Capitulo 80

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Cuando se despertó, Peter estaba tumbado boca abajo a su lado en la cama, con un brazo sobre el hombro de Mariana, sus largas pestañas bajadas y su respiración pausada y regular. Lali se sentía pesada, como hubiera dormido demasiado profundamente y siguiera así durante un momento, tratando de obligarse a despertar.

Peter estaba tan guapo, ahí, tumbado, y supo que, tal como había sentido desde el mismo instante en que había puesto su rápida y asustada mirada en él la noche del robo, jamás podría permitir que nada malo le sucediera. Deseaba, más que nada en el mundo, acurrucarse en sus brazos y volverse a dormir, pero si quería cumplir con su parte del trato, tenía que volver a trabajar.

Se deslizó con cuidado de debajo de su brazo y se levantó de un tirón, liberando su peso de la cama. Se puso unos pantalones cortos y descalza se dirigió a la parte principal de la suite. Le causaban cierta preocupación los guardias que rondaban los pasillos; no tenía motivos para esconderse de ellos, pero era un hábito y no iba a dejar que la vieran porque sí.

La oficina de Cortés se encontraba en la planta baja, en el extremo opuesto del pasillo en el que estaba ubicado el cuarto de vigilancia, e igualmente accesible desde la escalera de uso habitual y desde la trasera, por la que también se accedía al gimnasio privado de la casa. Bajó por la de atrás, el silencio y la oscuridad eran como viejos conocidos para ella. Era estupendo hacer nuevamente uso de sus habilidades, aunque momento de adrenalina había desaparecido; si alguien la veía, se limitaría a saludarla con la cabeza y a dejarla pasar.

Aun así sintió una clara sensación de triunfo cuando se entrometió en la oficina de Cortés sin ser descubierta. La policía había confiscado su computadora y los archivos, los cuales probablemente contendrían información acerca de cualquier transacción reciente.

Despegó un extremo de la cinta policial que cruzaba la parte frontal de los dos grandes archivadores de Dante. Del bolsillo sacó un pequeño trozo de cable de cobre y en un segundo ya había abierto el primer cajón. Los archivos estaban ordenados numéricamente, lo cual supuso era un modo de catalogarlos por orden de adquisición. Lali volvió al escritorio, pero si existía un listado maestro, éste se encontraría en la comisaria.

—De acuerdo, lo haremos por las malas —farfulló, acercándose de nuevo al archivador.

El primer archivo contenía una fotografía de un tapiz medieval que había colgado en la galería la noche en que ella había irrumpido en la casa. Con letra clara se detallaba cuándo había sido realizada la compra junto con las iníciales JPL, así que supuso que Peter había realizado la compra él mismo. El precio pagado, la propiedad en que se guardaba el artículo y la ubicación donde se mostraba también tenían su pequeño espacio en el formulario.

Además, Cortés llevaba una lista actualizada del valor de mercado estimado de objetos semejantes, que se remontaba a diez años atrás. Por Dios, que tipo tan pesado. Pesado pero preciso.

Ojeó los archivos por orden, aunque únicamente extrajo unos pocos para examinarlos detenidamente. Algunos objetos eran pequeños, como una sola moneda romana, mientras que otros eran tan grandes como un lienzo de catorce metros de Lorenzetti, pintado a mediados del siglo xiv.

Prosiguió, disminuyendo el ritmo para mirar las fotografías, deseando disponer de más tiempo para examinarlas y para ver las obras al natural. El propio Peter había adquirido la mayoría, a pesar de su supuesta confianza en Cortés. Tenía un ojo extraordinario.

Al llegar al tercer cajón notó que no había visto el archivo del Picasso que se encontraba en el descanso de la escalera. Dado que todavía quedaban otros tres cajones, no podía estar segura de que no estuviera... Aún. El expediente de la tablilla estaba de nuevo en el despacho de Peter, pero había algo que no encajaba.

La manija de la puerta se movió y Mariana se apresuró a esconderse en las sombras de detrás del escritorio por puro instinto. Peter se asomó a la habitación, miró alrededor y comenzó a cerrar de nuevo la puerta. Entonces se detuvo, enfocando la mirada en el archivador abierto.

—¡Demonios! —maldijo—. Otra vez, no.
Mariana salió de las sombras a su derecha con el ceño fruncido.

—Lo siento —murmuró.
Él se sobresaltó claramente.

—¡Por Dios! Me has dado un susto de muerte. ¿Qué haces aquí abajo?

No se había tomado la molestia de ponerse una camisa, sino que estaba allí, con sólo los pantalones y descalzo, el pelo revuelto y ojos somnolientos, con un aspecto muy similar al de la noche en que se habían conocido. Incluso se había enojado con la venda que cubría sus costillas y se la había quitado esa misma mañana.

—¿Cómo sabías que estaría aquí? —respondió.

—No estabas cuando me desperté —bostezó, pasándose la mano por el pelo y dándole un aspecto todavía más desaliñado—. Seguí mi olfato. Da miedo lo bien que te conozco, ¿no?

—Sí —respondió pausadamente. Realmente daba miedo y era incluso inquietante... y excitante.

—¿Y? Explícate.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora