Capitulo 32

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Peter la siguió; lo había hecho las cuatro veces que ella se había apartado del camino. Lali no estaba segura de si aquello se debía a que disfrutaba atravesando telarañas o porque temía perderla de vista en caso de que echara a correr. A juzgar por lo que estaba aprendiendo de Juan Pedro Lanzani, probablemente se trataba de una mezcla de ambas cosas.

—Para —ordenó Lali, cuando la cámara de vigilancia giró en su dirección.
Él se puso delante.

—Podemos ser vistos —dijo con voz divertida—. Soy el dueño, ¿recuerdas?
«¡Demonios!»

—De acuerdo. Es una vieja costumbre. —Lali observó la cámara hacer su lenta rotación semicircular. Situadas más o menos cada treinta y cinco metros a lo largo del muro, seguían una pauta asincrónica, lo que era comprensible. A medio camino entre el muro y la casa, se formaba un semicírculo de postes de luz, cada uno dotado con un detector de movimiento—. ¿Consultaste a Mayer-Smith —preguntó—, o todo esto ya estaba aquí cuando compraste el lugar?

—Ambas cosas. Las cámaras estaban aquí, pero mi gente encargó los sensores de movimiento. ¿Por qué?

—Tienes puntos ciegos. Es una auténtica basura tu seguridad, Lanzani. Sobre todo sin cámaras en el interior. Incluso con los guardias rondando de noche.

—Si es tan... mala, como tú dices, ¿por qué te molestaste con los sensores de las rejas y en hacer el agujero?
Ella le lanzó una sonrisa, y se deslizó entre un enorme helecho y la pared trasera.

—No es divertido entrar si no es de modo secreto. —Lali bajó la mirada y se detuvo.

—Así que, básicamente, montaste toda la escena porque podías.

—Algo así —dijo distraídamente, poniéndose en cuclillas para tocar con el dedo la hoja aplastada de una begonia.

—¿Has encontrado algo? —Su voz se había agudizado, y en menos de un segundo se estaba arrodillando junto a ella.

—No estoy segura. Alguien ha aplastado esto, pero podría haber sido la policía durante su registro. Aquí hay huellas por todas partes. —Se enderezó, se apartó del muro y miró hacia arriba.

—Un punto ciego —indicó él.

—Sí, y una carrera muy despejada desde aquí, a lo largo del camino del riachuelo, hasta la casa. Tan sólo uno, quizá dos sensores que esquivar. Hum.

—¿Qué?

Algo había llamado la atención de Lali a mitad del muro más o menos, y no pudo contener una rápida sonrisa. «¡Te atrapé!»

—Empújame hacia arriba, ¿quieres?
Peter, amablemente, ahuecó las manos junto a la base del muro. Ella puso el pie en el soporte y él la impulsó hacia arriba. Al nivel de la vista, la huella era fácil de ver.

—Ya sabías que era Recca quien entró con los explosivos, ¿no? —preguntó él desde abajo.
«¡Maldición!» O bien había tenido un desliz o él podía leer la mente.

—Una vez que se alcanza cierto grado de destreza y se conoce el valor del objeto, no hay muchos que puedan haberlo hecho —dijo con rodeos.

—Y Recca es uno de esos pocos.

—Sí.

—¿Y tú?

Ella hizo caso omiso de aquello, y pasó los dedos a lo largo de la leve curva de la huella de zapato. Maxi era cuidadoso, pero en medio de la noche no siempre resultaba posible limpiar todo el barro de los zapatos antes de escalar un muro. Pero el hecho de que hubiera sido tan metódico a la salida quería decir algo. Se suponía que nadie debía saber que había estado allí.
¿Por qué? Su estilo era similar al de ella, ¿por qué en esa ocasión le preocupaba?

—¿Qué has encontrado? —preguntó Peter.
Mariana dejó de divagar. «Concéntrate, idiota. Todavía pueden culparte de todo esto.»

—La parte delantera de una huella de zapato —dijo mientras la señalaba—. Estaba subiendo el muro, clavando las punteras para lograr apoyo. Tenía barro en los zapatos. La mayoría se ha desprendido del muro, pero todavía se pueden apreciar las manchas. Al salir se te dispara la adrenalina, y es difícil ser meticuloso.

—Bueno es saberlo.

—De acuerdo. Bájame, por favor.
Se agarró a sus hombros mientras él la bajaba, y se encontró a un suspiro de su cara cuando Peter se enderezó. Debía sobrepasar el metro setenta y cinco, porque erguido, sus ojos quedaban a la altura de su clavícula.

—Sabías quién lo hizo —repitió—. ¿Por qué no dijiste nada?
Lali se encogió de hombros.

—Honor entre ladrones, quizá. Y porque, personalmente, me interesa más quién contrató a Maxi, y si fue por la tablilla o para matarte. Él... me llamó y me dijo que me mantuviera fuera de todo esto.

—Pero estás aquí de todos modos.

—Es que soy así de terca. Además, su aviso llegó un poco tarde. Y quiero descifrar esto.

—Igual que yo. —Peter asintió, pero no estaba mirando el muro. La estaba mirando a ella. Acercándose lentamente, como si le preocupara que pudiera salir corriendo, Lanzani le alzó la barbilla con sus largos y elegantes dedos y se inclinó para rozar con sus labios los de ella.

Antes de que Lali pudiera decidir si quería apartarle de un empujón o rodearle el cuello con sus brazos y rodar desnuda con él sobre las begonias, la suave calidez de su boca abandonó la suya. Juan Pedro se enderezó, mirándola fijamente con una ligera sonrisa en esa boca increíblemente hábil.
«Mantén la calma, Lali». Le necesitaba más que él a ella. Sin embargo, quién deseaba mas a quién estaba por ver.

—Eres un caradura, Lanzani. ¿A qué se debió eso?

—Admiración, Mariana —murmuró, recorriendo suavemente con el pulgar su labio inferior.

—Ah. —Y ya que ella lo había disfrutado, y que él parecía demasiado engreído y controlado, se puso de puntillas y le devolvió el beso. Sintió su sorpresa, seguida de calor cuando su boca se amoldó a la de ella. Y, entonces, Lali se retiró.

—Yo también te admiro, Lanzani —dijo, luego se alejó de él con algo menos de su elegancia y compostura habitual.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora