Capitulo 52

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—Lo que pasa es que no quería mirarla sin que estuvieras tú aquí —respondió, notando en que ese día su aspecto era más el de un millonario que el de un deportista, vestido con unos pantalones holgados color tostado y una camisa blanca con el cuello abierto y los puños remangados. Unos mocasines complementaban la imagen, aunque tenía la sensación de que utilizaba la ropa del mismo modo en que ella utilizaba personalidades—. Pero tengo un par de teorías.

En cuanto a ella, tenía que decidir si su imagen iba a ser la del ligue del tipo rico o la de su asistente de seguridad. A juzgar por la forma en que esa mañana la había recorrido con la mirada cuando vestía un short y un polo de tirantes, con una camisa encima para ocultar los arañazos en su espalda, el atuendo del levante funcionaba mucho mejor con él. Pero tenía que encontrar su propio equilibrio.

—Cuéntame.

—Mi petate. Aparte de que esperaban que pareciera culpable, el único momento en que podrían haber llegado hasta él fue el lapso de tiempo desde que dejamos tu auto y entramos en el garaje esta mañana.

—Alguien ha vuelto a entrar en la finca. Ya lo suponía. Revisaremos la grabación en unos minutos.

—No estoy segura de que quien sea no haya estado aquí todo el tiempo —dijo lentamente, observando su expresión.

—Explícate.
Peter no se ofendía, tan sólo exigía conocer su razonamiento. Aquello era un alivio, comprendió.

—Maxi no volvió y colocó la tablilla. Alguien lo hizo.
Un músculo de su mandíbula se contrajo.

—Piensas que es alguien de mi personal. Pero si hasta hace dos días ni siquiera los conocías. ¿Por qué incriminarte a ti?

—Y yo qué sé. Pero las únicas personas que estaban aquí en ambos acontecimientos fuimos tú y yo... y tal vez alguien que trabaja aquí.
Sus ojos se entrecerraron y se puso de pie para mirar por la ventana la extensión de su propiedad.

—Durante unas horas creía que podría librarme de tener que sospechar de nadie que no fuera Recca. Pero tienes razón. La maldita tablilla jamás salió de la mansión. ¡Demonios!

—Me gustaría examinar minuciosamente la piedra y el expediente. Quizá descubramos que hay una historia que se nos ha pasado o... qué sé yo. O podemos sentarnos y esperar a que la policía se conforme con culparme a mí.

—No me gusta sentarme sin hacer nada, Y mucho menos cuando tú eres el objetivo. —Peter abrió la puerta de la terraza y la hizo pasar a su suite. Se sentaron en el sillón y ella abrió el expediente.

—¿Ibas a vender o a donar la tablilla al Museo Británico? —preguntó, desplegando las fotos alrededor de la losa y concentrándose en el detallado destino de la tablilla desde que fuera desenterrada. Existían varios puntos en blanco por espacio de siglos, que ni siquiera se habían molestado en crear sospechas sobre el paradero de la piedra, entre sus apariciones más públicas.

—A donarla. ¿Hace eso alguna diferencia?

—No lo sé. Todo esto es tan... extraño. —Pasó otra página—. ¡Caramba! Según esto, tu tablilla es una de las cosas que convencieron a Calven y a Schliemann sobre la ubicación de Troya. Por eso excavaron en Hisarlik en 1868.
Peter sonrió.

—Ya lo sabía.

—Yo no. Tenía un horario apretado. No contaba con el tiempo suficiente para realizar una investigación tan completa como me hubiera gustado. —Frunció el ceño y levantó la vista de la tablilla para coger otra de las fotos—. Jamás lo utilizaría para incriminar a alguien, no cuando yo ni siquiera era sospechosa. Es demasiado bonita para eso. Demasiado... —Su voz se fue apagando al tiempo que se quedaba mirando. Algo en la foto había captado su atención, y la acercó más a la tablilla—. ¡No me jodas!

—Eso no está bien —dijo Peter un momento después, inclinándose a mirar sobre su hombro. Señaló la foto, luego uno de los símbolos de la tablilla—. En la foto estos grabados parecen prácticamente desgastados. En la tablilla ambos pueden verse.

—Todos los grabados son más profundos de lo que parecen en la foto —dijo más para él mismo, y tomó otra foto para cerciorarse de que el primer vistazo superficial a los grabados originales no era más que efecto de la luz o de la cámara—. No lo puedo creer. Es una...

—Es una falsificación —la interrumpió, cogiendo la tablilla y dándole la vuelta en sus manos.
Las ramificaciones dejaron a Lali claramente mareada.

—Tienes buen ojo para el detalle —dijo pausadamente, su cabeza repasó todo cuanto había averiguado hasta el momento sobre el robo.

—No estás sorprendida, ¿verdad, Mariana? —preguntó, rozándole el muslo con el suyo.

—Como ya he dicho, me sorprendería más que alguien me endosara el original a mí sin un buen motivo. Pero la cuestión es: ¿se trata de una falsificación lo suficientemente buena como para ser donada al Museo Británico?
Él la miró fugazmente.

—Durante un tiempo, probablemente. Si tenemos en cuenta que tan sólo hay tres en el mundo, estarían alucinados de haberla conseguido. Y antes del robo, ni ellos ni yo habríamos tenido razones para sospechar nada. Aunque después de la exposición llevarían a cabo algunos exámenes. Por eso iba a donarla. —Juan Pedro se irguió—. No estarás sugiriendo que le cuente a la policía que extravié temporalmente la tablilla y que luego siga adelante y done la falsificación.
Ella negó con la cabeza después de esbozar una sonrisa fugaz. «Como si Peter fuera a hacerlo.»

—No. Pero me pregunto si alguien tenía eso en mente. La auténtica no está aquí, pero eso podría explicar por qué sí lo está la falsificación.

—¿Así que implicarte era simplemente conveniente? «Así, ¿he olvidado dar el cambiazo?» Eso nos lleva de nuevo al problema de la bomba.

—Sí. ¿Y qué te parece esto? —respondió, revolviendo de nuevo entre las fotos—. ¿Por qué hacer una buena falsificación si vas a acabar volándola por los aires?

Arte Para Los Problemas(LALITER) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora