librado con mucha facilidad. No todos los maridos cornudos permitirían que sus ex esposas y nuevas esposas tuvieran los fondos suficientes para mantener, por lo menos, una bonita casa en Londres.Sonó el teléfono. Lali se sobresaltó, poniéndose a correr hacia la cocina para contestarlo.
—Aló.
—Mariana Espósito
Continuará...
Otro Capitulo de regalo ...
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Arte Para Los Problemas(LALITER)
Fiksi PenggemarMariana Espósito, la mejor ladrona de obras de arte, tiene como próximo objetivo una delicada tablilla troyana que pertenece a Juan Pedro Lanzani, un empresario multimillonario. La operación se ve truncada cuando es descubierta en medio de la noche...