Capitulo 29

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—Un jugador de rugby, un esquiador profesional o algo por el estilo —repuso de mala gana, admitiendo para sí que era verdad—. Uno de esos tipos que posan para los calendarios deportivos.
Lanzani sonrió abiertamente, la expresión iluminó sus ojos.

—Soy buenísimo con los esquís.
El médico se aclaró la garganta.

—Ejem. Bueno, en caso de que le importe a alguien, tu pierna necesitó quince puntos, jovencita, y el hombro siete. Lo del súper pegamento es muy ingenioso, pero no es algo que habitualmente recomiende. Peter dijo que no es probable que vuelva a verte, a menos que estés inconsciente, así que te he puesto puntos de los que se disuelven. No te los rasques.

Hum. Discreto y competente. No vendría mal conocer a un médico como ése... un médico que hiciera visitas a domicilio. Lali le sonrió.

—No sé por qué el señor Lanzani cree que soy tan hostil —dijo, haciendo caso omiso del sonido que manifestó el aludido—. A juzgar por cómo noto los cortes, me parece que le debo una comida, doctor Lasarte. Con postre.

—¿Con buñuelos de manzana?
La sonrisa de Lali se hizo más amplia.

—Mis preferidos. Y conozco un sitio donde hacen los mejores.

—Me apunto, señorita Espósito.
Lanzani se movió, colocándose entre ambos.

—¿Alguna otra indicación médica, Gustavo?

—En realidad, no. Yo evitaría la piscina y los baños durante una semana o unos diez días, pero las duchas rápidas están bien. —El médico la miró durante otro momento, su expresión suavemente divertida—. Me tomé la libertad de cambiar los curitas de la espalda y aplicar antiséptico. Hay más pomada sobre la mesita. —Señaló un tubo blanco que se encontraba sobre la mesa de noche.

—Gracias. Lo llamaré para comer.

—Estaré esperando.
Lanzani señaló hacia la parte principal de la suite.

—Te acompañaré a la puerta, Gustavo. —Mientras salían, le lanzó una mirada sobre su hombro—. Quédate aquí. Volveré en unos minutos.

Esperó en la cama hasta que se cerró la puerta del pasillo. La ropa que había tenido puesta no estaba a la vista, pero su sostén rosa se encontraba sobre la silla junto a la cama. «Genial.» Así que la había visto desnuda. Se preguntó si su tamaño contaba con su aprobación. La mayoría de las modelos que aseguraban salir con él tenían pechos más considerables. Al menos le había dejado la parte inferior puestas.

Tratar de convencerse a sí misma de que le era igual lo que él pensara no funcionó más de lo que lo hizo fingir que no disfrutaba de la atención que le prestaba. Lali se levantó y volvió a hurgar en el armario que parecía haber generado incluso más ropa durante la noche. Más pantalones y polos, blusas y shorts, la mayoría de los cuales eran misteriosamente de su talla. Alguien tenía un asistente de compras muy competente. Seleccionó una blusa de manga corta color blanco y azul y un jean, cogió su sostén y entró en la sala principal.

Bueno, puede que le hubiera visto las tetas mientras estaba inconsciente, pero no iba a vérselas esa mañana. Bromear y coquetear era una cosa; darle el premio oficial significaría perder su mejor ventaja... y teniendo en cuenta el modo en que él hacía que le hormigueara la piel, supondría también perder su perspectiva. Cerró con llave la puerta principal y se dirigió al gigantesco baño, y puso también el pestillo a aquella puerta, por si acaso.

La ducha le pareció una delicia, y los cortes tan sólo le molestaron un poco. Encontró desodorante, un cepillo de dientes y           pasta esperándola en el armario de las medicinas y, para cuando se hubo secado y peinado, se sentía casi como de costumbre. De no ser por el asunto de que sobre su cabeza pendía una orden de arresto y que un guapísimo hombre jugueteaba con su libido, habría dicho que aquélla era una buena mañana.

En parte imaginaba que Lanzani estaría sentado en la habitación esperándola, con o sin cerradura, pero no se le veía por ningún lado. Entonces alguien llamó a la ventana de su terraza y a punto estuvo de que se le saltaran los puntos.

—¡Mierda! —exclamó entre dientes mientras se acercaba furiosa a correr las cortinas.

—¿Hambrienta? —preguntó Lanzani al otro lado de la puerta, sonriendo al ver su expresión contrariada. Ella destrabó el pestillo y abrió.

—¿Tú no trabajas nunca? —preguntó mientras reparaba en la mesa; dos sillas, dos servicios y dos montones de tortitas y vasos de jugo de naranja con lo que parecía un plato lleno de fresas frescas en el medio. Reinaldo estaba abajo en la zona de la piscina, sin duda, esperando órdenes.

—¿Café, supongo?

—Coca-Cola dieta, si tienes.
Él enarcó una ceja pero no dijo nada. En cambio, Lanzani llamó al mayordomo con la mano.

—Una Coca-Cola dieta y té para mí. —Retiró la silla para ella pudiera sentarse—. Toma asiento.

—¿Alguna noticia de Harvard o de Castillo? —preguntó, alargando el brazo para coger una fresa y mordiendo la mitad.

—No son más que las siete y media —respondió—. Dales un poco de tiempo. ¿Te sientes mejor?

—Sí. —Hizo una mueca—. No suelo ser así. Dije que te ayudaría a descubrir todo esto y lo haré. Supongo que estaba más cansada de lo que...

—Mariana —la interrumpió con expresión seria—, no tienes que excusarte por nada, considerando las circunstancias en las que recibiste esas heridas.

La parte anterior de los muslos le hormigueó debido a la expresión en los ojos de Peter. Deseo. Había estado antes con hombres, pero no lograba recordar alguno que irradiara ese calor masculino, la electricidad, del modo en que Juan Pedro Lanzani lo hacía. Puede que considerara que la talla de su sostén era un cambio agradable.

—De acuerdo.

—Cómete las tortitas.

Reinaldo vino con el té y la Coca-Cola, y Lali se dedicó a abrirla y verterla en el bonito vaso que él le había dado, relleno de cubitos de hielo con forma de palmera. El día anterior había reconocido que quería confiar en Lanzani, a pesar de que largo tiempo atrás había aprendido que no podía confiar en nadie salvo en sí misma.

—No tienes que parecer tan caballeroso —comentó mientras masticaba un bocado de tortita y sirope de arce—. Me desnudaste.

Arte Para Los Problemas(LALITER) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora