Capitulo 86

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—Sólo digo que es un modo muy inteligente de hacer negocios.

—No son negocios —espetó—. Es un robo.

Tenía todo el derecho de estar enfadado. Si cada pieza de la mesa equivalía a una falsificación colocada en lugar de un original, lo habían estafado con millones. Para alguien con su arrogancia y su ego, aquello tenía que doler.

—Deberías hacer que un experto revisara esto —dijo serenamente—. Yo he entrado pensando que se trataba de una falsificación. Busco algo que lo justifique.
Juan Pedro se paró de golpe, haciendo que se sobresaltara.

—Voy a llamar a Gastón. Sabrá de alguien que nos sea útil.

—De hecho, pensaba en mi jefe en el museo, el doctor Ivo Trustó. Está capacitado y tiene buen instinto para este tipo de cosas.

—Lo conozco —dijo Peter, paseándose hasta la pared y volviendo de nuevo—. ¿Y dónde piensa que has estado esta última semana?

—Visitando a una prima en el sur.

—Hum. ¿Y si ha leído el periódico?
Lali se puso roja. ¡La pucha! Si había leído el periódico, habría visto la foto en la que aparecía cenando con uno de los ciudadanos más destacados a nivel mundial.

—¡Mierda! —dijo en voz alta.

—Bueno, al menos tienes algo a lo que volver en caso de que te despidan del museo. Todo ese submundo criminal, ¿no?

—Eh. No te enojes conmigo, chico rico. Que yo no intentaba engañarte.
Él la fulminó con la mirada durante un instante.

—No, tú intentabas robarme.

—Y he intentado compensarte por eso.

—Tengo la sensación —soltó, pasándose los dedos por el pelo—, de que voy a pensar en ti cada vez que alguien que conozca diga que le han robado.

—Eso es un problema tuyo, ¿no?

—¿Cómo haces? ¿Entras sin más y te llevas algo?
Mariana frunció el ceño.

—Es lo que hago. Déjalo ya. Enojate con Dante, no conmigo. Yo no te he traicionado.

—Todavía no.
Ella se levantó.

—¿Así que, de eso se trata? Te prometí que no te robaría nada.

—Preferiría que me prometieras que no robarás más.
Lali se le quedó mirando durante un momento, mientras se le encogía el alma.

—Hasta acá llegamos con esto. No vas a decirme lo que debo hacer. Soy lo que soy. Acostúmbrate.
Él se paseaba de un lado a otro, deteniéndose tan sólo para contestarle bruscamente.

—¿Y si elijo no hacerlo?
Sacudiendo la cabeza, dio medio vuelta.

—Entonces acostúmbrate a esto —dijo, encaminándose hacia la puerta con paso enérgico.

—¿Adónde crees que vas? —gritó, retirando la silla y lanzándose tras ella.

Mariana cerró la puerta de golpe cuando él se abalanzó contra ésta, e introdujo una de las lanzas romanas entre la chapa y el marco de la puerta.

—¡Voy a llamar a un taxi! ¡Y si abres la puerta, romperás una de tus estúpidas lanzas de antes de Cristo!

—¡Lali!

Subió las escaleras de dos en dos agarrándose del pasamanos, corrió hasta su habitación y marcó el número de información, para luego realizar la llamada a una compañía de taxis. Lanzani podía pagar la tarifa adicional que representaba el radio taxi. Una vez pedido el taxi, metió apresuradamente sus cosas en la mochila, agarró su petate, su maletín y su bolso.

—Caramba, no tienes más que basura, Lali —gruñó, abriendo la puerta de la terraza de una patada y arrastrando sus cosas por los escalones que conducían a la piscina.

Sabía que aquello iba a acabar pasando. ¡Mierda, mierda, mierda! Juan Pedro Lanzani se creía que podía controlarlo todo, incluida a ella. De haberse quedado más tiempo, le habría puesto una camisa de fuerza. Nadie utilizaba sus habilidades para luego criticarla por ello. Como si él no se excitara con lo que ella hacía es más, si no hubiera sido una ladrona, seguramente no la habría mirado dos veces. Hipócrita. Estúpido hipócrita.

—¡Hipócrita! —le gritó a la casa.
Él arremetió contra ella desde uno de los laterales. Antes de poder hacer nada que no fuera lanzar el petate hacia atrás, ambos cayeron en la piscina.

El agua fría hizo que se estremeciera. Apenas tenía aire, y su primer pensamiento fue salir a la superficie. Cuando emergió, resoplando, su segunda idea fue matar a Peter Lanzani.

—¡Mátate! —gritó, dándole un puñetazo.
Él lo esquivó, agarrándole los brazos a la espalda.

—¡Para, Mariana!

—¡Suéltame!

Peter la sumergió. Ella salió de nuevo a la superficie, tosiendo. ¡Oh, hasta ahí habíamos llegado! Lali respiró hondo y se sumergió por cuenta propia. Arqueando la espalda, lo arrastró hacia delante, desequilibrándolo, luego empujó hacia arriba desde debajo de él. Él salió y se zambulló de nuevo, de cabeza. Los brazos de Lali quedaron libres y se puso a dar patadas hasta el borde de la piscina.

Mariana enganchó la mochila con un pie, pero su pesado estuche con un lado rígido se había deslizado hasta el fondo. Quizá pudiera sacarlo con la red de la piscina. Por furiosa que estuviera, no tenía intención de irse sin sus cosas.

—Mariana, vuelve a entrar en la piscina —gruñó Peter, agarrándola del pie mientras ella se trepaba en el borde.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora